ANTE LA DEBACLE DE LA IGLESIA

LEFEVRISMO O FUNDAMENTALISMO CATÓLICO



Lefevristas protestando en Catedral por misa concelebrada


Los acontecimientos sucedidos días pasados en la Catedral de Buenos Aires, en donde un grupo de orientación lefevrista interrumpió una misa concelebrada junto a representantes de otras religiones, sirven para efectuar una descripción de la situación actual en que vive el catolicismo y poder brindar las explicaciones por las cuales en el seno de tal religión no ha podido constituirse aun una corriente verdaderamente fundamentalista, como en cambio hoy en día existe en el seno del Islam, es decir una corriente de pensamiento que asocie el hecho religioso a una actitud de confrontación y lucha en contra del mundo moderno.

Pero para ello entremos a analizar lo acontecido y las distintas explicaciones brindadas al efecto por los participantes. El día en que se produjo el aludido incidente, en el templo mayor del catolicismo argentino y por precisa indicación del actual Papa Francisco, quien fuera hasta hace poco tiempo arzobispo mayor del  mismo, se estaba efectuando una misa concelebrada de la que participaban representantes de las principales religiones del país recordándose la famosa Noche de los cristales rotos, acontecida en pleno apogeo del nazismo alemán. Recordemos que dicho evento, del cual se cumplían 70 años, representó una reacción de un importante sector del pueblo alemán en contra de su colectividad judía, motivada en la muerte de un diplomático de tal país en el exterior a manos de un miembro de la misma. Además de romperse la casi totalidad de las vidrieras de comercios judíos en las principales ciudades, se produjeron distintos atentados que determinaron la muerte de nueve personas. Al hecho se le brindó especial significación pues habría sido el antecedente de un proceso ulterior -y convertido hoy en día en el  principal mito convocante de religiosidad en el mundo moderno- cual fuera el famoso Holocausto del pueblo judío y de sus consecuentes seis millones de gaseados.

El grupo lefevrista, quien se destaca especialmente por ser un crítico acérrimo de todo lo acontecido en el último Concilio, interrumpió la ceremonia religiosa mediante un rezo del santo rosario cristiano, efectuado en voz alta y a los gritos, alegando que la Catedral de Buenos Aires no era el lugar para que otras religiones, a las que se reputaba como falsas o heréticas, compartieran un lugar de paridad de condición respecto de la única verdadera que sería el catolicismo, señalándose también que cada una de ellas tenía su propio templo para efectuar tales ceremonias conmemorativas. De acuerdo al punto de vista aquí mentado un criterio similar se hubiese podido invocar también si en vez de haberse tratado puntualmente respecto al tema de la persecución a los judíos, se lo hubiese hecho a lo mejor para condenar los distintos genocidios efectuados en el mundo entero por parte de los EEUU, o del mismo Israel en relación al pueblo palestino. Y de la misma manera se hubiera podido oponer también a que los representantes de todas las grandes religiones hubiesen elegido tal medio compartido para efectuar una ceremonia de repudio en unanimidad contra todas las aberraciones en que ha caído el mundo moderno actual. Es decir que lo que se cuestionaba principalmente no eran tanto los contenidos ni los fines por los cuales se estaba efectuando tal ceremonia, sino la forma en que ésta se lo hacía, lo cual era objetable en todos los casos pues lo esencial para ellos es que el catolicismo no sea puesto en un plano de igualdad con otras religiones, es decir que de lo que se trataba era de confrontar con el tan denostado espíritu ecuménico brotado en el último Concilio.

Queremos destacar al respecto que el lefevrismo, a pesar de reputarse como sumamente crítico respecto del modernismo cristiano, no lo es en cambio en relación a la causa principal que lo ha originado, que es un fenómeno de mayores proporciones cual es el güelfismo. De acuerdo al mismo la Iglesia es aquella institución que posee el monopolio de lo sacro y fuera de la cual sólo existe condena y perdición para las almas, sin importar en última instancia la diferencia respecto de si aquella persona que se encuentra afuera de ella se trata de un creyente en Dios o si en cambio es un ateo materialista empedernido*. En última instancia se trataría aquí solamente de una cuestión de detalles o de grados en el error, pero incluso, si se estuviese obligado a elegir, para el güelfo es preferible este último en tanto no pone en juego ni compite con éste en el plano de la sacralidad respecto de la cual quiere tener la más absoluta propiedad.

