EL CULTO POR LO ADOLESCENTE 


La nota más característica de épocas terminales como la actual es el fenómeno conocido como la inversión de todos los valores. El mismo consiste en que aquellas cosas que, en cualquier circunstancia normal y de acuerdo al más común de los sentidos aun existente, han significado siempre algo obvio y necesario, en dichos períodos de decadencia en cambio, en donde todo es puesto a discusión y en donde sobre todas las cosas se ejerce ilimitadamente la duda y el esmero exacerbado por mostrarse originales y llamativos, por el contrario son negadas en su esencialidad. Esto lo vemos en manera abundante en los medios masivos de comunicación, los cuales deberían ser calificados sin más como de ‘perversión’ o ‘corrupción’, en donde sus principales exponentes, en tanto poseedores del más elevado ‘rating’ y en su condición de ‘formadores de la opinión pública’, se destacan, junto a una exhibición de modales y términos soeces y a un ejercicio exasperado y hasta obsesivo de mala educación en el trato con las personas, lo cual para muchos de éstos sería signo de desinhibición, cuando no de libertad, por una acción sistemática de burla y de denostación de los principios más elementales de un orden social, de aquellos sin los cuales el mismo dejaría de existir propiamente como tal para convertirse en cambio en un conglomerado anónimo y masificado, más cercano propiamente al mundo animal que al humano.

En otras oportunidades hemos puesto de relieve que términos y actividades que en cualquier época significaron sin más cosas buenas y necesarias para el normal funcionamiento de una sociedad, hoy son por el contrario rechazadas y cuestionadas como si se tratase en cambio de notorios disvalores. Tal por ejemplo lo acontecido con palabras tales como reprimir, autoridad, derecha, aristocracia, formalidad, etc. que, tal como hemos demostrado hasta el cansancio, son sinónimos de cosas no sólo buenas sino incluso indispensables para el ejercicio de cualquier orden normal, pero que en una época enferma como la actual son en cambio rechazadas y ridiculizadas.

Pero todos estos fenómenos y otros en el fondo son distintas manifestaciones de una creencia más vasta que se funda en un verdadero culto pervertido y concurrente que ha inundado también nuestros medios masivos y que se ha impuesto ya como una moda difícil casi a esta altura del partido de poder revertir simplemente por medios dialécticos. Nos referimos a lo que ha dado en denominarse como el culto por la juventud y más específicamente por lo adolescente. Ya hemos hecho notar en su momento cómo la sociedad actual privilegia tal condición en tanto ya no la considera más de acuerdo a su sentido etimológico, relativo a ‘adolecer’, a algo que debe ser completado, perfeccionado y superado, sino por el contrario se parte aquí de la creencia opuesta de que el hombre, cuando alcanza un determinado desarrollo de plenitud de sus capacidades físicas y vitales, tal el fenómeno de la juventud y adolescencia, en tanto que la ‘vida’ resulta el hecho principal y excluyente de la existencia, no existiendo otra cosa superior que la supere y por la que haya que modificarla, se trataría pues de privilegiarla y prolongarla haciéndola así durar el mayor de los tiempos posibles y, en caso de que la ciencia en sus ‘progresos’ lo llegara a permitir, perpetuarla en manera cuanto más definitiva. Y a su vez esta veneración por lo joven y lo vital ha ido asociada también al fenómeno tan usual en estos tiempos del culto por el deporte y por la superación de marcas y distancias, en un orden en donde lo físico es el factor principal y excluyente. Agreguemos además que, en tanto la sociedad actual le rinde culto al adolescente, ha llegado a otorgarle derechos especiales que en cambio no poseen hoy en día los adultos. Asociado todo ello a la acción democrática de denostar la autoridad, a la que se considera en el fondo como un ejercicio retardatario de castración de la plenitud vital y adolescente del hombre, en los actuales sistemas escolares los alumnos han alcanzado privilegios de los que en cambio carecen sus maestros, o más bien quienes deberían llegar a serlo en algún momento. Por ejemplo días pasados, ante el hecho ostensible de un joven que golpeó a un docente obligándolo a hospitalizarse, como castigo se le aplicaron algunas reprimendas que pudieron llegar incluso al traslado de establecimiento para evitar situaciones odiosas, pero no así a la expulsión del sistema escolar puesto que hay una ley expresa que lo prohíbe, pudiendo darse el caso curioso de un alumno que recorriese todas las escuelas ejerciendo violencia indiscriminada, pero sin estar obligado a abandonar nunca sus traslados sucesivos, los que podrían llegar a repetirse hasta el infinito. Esta situación en cambio no se da con el educador, el cual, en caso de no ser suficientemente bueno o ‘democrático’, a lo mejor si llegara por ejemplo a defenderse de un ataque o aplicara una zurra a un endiosado adolescente, podría pasar por la instancia sumarial e incluso ser exonerado del sistema. Siempre dentro de este mismo contexto en otra circunstancia también hicimos ver que en la reciente modificación de la ley electoral por la cual un adolescente podía votar en igualdad de condiciones de una persona formada, sin embargo se le había dado el privilegio especial de poder decidir hacerlo cuando lo quisiera oportuno, no así en cambio un adulto al cual se lo puede multar y condenar en caso de persistencia en ‘no cumplir con la ley del voto obligatorio’, pero tan sólo para él.

