A 100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

MEINVIELLE Y EVOLA: ANTICOMUNISMO GÜELFO O GIBELINO




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Esta charla versará sobre las relaciones existentes entre dos formas distintas de concebir el anticomunismo y por extensión las causas últimas que originaron el movimiento iniciado en Rusia con la Revolución de 1917, de la cual se cumplen en estos días los 100 años. La razón de esta diferencia esencial deriva de un conflicto originado en la alta Edad Media entre güelfos y gibelinos y en el que, de acuerdo a nuestro punto de vista, se encuentra la explicación última de la decadencia que hoy vivimos por lo que a partir de allí se abren aun en la actualidad dos perspectivas antagónicas. Por tal razón, en ocasión de presentar la obra de Julius Evola a nuestra lengua, Escritos sobre el comunismo, la pondremos en contraste con lo que otro autor de extracción güelfa a quien conociéramos en vida, el padre Julio Meinvielle, escribiera sobre el mismo tema.



1) La degradación académica de la Carrera de Filosofía en la UBA




Corría el año 1971 en que como estudiante cursaba la carrera de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Así como los estudios de Medicina debían entregarnos el conocimiento del orden y de las leyes que regían al cuerpo humano, los de Derecho respecto del ordenamiento jurídico de una Nación, yo reputaba en ese entonces que la Filosofía debía ser una disciplina coherente con el significado último de su palabra, es decir amistad o preparación para alcanzar la Sofía, esto es un saber trascendente y metafísico accesible a las esferas superiores del Yo y del espíritu. Sin embargo henos aquí que desde sus mismos comienzos de la carrera éramos bombardeados y torturados con un monótono palabrerío heideggeriano cuya función última era la de convencernos, a través del aturdimiento provocado por un lenguaje oscuro y muchas veces inconsistente, de nuestra condición de seres finitos y temporales, y como reacción a ello cuando no del no menos deletéreo lenguaje marxista leninista, el cual, además de su coincidencia con lo anteriormente manifestado, resultaba aun más destructivo en tanto que proclamaba una forma de combate abierto y ‘dialéctico’ en contra de los remanentes de la metafísica, es decir en contra de lo que fuese superior a lo meramente humano. 

En ese entonces la Carrera de Filosofía de la UBA había sido modelada por los discípulos y seguidores de Carlos Astrada, un notorio filósofo argentino del pasado siglo que estudiara en Alemania con Heidegger y que al mismo tiempo adhiriera en vida al marxismo leninismo y, en las últimas etapas estando ya retirado de la enseñanza, al maoísmo más crudo y virulento. Su importancia entre otras cosas estriba en habernos señalada las grandes cercanías que existen entre ambos pensadores Marx y Heidegger, a los cuales erradamente, desde el campo de lo que ha dado en llamarse el pensamiento alternativo, se ha querido contrastar. Recordemos que hoy en día Alain de Bénoist, Dugin, así como distintos exponentes del pensamiento católico vernáculo se califican como heideggerianos. Y al respecto digamos que se conserva de Estrada una importante conferencia brindada en 1933 que se titulara ‘La praxis en Heidegger y en Marx’ y que fuera reeditada en un libro titulado ‘Martín Heidegger’, Buenos Aires 1970, pgs. 163 y sig.. A través de la misma puede constatarse cómo Heidegger y Marx eran la falsa alternativa que se formulaba en ese entonces en la facultad.

De la misma extractamos los siguientes pasajes. En Heidegger hallamos las siguientes semejanzas con Marx:

1) Primacía de lo práctico, de lo económico, sobre lo teórico. ‘El hombre, como bien lo ha visto Heidegger, existe como teorético de la práctica. El mundo de los fenómenos es inferido, no por la consideración teorética, sino por la actividad manual del hombre…. Este hombre, que por una necesidad pragmática existencial, infiere y toma posesión de las cosas de su ámbito inmediato es el homo oeconomicus de Carlos Marx. Éste nos ha dicho en una de sus Tesis sobre Feuerbach (la II), que ‘la cuestión de saber si el pensamiento humano puede llegar a una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino práctica. Es en la práctica donde tiene el hombre que probar la verdad de su pensamiento’. El pensamiento tradicional en cambio, en absoluta antítesis de la degeneración heideggeriano marxista, sostiene la primacía de lo teórico sobre lo práctico del homo sapiens por sobre el homo oeconomicus o faber.

