EVOLA Y AMÉRICA

 

A Evola lo conocimos en la época en que recién se había terminado la guerra de Malvinas. Para nosotros esa contienda fue un hecho histórico fundacional para nosotros. Una guerra que había comenzado por ser un mero conflicto de carácter territorial, poco a poco y a medida que se iba desarrollando y en cuestión de días, fue conformándose como una guerra entre dos concepciones del mundo antagónicas: la tradicional, bajo la forma de nuestra idiosincrasia hispano católica y la moderna representada por el protestantismo sajón y sus secuelas  ideológicas, siempre presente en nuestra historia y que geográficamente se había instalado en dichas islas del sur como un vigía permanente y vigilante de nuestra situación de colonia vergonzante. Nosotros, que en ese entonces habíamos adherido al nacionalismo católico siendo redactores de la revista Cabildo y de otras publicaciones de un mismo tenor, quedamos impactados no sólo por el rumbo que iban tomando los acontecimientos, sino principalmente por su inesperado desenlace, en especial cuando pudimos percibir cómo la autoridad máxima de nuestra religión, aquella que debería haber estado a la cabeza de tal lucha, por el contrario acudía imprevistamente a la Argentina con la finalidad inversa a su función, la de impetrar por nuestra rendición y retiro de la guerra.
Ante este hecho impactante y asombroso para muchos de nosotros, sentimos como nunca la necesidad de algo más que las banales explicaciones de siempre respecto de los grandes complots a los cuales estaba sometida la Argentina  y de lo cual por supuesto no resultábamos responsables sino simples víctimas. Fue así cómo en ese entonces cayó en mis manos un folleto mimeografiado y publicado por un grupo neonazi que existía en aquella época -ya estábamos entrando de a poco en democracia- el CEDADE, firmado por un tal Julius Evola y que se titulaba La doctrina aria de la lucha y la victoria. Confieso que tenía una muy vaga noción de quién era Evola. En algún lugar que ahora no recuerdo, posiblemente entre las varias literaturas guenonianas que había leído, se hablaba de Evola aunque en términos no siempre muy elogiosos. Guénon estaba bastante de moda en la facultad de Filosofía y Letras de donde había egresado y en la que un director de departamento, Armando Asti Vera, era seguidor de dicho autor y además tenía un gran amigo, Vicente Biolcatti, hoy fallecido, que había hecho una tesis de licenciatura sobre el mismo. La idea que se me había formado era de que se trataba de un pensador menor que se había dedicado más bien a la magia o al ocultismo, y en tanto no había sido mencionado para nada en el ámbito académico, nunca me había preocupado por conocerlo y además no había prácticamente obras de él editadas en nuestra lengua y menos aun en la Argentina. Confieso que me sentí impactado por dicha conferencia pues se trataba de un enfoque del Bagavad Gita, texto que recuerdo siempre había tomado como lectura en un secundario cuando en un programa de lengua a alguien se le había ocurrido dedicar una parte del mismo a la literatura hindú, y por lo tanto no le había dado mayor importancia. Pero esta vez era analizado con un sentido realmente original y superior notándose que me encontraba con un gran filósofo y pensador. Se analizaba allí el sentido heroico que tenía la guerra y se concebía a la misma como un medio de purificación, como la exteriorización objetiva y exterior de otro gran combate más esencial que se desarrollaba en el seno de nuestra interioridad: entre un yo superior vinculado con el plano espiritual y un yo inferior y meramente psíquico que se proyectaba hacia la esfera más baja de nuestro ser. Con los años y aprovechando la circunstancia de mi muy buen manejo del italiano, lengua materna hablada en mi infancia y habiendo sido alumno de la Cristoforo Colombo, es decir el bachillerato italiano que existe en Buenos Aires, tuve la posibilidad de hacerme con los libros de tal autor en su lengua originaria. Acotemos que se trató de alguien muy prolífico, y debo reconocer que mi sorpresa fue mucho mayor aun cuando tuve en mis manos sus textos principales. Me encontré con un autor sólido, preciso en sus aseveraciones, con un bagaje cultural vastísimo, superior al mismo Guénon en cuanto a su formación filosófica, capaz de enfocar las más vastas áreas del saber y conocedor de todas las grandes religiones. Recuerdo siempre que, luego de tal sorpresa, yo que en su momento me había desempañado como jefe de trabajos prácticos en filosofía de la historia y en filosofía de las religiones, cuando me encontré en una oportunidad con el titular de dicha cátedra, el Dr. Víctor Massuh, y le hablé de Evola, me puso una cara de asombro. ‘No lo conozco, ni sé de quién se trata’, fue su respuesta.