A todo esto y como un efecto más de este proceso de degradación que ya no tiene límites no podemos menos que constatar también que a esta moda por lo joven se le debe asociar la de ciertos adultos que se esmeran por seguir siendo adolescentes a cualquier precio, que se visten como tales en modo desaliñado y rebelde, que usan sus léxicos habitualmente escasos, que se muestran groseros en su lenguaje, en fin que sucumben a su función de adultos tratando de vivir en un estado de juventud permanente, todo lo cual convierte en aun más patético y dramático el panorama que hoy se vive.

Constatemos por contraste que en cualquier época normal por el contrario se rendía culto al anciano, lo cual no era conceptuado como una mala palabra o un menoscabo como en los tiempos actuales, sino como por el contrario como una verdadera situación de mérito y de conquista. Por supuesto, como no era lo físico el factor que regía lo real, se sabía distinguir entre un estado de decrepitud y el de una venerable ancianidad. En tanto la vida no lo era todo, sino simplemente un tránsito hacia algo superior, es decir una cosa que se debía alcanzar a transcurrir de la mejor manera sin que produjese en nosotros mayores gastos o desgastes, haber arribado a una edad superior no menoscabado espiritualmente, sino por el contrario incrementado y multiplicado, era un signo de superioridad y distinción, a diferencia por supuesto del decrépito que en cambio señalaba a aquel hombre que no había podido superar su estado de juventud y que había sido como arrastrado y absorbido por la vida a la que no había sido capaz de doblegar, viviendo en un estado de permanente ansiedad y dolor respecto de la situación perdida. Acotemos también que la palabra senado, que viene senex= anciano, más que con un mero cuerpo electivo como ahora, tenía que ver con un consejo de sabios, de personas que habían sabido asociar con el tiempo la fuerza y el vigor del impulso que los llevara a ingresar a esta vida con la madurez y la experiencia que solamente pueden entregar los años. Hoy en día en el mundo del caos estas cosas ya no existen, un senador puede ser perfectamente un joven imberbe, alguien sin mayor experiencia y hasta semialfabeto. Yo siempre recuerdo a un gran amigo y maestro que ya no está que el día en que cumplía años se agregaba siempre el siguiente, a diferencia del común de las personas que por el contrario, en razón del culto por la vida,  tienden a disminuir o disimular su edad. Y nos decía justamente que para él haber llegado en condiciones de lucidez intelectual era una razón de orgullo que no debía estar ocultando, sino por el contrario exaltar como un paradigma a imitar. Destaquemos finalmente que la veneración del anciano no era simplemente en razón de su mayor sabiduría sino porque, en tanto estaba más cerca de irse de esta vida, también se encontraba en mayor proximidad respecto de la verdad y de aquello que se hallaba más allá de ésta.


Marcos Ghio