2) Heidegger coincide con Marx asimismo en su modo de comprender la historia. Para este último la existencia humana es una existencia primariamente histórica. La historia es, según Marx, la categoría fundamental del ser humano. No otra es, ya en una dimensión estrictamente ontológica y definida, la interpretación de la historia –de la vida histórica- que nos ofrece Heidegger. La historia no es para éste una cosa pasada… El sentido esencial de la existencia humana es su historicidad. Por historicidad debemos entender un sujeto que no es acósmico, sin mundo, sino histórico por participar de la historia, en tanto es un ente que está en el mundo.’

Es decir que, sea Marx como Heidegger, reducen al ser humano al factor histórico y mundano, no existe para el hombre algo que vaya más allá de la historia, del tiempo y del mundo. Del mismo modo que la praxis, comprendida como la oscura necesidad determinada por la economía, es el destino del hombre para ambos pensadores. El pensamiento tradicional en cambio en absoluta antítesis en metahistórico, meta mundano: representa lo opuesto exacto de tal filosofía decadente y moderna.



3) Y agrega: ‘El mundo no constituye para el hombre una cosa presente (y estática) que desde una perspectiva teorética llega a ser objeto de su consideración, sino que este mundo es inferido y descubierto como sustrato y complejo de sus preocupaciones de índole pragmática existencial. No se trata de una interpretación teorética del mundo creado, sino de modificarlo, recrearlo para apropiárselo conforme a una finalidad.’

Una vez formulada la primacía de lo práctico sobre lo teórico (por lo cual el ingeniero es superior al monje y el obrero lo es respecto del intelectual o del contemplativo), al revés exacto de la metafísica tradicional para la cual es lo teórico lo que prima sobre lo práctico, sólo resta adherir a la otra consecuencia del marxismo que es la superioridad y primacía de lo social, ‘del pueblo’, y en última instancia de la masa sobre la persona. Veamos:

4) ‘Es una de las comprobaciones fundamentales de Heidegger que el existir es un existir con otros, un coexistir…. La existencia es un acaecer con otros, un coacaecer determinado como destino. ‘Con esto, dice Heidegger, designamos el acontecer de la comunidad, del pueblo’. … De este modo Heidegger rompe con los postulados del idealismo…. Éste hizo de un sujeto acósmico, sin mundo (sin los otros que nos determinan con sus votos) la sustancia pensante. El yo era para el idealismo (y para toda la filosofía anterior) la base de la filosofía. Heidegger disuelve la sustancia pensante en las estructuras de la existencia, reduciéndola a mero momento inmanente de ésta. Destruye la supremacía del yo (es decir impone a la masa como sustituto, convierte el conocimiento en social y no en individual o personal) en torno a la cual se había centrado la filosofía anterior a él. ‘La sustancia del hombre, nos dice, no es el espíritu como síntesis de cuerpo y alma, sino la existencia’ (y ya hemos visto que la existencia es un existir con otros, entidad ésta que suplanta a lo que es nuestro espíritu propio, para convertirnos en sujetos perfectamente masificados o socializados). En cambio para el pensamiento tradicional en antítesas exacta con esta anomalía, la persona, es decir aquel individuo libre que ha superado los límites ‘sociales’ y masificadores de la especie es superior a ésta. Trascender a lo social bajo la forma de masa y pueblo, modelarlo y no ser modelado por éste, esto es ser persona cuyo paradigma superior es dado por el Estado concebido como ente formativo.