El tema que me propuse desde ese entonces fue hacerlo conocer, pero prontamente me di cuenta de que había una cierta predisposición en su contra y que no resultaba casual todo el manto de silencio que había existido respecto de su figura. A mí siempre me resultó asombroso que un autor de semejante envergadura no hubiese sido traducido nunca al castellano, salvo en obras menores y secundarias. Más tarde me di cuenta de por qué: eran demasiados los sectores que estaban en contra del mismo y a los cuales no les resultaba para nada conveniente que sus puntos de vista pudiesen ser conocidos y divulgados. Por un lado el mismo nacionalismo güelfo, vertiente a la que yo pertenecía en ese entonces, que rechazaba a un autor que fuera gibelino, es decir contrario al predominio de la Iglesia en el seno de la religión católica. Acotemos que Evola no era católico, ni adscrito a religión alguna, para él la Tradición estaba por encima de las diferentes tradiciones particulares, pero eso no significaba en modo alguno, tal como dicen hoy en día ciertos falsificadores de su pensamiento de los cuales nos ocuparemos mañana cuando analicemos la nueva obra de tal autor, que estuviese en contra de las mismas, la Tradición representaba para él una fuerza superior de carácter formativo que articulaba a las diferentes tradiciones particulares en un fondo común y compartido, aquello que hace a la unidad trascendente de las grandes religiones y tradiciones espirituales. Por lo cual sosteniendo dicha óptica debía estar forzosamente en contra de aquellas posturas exclusivistas que calificaran a la propia expresión espiritual, sea bajo la forma de una determinada religión o de una cierta etnía, como superior a todas las demás. Todas las grandes religiones desde caminos diferentes bregaban por lo mismo y representaban caminos dispares que conducen hacia un idéntico fin: la supremacía de lo sagrado sobre lo profano, de lo espiritual sobre lo material y efímero, de allí el carácter ecuménico por él compartido, que por supuesto no tiene nada que ver con el actual ecumenismo moderno. Lo que contrastaba contra la visión universalista y ecuménica de Evola, tan bien formulada en su doctrina esencial relativa a la unidad trascendente de las grandes religiones, eran las diferentes formas de particularismo y exclusivismo que se expresaran sea en el Occidente como en el Oriente. Por un lado estaba el güelfismo católico que consideraba a la propia como a la religión verdadera y frente a la cual las restantes eran calificadas como simples herejías y caminos desviados que debían sin más ser combatidas o resueltas a través de una oportuna conversión. Acotemos que es tan extremo el exclusivismo güelfo y tan contrario a la perspectiva evoliana que para éste aun hoy en día, luego de los famosos concilios y encuentros ecumenistas que como muy bien Evola nos hace ver solamente lo son en un plano moral y secundario, un güelfo si tiene que elegir entre un ateo y el creyente de otra religión lo hace con el primero puesto que con éste no hay competencia en lo relativo al plano de lo trascendente en el cual pretende tener la más absoluta exclusividad. A su vez existía otra forma de ‘güelfismo’ o exclusivismo, pero ya no católico sino de carácter racista por el cual se consideraba a una determinada raza, en este caso particular la aria o indoeuropea, como la superior a todas las demás. Es decir así como el güelfo católico considera que su religión es la superior a todas y las demás a su respecto son simples herejías a las que hay que combatir, el racista en cambio considera a su raza, en este caso la blanca, como la raza divina por excelencia y a las demás grados menores que arriban en algunos casos al plano puramente animal. Ambas posturas rechazan por igual tal concepto esencial del tradicionalismo evoliano de la unidad trascendente de las grandes religiones, que de paso digamos que es compartido también por otros autores tradicionalistas como Guénon y Schuon, existiendo sin embargo diferencias con éstos pero en otras esferas. Por ello no es casual la estrecha colaboración que han tenido muchas veces -y hoy lo vemos específicamente en el caso concreto del rechazo hacia el fundamentalismo islámico- entre güelfos y nazis desde el punto de vista del exclusivismo compartido que además de todo es ‘europeo’ y blanco.
Y acotemos también lo siguiente: que si bien este último sector neonazi lo solía reivindicar a Evola, pues recordemos que el CEDADE formaba parte del mismo, lo que acontecía era que al no haber sido traducidos nunca sus textos principales en donde se formulaba expresamente su postura metafísica, como Rebelión contra el mundo moderno  o Imperialismo pagano, tenían la imagen de un Evola sesgado, es decir un autor a medias del cual se desconocía lo esencial. Y en tanto tal sector era abiertamente antimetafísico, debido a su racismo particularista (recordemos que la metafísica es una doctrina de carácter universal perteneciente al plano más elevado y trascendente del hombre) no había habido nunca interés alguno por traducirlo y hacerlo conocer.
