DEMOCRACIA Y GINECOCRACIA
CRISTÓBAL COLÓN Y LAS MUJERES

“Es digno de desprecio aquel país que es gobernado por una mujer”
(Buddha, Cullavagga, XIII)

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Ginecocracia en marcha

 Resulta un hecho a todas luces sintomático la reciente demolición del monumento de Cristóbal Colón en la ciudad de Buenos Aires y su eventual sustitución por el de una mujer ‘prócer’ de escasa trascendencia en nuestra historia. Además de poder reputarse tal acontecimiento como una nueva acción de repudio hacia la colonización española de América, resulta también sumamente significativo que la medida haya sido tomada especialmente por la mujer que hoy detenta el cargo de presidente de la república. De acuerdo a lo trascendido, la misma habría manifestado que con tal acción se quería adecuar a la orientación principal impuesta por la democracia por la cual el igualitarismo, que es su base de sustento, debe implicar cuotas también iguales de género en la distribución de nombres y funciones públicas. Así pues, del mismo modo que se ha impuesto la norma de que al menos la mitad de nuestro parlamento debe estar compuesto por mujeres, criterios similares deberían adoptarse en la distribución de calles, plazas y monumentos. Y al respecto se ha descubierto recientemente que la historia Argentina habría sido escrita con un criterio sumamente antidemocrático y por lo tanto ‘machista’ por el cual se habría dado en todo un privilegio especial a lo hecho por los hombres, silenciando en cambio el fundamental aporte efectuado en la misma por las mujeres. Fue así como, hace poco y para enmendar tal notoria 'injusticia', en un nuevo e importante barrio de esta ciudad, acaba de ponerse en todas sus calles nombre de mujeres, algunas de ellas, reconozcámoslo, ilustres desconocidas aun para los más informados historiadores.
Todo esto que sucede es un signo claro de que la democracia conduce necesariamente a la ginecocracia y este fenómeno es universal, encontrándose en el espíritu de tal sistema. En su reciente guerra de invasión a Afganistán los EEUU le impusieron a tal país un sistema democrático en donde, como en el nuestro también, resulta obligatorio un cupo femenino en la función de gobierno. Pero como la igualdad es propiamente una violencia efectuada en contra del orden de las cosas, pues en ningún caso podría suceder que las aptitudes en la función pública estuviesen repartidas en un 50% entre los sexos, de la misma manera que el voto numérico de las mayorías no es necesariamente garantía de verdad y de eficiencia en el gobierno de un Estado; al tratar de imponerse tal anomalía como con un fórceps, concluye ello en la creación de nuevas desigualdades, las que resultan sumamente odiosas en tanto terminan ofendiendo al más elemental de los sentidos. Así como en función de una mayor universalización del principio igualitario recientemente se les diera el voto a los niños de 16 años, pero otorgándoseles a su vez el privilegio -y por ende la desigualdad de la que nosotros no disponemos- de poder decidir libremente si se concurre o no a votar, en un mañana de acuerdo a nuestra legislación solamente sería reputado ilegal un parlamento compuesto por hombres y no en cambio si se tratase de un conglomerado únicamente femenino. Y así como mencionábamos que se ha creado un barrio en donde todas las calles tienen nombre de mujeres sin que nadie reclamara por ello, días pasados en nuestro vecino Chile se efectuó una elección en donde los candidatos eran también todos de tal sexo. Recordemos al respecto que esto no es ilegal pues, como vivimos en democracia, solamente hay cupo femenino y no masculino, la democracia es una vez más ginecocracia.
Soslayando los demás desórdenes a los cuales nos ha conducido un régimen gobernado por mujeres o de lo contrario y en forma simultánea o sucesiva por hombres espiritualmente femíneos y con polleras, lo cual está a la vista de todos y no merece una mayor consideración de nuestra parte, se trataría de entender cómo deberían ser las cosas para volver a la normalidad y también cómo es que pudimos llegar a semejante desorden. Digamos al respecto que hombre y mujer no son simplemente diferenciaciones físicas entre las personas, sino dos modos espirituales de ser diferentes que sólo pueden armonizarse en una justa subordinación. Ser hombre significa ser autosuficiente teniendo en sí mismo el propio principio, de allí la manifestación simbólica del elemento activo y viril, vinculado a fuerza. Ser mujer es en cambio tener en otro el propio punto de referencia, lo que se compagina con su carácter pasivo, expresado también físicamente. Y así como lo masculino alcanza su expresión más alta en una actitud de absoluta libertad e independencia, lo femenino en cambio realiza su naturaleza en una acción de entrega total y sin concesiones ni solicitando nada a cambio. El desorden sobreviene cuando se invierten las funciones, cuando el hombre deja de ser activo y la mujer de ser pasiva pasando a convertirse en cambio en aquella que gobierna. Nietzsche sintetizó tal situación señalando las dos metas que deben tener ambos sexos. Fueron sus palabras: “El hombre fue hecho para la guerra y la mujer para el reposo del guerrero”. Y el desorden ha sobrevenido no porque la mujer haya querido dejar de ser tal y reclamado ‘derechos’, tal como nos quieren hacer creer los demócratas, sino cuando el hombre es el que renuncia a su función.
Si esto lo tuviésemos que aplicar a nuestros recientes acontecimientos históricos debemos recordar que cuando a la Argentina se le planteó la oportunidad de hacer la guerra, quienes debían cumplir allí la función de hombres se rindieron de manera vergonzosa alegando haberse topado con armas mucho más poderosas que las propias. La secuela de tal rendición fue luego interminable hasta arribar a nuestros dramáticos días. Los diferentes movimientos carapintada, que tuvieron en sus manos la oportunidad de enmendar tal incalculable error, se rindieron también sucesivamente, a veces incluso a las pocas horas de haberse sublevado, manifestando más tarde que ello había sido hecho por su intención de ‘hacer política’, es decir de ponerse las polleras. No fue luego una casualidad ver a un ‘general’ subirse con torpeza a una silla bajando un cuadro de un par suyo, como si se tratase de un ordenanza, ni otros tantos de rango similar escuchar con mansedumbre que no se les tenía miedo, pues se trataba de ‘fuerzas armadas para la paz y no para la guerra’. Es decir soldados (que reciben un sueldo), boys scouts de campamento, no guerreros. Y se podría seguir relatando hechos.
Como corolario de esta nota que comenzó lamentando la sustitución del monumento a Cristóbal Colón por el de una ignota paisana de la guerra de independencia, podemos decir que el hecho de que estemos gobernados por mujeres y que nos vaya tan mal no es en última instancia culpa de las mujeres, sino de hombres que no han sabido comportarse como tales.

Marcos Ghio

22/01/14