5) El punto de partida de la filosofía de Heidegger, ahincado en la determinación del ser de la existencia humana en relación a su mundo circundante (nuevamente es el mundo circundante el que determina como un destino a mi existencia) implica (como no podía ser de otra manera) una radical ruptura filosófica con la tradicional posición antimaterialista y humanista liberal de las épocas anteriores.

Digamos que en todo caso termina con lo poco de bueno que podía haber tenido aun el liberalismo que era considerar que el hombre era un sujeto libre no determinado por la masa y por el mundo de la producción y el trabajo.

Por último Astrada reconoce que, una vez arribados a estos acuerdos esenciales, sin embargo los caminos de Heidegger y Marx se bifurcan. Marx fue más coherente que el existencialista alemán en llevar la praxis hasta sus consecuencias finales a través de la militancia revolucionaria en la Internacional comunista, en cambio Heidegger quiso, a partir del descubrimiento del Dasein, reconstruir la metafísica con los resultados conocidos.

La Facultad se encontraba dividida en ese entonces entre quienes como producto de tal bifurcación se lanzaban a la militancia comunista en donde aplicando la filosofía de la praxis trataban de destruir el orden burgués, es decir llevaban a cabo los mismos postulados ínsitos en la filosofía de Heidegger o por lo contrario se dedicaban a ‘reconstruir la metafísica a partir de tales descubrimientos’. En realidad lo que habría que decir sería que se abocaban a destruir lo que quedaba de metafísica sumergiéndola en el parloteo insulso con el cual se torturó a una generación entera (la nuestra) con la estéril lectura de Ser y Tiempo. Los marxistas criticaban con razón que los heideggerianos eran ‘apolíticos y asexuales’. Pero lo que no nos decían era que las dos acciones eran concurrentes. En un primer caso, con Heidegger, se trataba de destruir la Metafísica negando lo esencial de ésta, es decir la posibilidad de conocimiento de una realidad extrafísica, extrahistórica, extramundana, para convertirla en una actividad estéril y onanista. Tal reconstrucción consistía en demostrarnos la impotencia de la razón humana en poder alcanzar tal dimensión superior que el marxismo negaba en cambio a través de la acción revolucionaria.



2) Mi encuentro con el padre Meinvielle




Era en ese entonces de los pocos que, además de percibir la profunda decadencia de nuestra sociedad buscábamos explicaciones que fueran más allá de ésta, que no se sentían satisfechos ni con la historia ni con las doctrinas convencionales que se habían impuesto y que nos querían convencer de que todo lo que nos rodeaba se trataba de un progreso y de una evolución y que intentaba, a diferencia del resto, de buscar en la metafísica algo más que un problema, que una simple divagación a ser evitada o superada como si se tratase de una enfermedad con despliegues de racionalismo y de cientificismo, sino una realidad al mismo tiempo perceptible y perteneciente a un plano superior. 