En pocas palabras, ante tales manifiestas hostilidades, a las cuales por supuesto habría que sumar también y principalmente las del sistema democrático moderno que no lo quería no solamente por lo metafísico sino además de ello por un cierto nazismo que falsamente le achacaba, colaborando con esto los antes aludidos sectores, tuvimos que encargarnos directamente nosotros mismos de editarlo y acá tengo que recordar la ayuda que a tal efecto nos brindó una persona que ahora no está más entre nosotros, Julio Valdemoros, quien se dedicaba a la edición de libros y que fue el que nos introdujo al tema. Demás está decir que esta labor ha sido casi interminable y me ha llevado casi los últimos 20 años de mi vida y espero que si vivo un poco más poder terminarla traduciendo las obras que todavía quedan como ser la Teoria y Fenomenología del individuo absoluto.
Acotemos que la indagación respecto de las razones por las cuales Evola nunca había sido traducido en sus obras esenciales al castellano las reseñamos en un texto especial titulado Evola en el mundo de habla hispana en donde explicamos que dicho pensamiento era original totalmente y no encontraba puntos de relación. El catolicismo guelfo lo había descalificado por su gibelinismo, formulado especialmente como hemos dicho por su doctrina de la unidad trascendente de las grandes religiones y bien sabemos que el guelfismo es exclusivista pues como dijimos y hoy en día es cuando mejor se lo ve, si tienen que elegir entre un ateo y un musulmán fundamentalista, es decir un ortodoxo respecto de su religión, por ejemplo van a elegir siempre al primero porque con éste no está en disputa el tema exclusivista de la salvación de las almas. Por ello no es de extrañar que acá en la Argentina por ejemplo los güelfos le dieran una gran cabida a la Nueva Derecha de Alain de Benoist que es pagana, pero en un sentido desviado y principalmente postmoderno y antimetafísico de lo que fuera el paganismo y hayan efectuado actividades en común. Se asocia además el hecho del nacionalismo europeo que es la vertiente ‘occidental’ y europeísta y que es pagana por naturaleza pero de lo cual hablaremos mañana mostrando la evolución que ha tenido tal sector una vez que a través nuestro se ha difundido la obra de Evola. Justamente el sector pagano o neonazi que era el que en nuestro país había difundido el texto antes aludido hacía un uso de Evola pero sesgado disociado totalmente de su contexto metafísico y antimoderno, en tanto que tal sector es antimetafísico declaradamente pues considera a tal dimensión como una actitud esquizofrénica y postmoderno como el mismo Benoist lo reconociera expresamente. Este sector una vez que fuera difundida públicamente y a través nuestro la postura metafísica de Evola y su antipaganismo neonazi (Evola como decimos sostenía una postura distinta y metafísica de lo que fuera el paganismo) ha asumido dos posiciones diferentes que queremos destacar aquí: por un lado se encuentran hoy aquellos que con honestidad intelectual, al querer ser consecuentes con su neopaganismo moderno, una vez que tomaron conocimiento de tal realidad, han tomado distancia de Evola y lo han incluso denostado. Entre éstos podemos señalar acá en la Argentina a alguien que firma con el pseudónimo de Santrece y en España especialmente una página de un tal Ferraurons llamada de Filosofía Crítica, que son abiertamente hostiles respecto de Evola justamente en tanto han comprendido finalmente que no es un pensador del propio sector. Con esta gente en el fondo nosotros estamos de acuerdo en el sentido de que su crítica es correcta desde la perspectiva que ellos sostienen. Tienen razón: Evola no es ni nazi ni antimetafísico como ellos y en todo caso es cierto como ellos dicen que se infiltró en el nazismo cuando éste era un movimiento de importancia para tratar de corregirlo y de rescatar desde su seno algunas variables tradicionales que no formaban parte de su esencia. Otro sector en cambio, del que como hemos dicho hablaremos mañana cuando comentemos el nuevo libro en donde lo critica a Guénon, no se ha dado por vencido y se ha abocado a  la tarea de distorsionarlo a voluntad haciéndolo pasar por lo que se creía que era antes, es decir como un autor pagano ‘indoeuropeo’, que es el término usado por ellos, y que es una desviación total de su pensamiento que viene de Adriano Romualdi, un discípulo desviado de Evola, al cual criticara muy levemente debido a su juventud en una reseña crítica de su obra introductoria del autor nazi Hans Günter, La religiosidad indoeuropea. Recordemos que Romualdi murió muy joven en un accidente de tránsito por lo cual no recibió las duras críticas que Evola dirigirá en cambio a otros pretendidos discípulos que también en una desviación similar, como el caso de Francisco Freda que había formulado una adhesión al maoísmo y constituido una corriente risueña como el nazi maoísmo, algo que suena como de lo más grotesco pero que es una muestra clara de las dificultades que Evola tuviera en vida para constituir una vertiente propia. Es de imaginar que si tales problemas éste los tuviera en vida con respecto a la interpretación de su obra, qué nos habría de pasar a nosotros ahora que Evola no está vivo y nos encontramos con personas inescrupulosas que lo distorsionan a voluntad.
