Auctoritas gentem creat

 

"En estos conflictos se pone de manifiesto que el Estado no ha nacido por el miedo a la guerra y como una institución protectora de intereses individuales egoístas, sino que, inspirado en el amor a la patria y del príncipe, constituye, por su naturaleza eminentemente ética, la aspiración hacia más altos ideales." Friedrich Nietzsche

El desafío que se nos presenta en la forma que debe adquirir el Estado en este nuevo siglo es toda una proeza. Mucho se habla de los fundamentos económicos, que en rigor de verdad resultan secundarios, y nunca faltan los términos "estado ausente" o "estado presente", depende de si se habla mal del otro o bien de uno mismo. Ciertamente ambos términos me parecen sino demagógicos, cuanto menos denotan ignorancia, ya que en su naturaleza, el Estado no se lo puede calificar como "ausente" o "presente" según el aspecto sesgado el cual se quiere abstraer como si se tratase de la totalidad de la cuestión; en síntesis, el Estado "es", y de ello no hay duda alguna, en todo caso, se podría hablar de que realiza tales o cuales funciones en un momento, y en otro momento, otras. Me gustaría referirme a los fundamentos ontológicos del Estado, y a dar una batalla en tal terreno contra otras tendencias que resultan disgregadoras en última instancia, o al menos, conflictivas. En primer lugar, tener cuidado con la noción de "contrato" como una idea fundante, ya que presupondría un colectivo que se agrupa en torno a crear una entelequia llamada "Estado". Las ideas contractualistas tienen diversidad de tendencias, ya veíamos a Hobbes con su Leviatán, justificando el dominio absoluto del Estado como elemento soberano capaz de producir muerte y dejar vivir, como luego Foucault lo definiría, apartir de lo cual se da el último manotazo de ahogado de la última sociedad en la cual primaría lo jurídico, pues el cauce que eligió la destinaría a perecer tarde o temprano; luego tenemos la sociedad liberal y el comienzo de un sentido normalizador, que se rige por criterios extra-jurídicos, siendo el contrato jurídico una herramienta que el grupo justifica para sí mismo; luego tenemos la famosa tendencia democrática directa de Rousseau, de la cual se desprendieron a su vez una diversidad de tendencias estatales, algunas conservadoras tendientes a limitarlo mediante la disgregación del poder, como es el caso del Partido Republicano estadounidence, cuya línea fundacional ha quedado intacta más allá de variar en los métodos. También de Rousseau han aprendido las tendencias socializantes como elementos marxistas, desde la vuelta a la naturaleza y la sociedad "de la madre" que propone Engels en "La sociedad, la familia y el estado", donde también incurre en la apreciación contractual, donde el Estado es una mera entelequia administrativa, pero que tarde o temprano molesta, ya que fue posible en algún momento organizarse sin ella de manera más o menos efectiva, según él. Lo curioso es que el nazismo no se ha perdido de pertenecer a la idea contractual, de hecho es desde una perspectiva similar a la rousseaniana de democracia, que Carl Schmitt aborda la definición de nación como una pre-existencia al elemento estatal. Schmitt suscribía plenamente a la noción colectivista de nación y no sólo como concepto, sino también como fundamento ontológico del Estado, esto es, para él "nación" es una pre-existencia que sobrevive al tiempo y al espacio inclusive, y que constituye la síntesis del "pueblo". Curioso resulta que una tendencia abiertamente de extrema derecha pudiera tener coincidencias con otros elementos de extrema izquierda en algunos puntos, como lo son el pesimismo contractual, y a su vez, la desconfianza por el sentido ontológico estatal, por lo cual prefieren resguardarse en el fundamento colectivo, más que en una acción política personal que sea fundante. Pero en cambio, podríamos referirnos al Estado en su plena condición ontológica como aquello que funda la nación. Lo cual tiene que ver, de hecho, con el sentido histórico que ha tenido la fundación estatal, como explicaría Nietzsche, en el caso del Estado helénico, se compone de personalidades