Fue así como, en medio de tanta rutina, hubo alguien inesperado que me invitó un día a concurrir a unos cursos de lectura de la Suma Teológica, ese texto tan vituperado por lo dogmático y ‘poco filosófico’, a cargo de un sacerdote muy conocido en aquella época, el padre Julio Meinvielle, quien se había hecho notorio por haber sido el inspirador doctrinario de grupos nacionalistas radicalizados. Dejando a un lado las prevenciones que hubiesen podido surgir de la fama que rodeaba a su figura, me aboqué en ese entonces, simultáneamente con la asistencia a sus cursos, a la lectura de sus principales obras y si bien debo confesar que algunas de ellas, como la misma Suma, me resultaron esquemáticas en tanto signadas por un acrítico dogmatismo teológico que indudablemente no compartía por mi formación filosófica, hubo dos de ellas que me parecieron realmente sugestivas y de interés; éstas fueron El comunismo en la revolución anticristiana y El poder destructivo de la dialéctica comunista. En las mismas se formulaba una concepción organicista del orden social, diferente en un todo del historicismo marxista o heideggeriano en boga en esos tiempos. Encontraría allí por primera vez un enfoque que más tarde con los años hallaría de manera más perfeccionada en René Guénon y en Julius Evola, pero no por ello de inferior calidad. La sociedad, nos decía el sacerdote, lejos de representar un producto mecánico o histórico de corte evolutivo, era algo así como un macrohombre que se expresaba históricamente. Y así como el ser humano se encuentra compuesto de dos elementos esenciales que son el cuerpo y el alma, en tanto expresiones de la materia y del espíritu, de la misma manera sucedía con la sociedad humana que, en tanto era concebida como el hombre manifestándose, su buen funcionamiento acontecía cuando lo superior, en este caso la función espiritual, era lo que gobernaba a lo inferior, es decir lo proveniente del mundo material, sucediendo de la misma manera que en un hombre que se encuentra ordenado, que es aquel en el que la razón gobierna a los impulsos provenientes de su cuerpo. A su vez nos hacía notar que en ambas dimensiones se expresaban dos funciones solidarias. En la parte espiritual nos encontrábamos con la cognosicitiva, es decir la racional, y con la activa relativa al plano de la voluntad, siendo una vez más una naturaleza ordenada aquella en donde la primera dirige a la segunda; y de la misma manera acontecía en el ámbito material, es decir en lo perteneciente al plano de la economía, en donde existe una función encargada de dirigir y planificar y otra de ejecutar las órdenes y orientaciones recibidas. De este modo socialmente, en tanto que cuatro son las funciones que existen en el hombre, dos pertenecientes al plano del espíritu y dos al de la materia, nos encontramos también con cuatro castas o tipos de hombre diferentes de acuerdo a la función que prime en cada uno de ellos y en donde dos de ellas pertenecen al plano espiritual y político y las otras dos al de la economía. 1) La casta de los que saben o contemplativos, en este caso el sacerdocio, en tanto el hombre es un ser abierto a la trascendencia que es su fin esencial y el motivo por el cuál éste existe; 2) la de los volitivos, los políticos o guerreros, que son los encargados de realizar lo que el sacerdocio contempla y finalmente las clases económicas, es decir las vinculadas al plano de la materia. En primer lugar, en tanto aquí también lo cognitivo tiene primacía sobre lo meramente ejecutivo, tenemos primeramente a 3) la burguesía o clase empresaria encargada de dirigir el proceso productivo y 4) la proletaria o casta ejecutiva que es la que debe llevarlo a cabo.

Una sociedad bien ordenada es aquella en la que cada parte cumple con la función que le corresponde por naturaleza orientando y dirigiendo a su vez a aquella que le resulta inmediatamente inferior, de la misma manera de lo que acontece en un organismo humano en donde es el cerebro el que dirige al resto del cuerpo a pesar de no tener un movimiento propio y a su vez cada elemento integrante del mismo lleva a cabo la función que le corresponde. Ahora bien, aplicando siempre el principio de analogía, las cuatro funciones propias de un hombre singular, en tanto se convierten en castas a nivel social, a su vez pueden también constituir tipos de sociedades o Estados diferentes de acuerdo a que impere cualquiera de éstas. Si bien la sociedad ideal es aquella en donde lo espiritual gobierna a lo material en una justa subordinación de conocimiento y acción, es posible también concebir que tal orden pueda trastocarse, tal como ha ido aconteciendo a lo largo de la historia. Para que se produzca el paso descendente de un tipo de sociedad superior en que gobierna una determinada casta a otra de menor jerarquía debe acontecer el hecho conocido con el nombre de Revolución que significa un cambio abrupto y repentino por el cual se pasa de un orden más alto y elevado a uno más bajo dirigido por la casta que es inmediatamente inferior. Y una vez más, en tanto que cuatro son las formas de sociedad de acuerdo al imperio de cada una de las castas, hay solidariamente a ello tres tipos posibles de Revolución.

1) O que la casta política y guerrera se insubordine en contra de la sacerdotal, y esto es lo que se conoce como el absolutismo monárquico, que es cuando un poder se ejerce intempestivamente sin recibir una consagración proveniente de lo alto. 