De todos modos debemos decir que a pesar del manto de silencio respecto de su obra, en América la misma ha tenido un relativo éxito que a nosotros no puede menos que asombrarnos y enorgullecernos quizás, aunque resulte paradojal más que ello sucediera afuera de la Argentina más que en nuestro mismo país en donde se inició este proceso de hacerlo conocer. Quiero referirme especialmente a Brasil en donde desde hace al menos tres años se vienen realizando encuentros evolianos en dos de los cuales me tocara participar como panelista, no así este año debido a ciertas circunstancias que reseñaremos. Y esta presencia evoliana también la tenemos en otros países como Ecuador en donde años atrás, junto al entrañable amigo Francisco Núñez Proaño, diéramos varias  conferencias sobre Evola en diferentes ciudades y quiero referirme también al Perú, en especial a la ciudad de Cusco, y también quiero mencionar ciertas experiencias evolianas en territorio chileno en donde sabemos de la existencia de un joven abogado que ha hecho una tesis sobre tal autor y que lamentablemente no lo tenemos aquí presente.
Con respecto a lo que acontece en Brasil debemos decir que en tal país simultáneamente con un gran interés suscitado por la figura de Evola, ha existido un lamentable desvío respecto de su pensamiento, parecido ello al fenómeno que Evola conociera en vida con el caso del nazimaoismo de Freda, hoy recreado bajo la forma del nacional comunismo del Sr. Dugin, un nacionalista ruso fanático, expulsado recientemente de la Universidad de Moscú por sus posturas extremas, y que en el mundo ha logrado tener algunos adeptos prometiendo una gran revolución en tanto que su país, Rusia, se habría hecho tradicionalista y al ser además una gran potencia, nos propone a todos subordinarnos a ella, de la misma manera que lo hicieran los antiguos comunistas en la época del stalinismo en tanto creían que la revolución bolchevique en el mundo iba a triunfar en la medida que la Unión Soviética, esa parodia afortunadamente hoy eclipsada, se convirtiera en la potencia predominante. La verdadera ensalada rusa efectuada por el Sr. Dugin de mezclar a Evola con Lenin y con Heidegger nos exime del más mínimo comentario pues lo absurdo de todos sus planteos salta solo a simple vista. Lo que en cambio resulta indignante es que a los encuentros que los simpatizantes de Dugin realizan en Brasil los sigan llamando evolianos y no euroasiáticos que es la ideología asumida por ellos. De cualquier forma queremos decir que no todo el espectro cultural brasileño es duginiano afortunadamente y que el mismo por cierto representa una pequeña minoría aunque activa y con disposición de recursos (aunque no sabemos si, luego de la aludida expulsión de Dugin de la universidad, tal situación perdurará por mucho tiempo), pues la gran mayoría de los amigos brasileños afines al tradicionalismo no son duginianos y la mejor expresión de ello es la presencia aquí del gran estudioso de Evola del Brasil, el profesor César Ranquetat.

Finalicemos ahora esta conferencia manifestando cuáles son los puntos de vista originales del pensamiento evoliano.