Sin embargo esta actitud de obtuso exclusivismo, que hoy quiere ponerse en contraste con un pretendido ecumenismo cristiano que, tal como veremos es en el fondo también exclusivista, no siempre fue la alternativa que se planteó el seno del catolicismo. Es de destacar que el mismo se vio conmovido en plena Edad Media por un conflicto que se conociera como el de la querella por las investiduras, originado en la actitud de la Iglesia, representada en ese entonces por el partido de los güelfos, que se erguía ante el Imperio como la poseedora del monopolio de la sacralidad, exigiendo de éste y de todos los restantes miembros de la comunidad la más absoluta, subordinación a su entidad. En contraste con ello, el bando gibelino por el contrario cultivó una postura de apertura y diálogo respecto de las demás religiones en modo tal que la corte del emperador Federico de Hohenstauffen, representante principal del mismo, pudo contar con representantes de todas ellas considerándose solamente al catolicismo como aquella forma que era la más acorde con la propia idiosincrasia. Se reputaba que, así como Dios había creado diferentes razas y pueblos, los cuales se expresaban con lenguas y costumbres diferentes, había hecho lo mismo respecto de las religiones, las que manifestaban maneras distintas pero no antitéticas de vincularse con lo sacro. A diferencia del hombre, ser de carácter relativo, en Dios, ente supremo y absoluto, los opuestos se encuentran en coincidencia y armonía. Dios es lejanía y proximidad al hombre en manera simultánea y al respecto cada raza, en tanto distinta creación suya, enfatiza en un elemento diferente de su naturaleza propia. Los pueblos semitas viven a Dios de manera distante, como al absolutamente distinto y frente al cual existe un abismo ontológico, los arios en cambio experimentan el atributo de la cercanía con lo divino. De allí que, en su fase pagana, lo sagrado tuviera forma humana, en tanto que los dioses eran también y simultáneamente hombres. Y desde esta perspectiva el catolicismo representó un proceso de perfeccionamiento de la espiritualidad aria en tanto mantuvo vivo el concepto del Dios-hombre asociándolo a su vez a la unicidad de lo divino, postura ésta que ya estaba presente en la filosofía griega, la que representó la primera reacción ante un paganismo politeísta anárquico, el que sería en última instancia la causa principal de la decadencia del imperio romano **. Desde esta óptica aquí señalada, el gibelinismo fue profundamente ecuménico, pero en un sentido superior y metafísico. Las formas y los ritos practicados por las diferentes religiones, las costumbres de los pueblos podían ser diferentes, pero en cambio el Dios venerado era siempre el mismo aun si fuese Uno o Trino, aun si se considerase que éste se hubiese aproximado tanto al hombre como para incluirlo en su seno como hipóstasis o por el contrario se enfatizara en la absoluta trascendencia de lo sacro. Fue justamente por practicar tal forma superior de ecumenismo, en momentos en que el güelfismo se había enseñoreado en el Occidente, que en plena Edad Media fue suprimida y perseguida con la hoguera por la Iglesia güelfa la orden de los caballeros Templarios quienes mantenían diálogos con una orden similar en el seno del Islam. Resulta al respecto curioso, cuando no significativo, constatar cómo la actual iglesia conciliar, que en nombre del ecumenismo practicado le ha pedido perdón a todo el mundo por su accionar pasado, desde la conquista de América hasta la persecución de los judíos, haya hecho en cambio un siniestro silencio respecto de tal acontecimiento histórico deleznable cuando lo que se condenara entonces fuera justamente haber practicado una forma superior de ecumenismo. Lo cual es por lo tanto un indicio claro de que la actual iglesia conciliar practica tan sólo una modalidad de tal postura.