2) O que la casta económica burguesa lo haga en contra de la política y guerrera y tenemos el liberalismo implantado por la Revolución Francesa. 

3) O finalmente que la casta proletaria, esto es la más baja del espectro social, desplace del poder a la burguesía y entonces tenemos el comunismo implantado a través de la Revolución Rusa respecto de la cual se han cumplido este mes 100 años.

A todo esto podemos también señalar varios hechos concurrentes que acontecen en todo proceso de Revolución. Siempre sucede que cuando una casta se subleva en contra de la que le resulta superior se apoya sobre aquella que es más baja de sí para poder desplazarla. Por ejemplo cuando el rey se sublevó en contra del orden tradicional representado por la aristocracia feudal y el sacerdocio, lo hizo apoyándose en la burguesía, es decir en la clase de las ciudades que aportará los funcionarios en las actividades administrativas del poder y luego, una vez que la aristocracia fuera suprimida, la burguesía que se incrementó gracias al centralismo monárquico, vio allanado el camino para tomar el poder y para ello una vez más buscó el apoyo de la casta inferior, el proletariado o plebe, que casualmente como clase social fue una creación de la misma burguesía. Fue ésta la que a través del sistema capitalista despobló los campos y suprimió corporaciones de artesanos generando así un verdadero ejército de obreros llamados proletarios por oposición a propietarios en tanto que su único patrimonio era la prole abundante. Tal como dijera en su momento Marx, la burguesía al crear al proletariado y utilizarlo como fuerza de choque en contra del poder absolutista del monarca sentó a su vez las bases de su propio proceso de disolución pues habría de ser más tarde el mismo proletariado el que se tomaría la revancha desplazando a la burguesía del poder a través de la revolución comunista que representa la última forma de sociedad posible y por lo tanto el grado extremo y final de la decadencia social.



2) Las diferencias entre Meinvielle y Evola


Arribados a este punto podemos decir que de aquí en más aparecen las primeras importantes diferencias que separan radicalmente a dicho autor del pensador italiano Julius Evola cuya obra hoy presentamos. En primer lugar cuando Meinvielle, luego de tal descripción, debe explicarnos las razones de este proceso revolucionario que abarca todas estas etapas sucesivas, acude para ello al auxilio de la teología. La sociedad católica por él descripta como modelo ejemplar y paradigmático es la que primara en la Edad Media que constituyó el orden cristiano más perfecto que Dios creara en la Tierra en tanto representa el producto de la revelación por lo cual ésta se erigiría como un hecho nuevo no teniendo ningún antecedente, sino apenas prefiguraciones que lo podían haber insinuado. Sin embargo no es en la historia en donde se concluyen los planes de Dios, los que en última instancia no son para esta vida, sino para la futura. El devenir humano temporal tiene simplemente el significado de una prueba, de un camino emprendido con la finalidad por parte de Dios de crear un tipo de hombre capaz de poder reinar con él en el Cielo y gozar de su plenitud. La historia entraría pues en los planes de la creación la que no ha concluido con Adán sino que se completa con Cristo que es el hombre paradigmático elevado a una condición superior en tanto destinado a contemplar a Dios y gozar de su perfección.