Dijimos que una de las principales características es su antiexclusivismo y su universalismo consistente en su rechazo por igual sea hacia el conformismo racista como hacia el conformismo religioso. No es necesario ser católico para salvarse, no es necesario ser de raza blanca para descubrir la dimensión espiritual en uno mismo, el espíritu es libre, es una fuerza y una potencia formativa, sopla y se expresa donde quiere y no está determinado por forma alguna preexistente; debe doblegar en una lucha interna a las fuerzas oscuras provenientes del plano inferior de la materia. Y en tal sentido, así como no se es determinado a ser de una determinada manera: católico, musulmán o ario, tampoco se está obligado a transcurrir de una cierta manera. No hay nadie que escriba la historia por nosotros, somos nosotros los que la hacemos y esto veremos mañana qué es lo propio del tradicionalismo de Evola que lo aparta significativamente de el de Guénon. Los acontecimientos históricos no son fatales, así como no existe la obligación de ser blanco o católico para salvarse o para iniciarse, del mismo modo que no hay nadie que nos ha escrito la historia por la cual tenemos que andar. No hay que esperar pues que se termine solo el kaliyuga para iniciar una nueva edad del oro. Somos nosotros los encargados de ponerle punto final y un broche a estos tiempos terminales.
Y esta postura relativa a una libertad espiritual que no admite ningún tipo de determinismo respecto del sujeto podemos decir también que es el aspecto original del pensamiento evoliano, expresado en su obra primigenia, La Teoría del individuo absoluto, y que lo pone en contraste con los sistemas filosóficos modernos hoy vigentes. La máxima se podría expresar de la siguiente manera: así como no hemos sido obligados a ser de un determinado modo tampoco es cierto que hayamos sido obligados a ingresar a la vida misma y que la existencia sea una cosa que se nos haya impuesto y a la cual hayamos sido lanzados en un acto independientemente de nuestra voluntad.
Releyendo en estos días un viejo apunte universitario de quien fuera nuestro profesor de introducción a la filosofía en la Facultad de Filosofía y letras, el profesor Adolfo Carpio, encontramos  lo siguiente, finalizando sus apuntes, en una exaltación del filósofo Heidegger, del cual el mismo era seguidor, siendo tal filosofía una de las imperantes en dicho medio.
En nuestra época el hombre ha llegado  a una conciencia honda y muy trágica de la finitud de su propia condición… la noción filosófica de existencia es una noción llamada a acabar con esa ilusión del poder absoluto que el hombre se arrogaba a sí mismo. … el hombre no domina su existencia, no es amo de su existencia, sino que ésta es algo que en cada caso se nos ha dado sin habérsenos pedido opinión; yo no he elegido existir, sino que me he encontrado existiendo de pronto. De pronto quiere decir un hecho inexplicable… totalmente irracional, totalmente impermeable a la razón y en circunstancias que no hemos elegido…. La razón no puede dar cuenta de ese hecho  bruto que es nuestra existencia. Cuando preguntamos el por qué esta pregunta carece de respuesta… El hombre se siente impotente ante este hecho… (Carpio, Lecciones de Filosofía)
Pues bien esto es lo opuesto exacto a lo manifestado por Evola. El hombre tradicional se siente en cambio potente ante el hecho de la existencia. A diferencia del moderno él descubre que la misma no es un hecho fatal e irreversible, sino que ha sido elegido por nosotros: hemos sido nosotros los que decidimos estar aquí en un tiempo que se encuentra más allá de éste, en una elección trascendental por la cual resolvimos encarnarnos con la finalidad de obtener un fin superior. Nadie nos lanzó ‘de pronto’ y por casualidad a esta vida, sino que fue una decisión propia y elegida racionalmente. No somos el producto de un mero abrazo nocturno, tal como supone el profesor Carpio y muchos de nuestros contemporáneos que, en función de tal trágica corroboración propia del movimiento existencialista han dado por lo tanto cabida a su secuela final y decadente que es el movimiento postmoderno expresado en el carpe diem y en la muerte de cualquier ideología o meta trascendente. Existir tiene para nosotros un sentido que va más allá de la simple finitud. Pero este sentido no nos lo ha proporcionado nadie, sino que hemos sido nosotros mismos los que lo hemos dado. El existencialismo de Evola es pues más radical que el de Heidegger y Sartre pues estos últimos, si bien no aceptan subordinar la existencia a un ente ajeno a ella misma, la idea, la raza, Brahma, etc., sin embargo lo hacen con la finitud misma, la que llega a tener los mismos caracteres de fatalidad que las entidades a las que antes quedaba mediatizada.
Podemos decir que esta doctrina de la preexistencia, presente especialmente en Evola y recreada justamente en una de sus obras esenciales que es Cabalgar el tigre, representa el aspecto principal de la misma y aquello que lo pone en un plano de verdadera originalidad con respecto a otras formas de pensamiento. Evola es una reacción ante  el fatalismo moderno del cual el existencialismo sea de Heidegger como de Sartre y sus secuelas representadas por el movimiento postmoderno son las nuevas manifestaciones.

 

 Marcos Ghio