EL  VALOR  DE  LA  VIDA

 

          Los acontecimientos se precipitan. Cumpliendo con una ley cíclica los últimos tiempos de una era se aceleran y se transforman en una caída libre.  Se trata de la desintegración de la modernidad. Antes era crisis, después fue decadencia, ahora el edificio se derrumba. Las acciones de guerra llevadas a cabo en París el 13-11 por el Estado Islámico se enmarcan en esta aceleración de los tiempos. Un grupo de ocho heroicos yihadistas conmovió las bases del mundo moderno y llenó de pánico no solamente a París sino también a una buena parte de Europa y de EE.UU.. La orgullosa y opulenta Ciudad Luz, madre del iluminismo y de la revolución francesa, se cubrió de tinieblas. Los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de parlanchines que trataban de dar una explicación de estos sucesos, pero era inútil: no daban con la tecla. Las mentes modernas están tan encerradas en toda clase de ideologías y sometidas a concepciones tan materiales que les impiden toda perspectiva superior, y no advierten que en estos hechos hay un factor religioso, que hay un vínculo con lo sobrenatural, con una realidad que el hombre moderno ha perdido.
     Se suceden los lamentos y los lloros. Desde Obama a Francisco es un coro que clama por las vidas perdidas, puesto que el mundo moderno ha erigido a la vida como el valor máximo, cuando por el contrario, para las doctrinas tradicionales, metafísicas y religiosas la vida en esta tierra es un tránsito para ganarse la inmortalidad en el “post mortem”. En consecuencia la vida carece de  valor si no está orientaba hacia lo sobrenatural y se tiene presente a Dios en todos los actos de la cotidianeidad. No lamentamos pues para nada a los muertos en esas acciones de guerra, que en forma despectiva y peyorativa los modernos califican de “atentados terroristas”. Y en última instancia no son más que legítimas respuestas a los salvajes bombardeos que las potencias mundiales llevan a cabo contra el EI.
     En el comunicado del Estado Islámico está claramente presente el espíritu religioso que animó a los heroicos jóvenes, que, dice el comunicado, “se apartaron de la vida mundana en apoyo de su religión” e hicieron temblar a París, “capital de la prostitución y del vicio”.
     Dice también el comunicado que atacaron el teatro Bataclán donde centenares de paganos asistían a un concierto de “prostitución y vicio” a cargo de una banda yanqui de “heavy metal”.
     Del comunicado del Estado Islámico rescatamos dos apreciaciones de orden militar y estratégico que pueden ser muy útiles en la actual guerra de civilizaciones. Una se refiere al hecho de llevar la guerra al territorio enemigo. Las agresiones de los imperialismos modernos se han basado en agredir en tierras ajenas sin que la población propia sufra la guerra y se mantenga ajena a los campos de batalla. La caída de las Torres Gemelas, Atocha, el subterráneo de Londres y ahora París nos indican la importancia que tiene luchar en la propia casa del enemigo con el consiguiente temor y miedo de la población local. Ello constituye una importante arma psicológica que sin duda alguna debilita, máxime en poblaciones carentes de toda concepción superior del mundo y de la vida.
     La otra apreciación de orden estratégico es la mención que hace el comunicado de la inutilidad de la aviación en las calles y callejones de las grandes ciudades con población propia como es el caso de París.
     Finalmente hagamos una crítica al documento. Se refiere a la mención que se hace de Francia como “conductora principal de la Cruz en Europa”. Desde hace siglos Francia no conduce ninguna Cruz. Por el contrario es fundadora del mundo moderno y enemiga del catolicismo gibelino que sostenemos. Esto de ningún modo invalida la acción heroica llevada a cabo por los ocho yihadistas a quienes rendimos nuestro homenaje y que se han ganado la inmortalidad.

San Carlos de Bariloche, 16 de noviembre del 2015.

JULIÁN  RAMÍREZ