Vistas las cosas desde tal perspectiva el autor comprende a la Revolución como un proceso concebido como un combate metafísico entre fuerzas celestiales y demoníacas destinadas estas últimas finalmente al fracaso en tanto que Dios las utilizaría para fines que las trascienden y en este caso su acción se reduciría en última instancia a la fragua de una casta de elegidos a disfrutar de la plenitud divina y cuya cifra y cantidad ya ha sido dispuesta con antelación. Dice al respecto el sacerdote: «Dios elige desde la eternidad a los que quiere salvar… Dios ordena de un modo eficaz las cosas de la historia para que los predestinados que han sido escogidos para la gloria obtengan ese fin infaliblemente… La historia de los hombres ha de terminar cuando sea completado el número de los escogidos por Dios quien tiene fijado de antemano el número de sus predestinados… y la razón de ser de toda la historia es hacer posible la eterna salud de estos predestinados. Cuando se obtenga aquel número, la historia pierde su razón de ser y alcanza su fin» (El comunismo en la revolución anticristiana, pg. 27). Es decir entonces que el mal en el mundo, las revoluciones que han sido inducidas y producidas por una fuerza demoníaca, no resulta en última instancia algo ajeno a los planes de Dios, sino que éste en el fondo lo habría querido en tanto que les resultarían necesarias para sus objetivos últimos; el demonio tampoco sería un ser libre sino que simplemente habría obtenido una licencia por parte de éste para actuar y, si bien puede seducir a un conjunto de seres, su libertad será limitada (y por lo tanto no será tal) en la medida que no lo podrá hacer nunca con los elegidos por Dios los cuales en todo caso, gracias a sus intrigas y acciones de las que éstos resultan gananciosos, son probados y fraguados por éste. Tal como veremos es en esto último en donde se funda la gran diferencia entre güelfismo y gibelinismo, entre Meinvielle y Evola, a pesar de que en ambos casos se acepta un enfoque organicista e involutivo del devenir histórico. La oposición principal estriba respecto de si es cierto que Dios ha predestinado a quienes se van a salvar, secuela esta última que conduce directamente al protestantismo, o si en cambio es el hombre el que se forja el propio destino en tanto que su naturaleza no es en el fondo y sustancialmente diferente de la del mismo Dios, tal como sostiene el gibelinismo.

El otro problema que se plantea en el esquema de la historia de Meinvielle a la que calificamos sin lugar a dudas como una de las expresiones más lúcidas del güelfismo es el siguiente. Si la historia existe en función de los planes de Dios por los cuales quiere fraguar a una estirpe de elegidos encargados de compartir con éste su inmensa perfección, sucedería que la sociedad cristiana desaparecería definitivamente una vez que se hubiese consumado este objetivo y el comunismo, la última etapa de tal sociedad en su proceso de disolución, por lo tanto pasaría a convertirse en un instrumento final y último utilizado para tal logro NO HABIENDO MÁS NADA POSTERIOR AL MISMO. Por lo cual, una vez consumadas todas sus posibilidades, al producirse su caída, se terminaría propiamente la historia juntamente con el del mismo comunismo. Sin embargo encontramos ciertas contradicciones que aparecen en su concepción. Si por un lado el autor manifiesta que «Todo parece indicar que la Cristiandad está a punto de despedirse de la historia y con ésta también desaparecerá el cristianismo. Entonces vencerá el Hijo de la Perdición (o Anticristo).» Y tras lo cual no tendríamos más nada que hacer pues el futuro ya estaría marcado y lo que nos restaría entonces sería remitirnos a ver, sin embargo, a pesar de ello nos agrega seguidamente un pasaje que a nuestro entender incrementa la confusión y explica ciertas desviaciones de sus principios que se verán notoriamente en sus seguidores actuales. Nos agrega pues: «Sin embargo pensamos que antes de retirarse de la Historia, la Cristiandad tendrá un reflorecimiento extraordinario que ha de coincidir con la plenitud de las naciones adentradas en la Iglesia». (pg. 174, ibid.) Es decir que no concluiría necesariamente la historia con el triunfo y posterior final del Anticristo y de su manifestación última que es el comunismo y por lo tanto aconteciendo en ese mismo momento el final de los tiempos, sino que como una especie de despedida, a la cual quizás estaríamos invitados, acontecería un período de bonanza espiritual y de renacimiento de la sociedad cristiana que se produciría justamente luego del final del comunismo. Acotemos que esta última parte fue dicha como un agregado del texto en 1973 a pocos meses de producirse el deceso de Meinvielle y a nuestro entender representa una verdadera y propia contradicción que, como veremos, se sumará a otras no menos significativas. No se entiende aquí por cuál razón, si Dios ha alcanzado ya el número de predestinados para reinar con él en los Cielos pueda preocuparle entonces un reflorecimiento de la Cristiandad en el mundo y, aun prescindiendo por un instante de esta incongruencia, nos preguntamos: ¿dónde es que se puede percibir que se está produciendo aunque fuere un atisbo de un proceso de plenitud de naciones adentradas en la Iglesia cuando es notorio cómo ésta -y el mismo Meinvielle lo reconociera en vida- se ha volcado ya en forma definitiva en las fauces del mundo moderno? 