Tal como es de imaginar, los lefevristas, quienes confunden modernismo con ecumenismo, desde ya que están de acuerdo con los modernistas en que resulta plenamente justificable condenar a una orden que sostuviera una unidad con el Islam en un plano de carácter esotérico. A tal respecto Evola nos hacía notar cómo el Concilio Vaticano II, si bien se había declarado ecuménico, no había sin embargo derogado, ni entonces ni ahora tampoco, el principio por el cual extra ecclesiam nulla salus est;  es decir que sigue practicando en un plano metafísico el exclusivismo que siempre caracterizó a la iglesia a lo largo de toda su historia y su ecumenismo en cambio se expresa a un nivel superficial y ético, como el mencionado en la aludida ceremonia de la Catedral, sirviendo tan sólo para ratificar los principios seculares en los cuales se apoya la sociedad actual. Y al respecto habría que destacar que el mundo moderno, si bien es ateo, es sin embargo indiferente en materia religiosa, por lo tanto no le discute a la Iglesia tener o no la exclusividad en la salvación de las almas puesto que directamente no cree que exista una dimensión superior a la que captan nuestros sentidos externos con la cual haya que competir en materia de hegemonía. Y esto explica a su vez cómo todos los últimos papas, si por un lado se han manifestado solidarios con instituciones modernas, laicas y seculares, como las Naciones Unidas y la actual Democracia (razón por la cual se practicaba la ceremonia recordatoria de los seis millones de judíos gaseados, que es el mito fundacional de tal sistema), han por el contrario condenado y con suma vehemencia el accionar del fundamentalismo islámico que ha combatido dicho orden. Es decir que ha preferido unirse con laicos antes que con creyentes de otras religiones, salvo con aquellos sectores de éstas que también practicaran tal forma secularismo moderno. Y en esta postura le ha resultado sumamente afín la labor del lefevrismo el cual por otras razones, pero coincidiendo en el mismo objetivo, también critica al fundamentalismo islámico con el argumento de que practica una religión falsa, pero en los hechos lo combate lo mismo que el modernismo al cual él reniega sólo de palabra.

En consecuencia nosotros, a diferencia del lefevrismo, somos antimodernos, pero no antiecuménicos y sostenemos que tales conceptos no son sinónimos tal como fraudulentamente ha querido imponernos tal corriente güelfa en su debate con la otra del mismo sector, la de los modernistas. Que existe una forma ecuménica superior y metafísica, la de la unidad trascendente de las grandes religiones, que no es la que ha practicado el Concilio Vaticano II, el cual en tal plano, por su origen güelfo común, comparte con el lefevrismo la idea de que sólo el catolicismo es la religión verdadera.


Es de destacar que todavía ahora en que los medios de comunicación se han hecho omnicompresivos, no habiendo lugar del planeta en donde no se sepa de lo que acontece en el lugar más remoto, tales sectores nos siguen diciendo que solamente puede salvarse aquella persona que practique sinceramente su religión, pero sin tener el conocimiento de la existencia de la católica. ¿Podemos suponer con franqueza que todos aquellos monjes budistas, brahamanes o taoístas que practican con devoción la propia religión no se condenarían solamente en el caso de que desconociesen la existencia del catolicismo?


** Existe actualmente en nuestro medio una Nueva Derecha pagana que, en nombre de un rechazo por la metafísica, repudia al cristianismo al que acusa como la causa de la crisis del occidente actual y de la misma caída del imperio romano, lo cual no habría sido por haber entrado el mismo paganismo en un estado de descomposición moral, habiendo sido en cambio salvado de su disolución cultural por el catolicismo, tal como realmente aconteció. Pues bien, curiosamente esta corriente, en tanto es antimetafísica y postmoderna, no ha tenido inconveniente alguno en asociarse con exponentes del más crudo güelfismo el cual una vez más la prefiere a otras que, aun religiosas, sin embargo compiten con la Iglesia en materia de exclusividad. Tal como vemos, para tal corriente lo exotérico, expresado en la forma de determinadas elecciones o conversiones, siempre será el valor supremo.


Marcos Ghio


8/12/13