que le dan un fundamento soberano al grupo. El carácter fundacional del Estado no se agota en lo histórico, sino que comprende algo mucho más profundo, se trata una fundación desde la idea misma de su autoridad, es decir, la capacidad soberana de organizar. La idea contractual ha traído una diversidad de problemas en su aplicación, y en un contexto de sociedad normalizadora como en la que vivimos donde vale más la jurisprudencia que el imperio de la ley, los afectados pueden sentir rechazo y exclusión, a veces, por el mero incumplimiento de las mismas leyes en el cual las autoridades ilegítimas reproducen las reglas del grupo, sin detenerse a juzgar apropiadamente. Bien sabemos que la característica primordial del colectivismo es la tendencia a normalizar conductas sociales en función de la reproducción del grupo, es decir, hay un retorno a lo primitivo. Por otra parte, se podría abordar la perspectiva estatal, desde las individualidades personales, desde la conformación de la unidad nacional a partir de un fundamento de autoridad soberana que respete el sano ejercicio político, que pueda dar a dicho arte el dinamismo necesario bajo los requisitos normativos apropiados que nos puedan brindar las mejores expresiones de gobierno, y no que sea algo meramente librado al azar, ni a la falta de criterios selectivos. Por tanto, podemos adherir a Nietzsche cuando critica la postura de Rousseau, quien quería volver a la naturaleza esencial. Nietzsche allí reconoció que en eso tiene razón en parte, pero no en cuanto a lo primitivo, sino a lo primordial, que tiene que ver con devolver al ser humano la altura cualitativa que ha perdido dentro del contrato donde todos figuran como "iguales", la línea divisoria es clara, se trata de primar lo cualitativo, pero no excluyendo lo cuantitativo como se haría de forma inversa, sino subordinándolo. Así como también, el colectivismo pone en tensión irresoluble al individuo con el grupo, el personalismo los reconcilia, haciendo que el individuo en lugar de negarse, se afirme y se integre en el grupo, para poder superarlo y ser independiente de él. El fundamento estatal de las sociedades que han vencido lo más negativo de sí, no son quienes han sabido barrer el polvo bajo la alfombra, sino por el contrario, han tenido la determinación de transformar los aspectos que a priori podrían ser negativos en una fuerza bienhechora, como en el caso helénico, donde el egoísmo era impulsado por una competencia que brinde lo mejor a la consolidación estatal, de manera que no se caía en la superstición liberal de que las cosas se arreglan solas buscando el propio beneficio efímero, sino por obra y voluntad de las grandes personalidades que querían explotar lo mejor de sí y realizarse en función de lo estatal; he allí la diferencia con el liberalismo, en tales sociedades se tenía una fuerte noción de constituir el ser, de construcción de subjetividad en función de integrar el conjunto, pero para lograr independencia del mismo, allí radica una verdadera práctica de libertad. Dicha libertad se comprende siempre en el marco de ideales que aspiren a lo alto, es decir, la autoridad estatal no sirve como un mero administrador de insumos, sino más aún, como un elemento que representa esa práctica de libertad en su forma más plena, dentro de los criterios normativos que ya se dijeron, representa esa unidad de los estratos sociales en su aspiración a ideales grandes y profundos. En esto que se entienda bien, el Estado funda la nación como unidad viviente de los elementos del pueblo, mientras que a su vez, constituye el centro de libertad radiante, como si se tratara de un sol, que poseyendo luz propia irradia de luz al conjunto de planetas; de la misma forma es la libertad la que se fundamenta desde la práctica soberana, primero con uno mismo, y luego en grados, con el resto. Lejos de ser económico, el fundamento del Estado que nos interesa es más bien de carácter ontológico, y constituye la entidad que crea la nación en su necesidad de darse no sólo vida, sino también existencia en un plano mayor, es decir, poseer aquella luz propia.

 

Lucas Cianfagna.-