3) El comunismo visto por ambos autores



Dejamos para el final una consideración sobre estas últimas incongruencias del filósofo güelfo y las secuelas a las cuales conducen tales reflexiones retomando ahora el tema del comunismo, en lo cual sin lugar a dudas se ha destacado respecto del resto en nuestro suelo, poniéndolo en relación con la obra de Evola que hoy presentamos y mostrando sea las coincidencias como las diferencias existentes entre ambos como una expresión clara del antagonismo entre güelfismo y gibelinismo.

Sea Meinvielle como Evola señalan en el comunismo una serie de aspectos significativos partiendo ambos de la doctrina de la división cuatripartita de la sociedad, aunque es de destacar que, a pesar de tal coincidencia esencial, desde la perspectiva evoliana nos hallamos aquí con una postura antitética y antagónica respecto de lo que podría calificarse como el origen mismo de la decadencia. Es cierto que el mismo se originó en el siglo XIII en plena Edad Media, pero no fue en la segunda mitad con la insubordinación del monarca absoluto en contra del papa, es decir la tesis güelfa, sino en cambio cincuenta años antes con lo que se conociera como el conflicto por las investiduras y por el que se abrieran en la historia dos posturas opuestas: el güelfismo, representado aquí por Meinvielle, en detrimento de la otra perspectiva, la tesis gibelina, que en nuestro tiempo lo tiene a Julius Evola como su exponente principal.

I- Al ser la última de las revoluciones posibles, el comunismo expresa elementos peculiares y más extremos que las anteriores, en especial respecto de su antecedente inmediato que es la Revolución Francesa. Si en esta última sus protagonistas fueron como arrastrados por la misma revolución la que los fue devorando hasta convertirlos en simples piezas intercambiables movilizadas por una fuerza impersonal, la que en última instancia fue la que la condujo hasta su consumación, esto no es en cambio lo que ha sucedido con la Revolución Rusa. En ésta se produce algo así como una asimilación estrecha entre sus ejecutores y la misma fuerza impersonal que la condujo. En el análisis del maquiavelismo (en el mal sentido del término) propio de sus protagonistas principales, Lenin, Trotsky y Stalin, está presente este sentido último. Para ellos la conquista del poder representa la meta esencial y en función de esto no escatiman esfuerzo alguno y no tienen escrúpulo de ningún tipo en renunciar a principios en aras de tal meta principal. Esto diferencia significativamente a tales protagonistas de los grandes ejecutores de la Revolución Francesa, como Robesperre o Danton, en todos los casos personas apegadas hasta el fanatismo a ciertos principios por cuya fidelidad pagaron con su misma vida. La diferencia que se establece constantemente entre táctica y estrategia en el comunismo es la excusa principal para aplicar los métodos más siniestros en donde no se ahorran vidas humanas, cuando se expresa sin rubor que «Moral es aquello que favorece a los intereses históricos del proletariado e inmoral lo que en cambio lo perjudica» (Trotsky, Leur morale et la notre, París 1938) y a tal respecto resulta notorio cómo el comunismo ruso para, perpetuarse en el poder, ha llegado a matar a más de 100 millones de personas en los territorios en donde alcanzó a instalarse. Es decir que si han transcurrido 100 años de comunismo (luego explicaremos que aun con denominaciones cambiadas el mismo sigue existiendo) el promedio ha sido de un millón de muertos anual. 

A su vez ambos resaltan que la gran victoria del comunismo que vislumbran en su tiempo como algo casi irreversible, se basa en el hecho de haber logrado que no se perciba la astucia diabólica que lo informa por parte de las naciones que no lo son, como el caso de las pertenecientes al Estado burgués o Tercer Estado aun cuando la misma resulta a todas luces notoria, por lo que en unanimidad consideran que, en razón de tal superioridad denotada en el terreno de la acción, el comunismo ya tiene la partida ganada. Es notorio al respecto recordar la famosa frase de Lenin cuando se le preguntaba qué hacer, éste contestó con esta criminal sagacidad. ‘No se aflijan que cuando no tengamos futuro por delante y las cosas nos vayan muy mal iremos por la burguesía y la ahorcaremos con una soga’. A lo cual alguien le preguntó con hilaridad: ‘Camarada Illich, ¿de dónde sacaremos el dinero para comprar la cuerda con que la ahorcaremos?’. ‘No hay que preocuparse por esto, fue la respuesta, pues la misma burguesía hará una licitación para vendérnosla’. Y en tal sentido sea Meinvielle como Evola coinciden en decirnos que la dialéctica, es decir la temática esencial del comunismo heredada directamente de Marx y de su materialismo, más que ser un método de conocimiento de la realidad es una técnica operativa de subversión del orden social. Allí donde hay un problema el comunista entra en acción para convertirlo ‘dialécticamente’ en un antagonismo irresoluble de acuerdo a la famosa ley histórica de la lucha de clases y a la doctrina del carácter irreversible y fatal de la Revolución que consiste en la destrucción de una clase por parte de otra.

** En lo que sigue reputamos nosotros que se bifurcan los caminos entre el güelfo y el gibelino. Si es verdad que toda revolución convoca a las fuerzas inferiores a ella, el absolutismo a la burguesía y esta última al proletariado, una vez alcanzada la última etapa del comunismo ¿cuál es la fuerza que queda por suscitar? Aquí es donde encontramos una gran diferencia significativa entre Meinvielle y Evola que como veremos da lugar a dos perspectivas distintas para el presente, tal como puede desprenderse de la actitud asumida por los sucesores y seguidores del primero. Meinvielle considera, a nuestro entender en forma errada, que en tanto el devenir ha sido ya predeterminado por Dios, con el comunismo se termina la historia en tanto se habría alcanzado la etapa final y por lo tanto para él una pretendida caída de tal sistema indicaría un punto terminal de inflexión en tanto significaría el momento de consumación del proceso histórico así como también, de acuerdo a lo sugerido en su último escrito, el resurgir de una nueva Edad Media Cristiana. 

*** Si bien ni Meinvielle ni Evola vivieron la caída del comunismo sin embargo las diferencias de apreciación que surgen de ambos son sustanciales indicando aquí el gran antagonismo existente entre un anticomunismo güelfo y otro gibelino, el cual en el fondo se encuentra en la base esencial del conflicto entre una perspectiva moderna y una tradicional en sentido estricto. Para Evola, a diferencia de Meinvielle, el final del comunismo o Cuarto Estado no indica en manera alguna el fin de la historia ya que es posible suscitar aun fuerzas más oscuras que aquellas que aparecieran con la Revolución Rusa. Y esto último se asocia también al hecho de que su actitud no es fatalista en tanto que no considera para nada que exista necesariamente una consumación del proceso histórico, tal como formula en cambio el güelfismo. Glosando una obra de un autor poco conocido, H. Berl, Evola nos habla de un momento nuevo de la historia que no es ya más el Cuarto, sino el Quinto Estado el que se insinúa y es suscitado por la revolución comunista de la misma manera que el Tercer Estado sentó las bases del Cuarto, aunque es de destacar que esto no se produjo en su totalidad en el momento en que nos escribía. El mismo ha sido expuesto luego por nosotros en una obra especial al respecto que ha intentado llenar un vacío y que hemos calificado como el Estado o Era del paria, es decir del sin casta, cuya expresión filosófica última es la postmodernidad y todas las distintas variables ideológicas de ella emanadas que hoy vivimos en tiempos terminales, principalmente a través de lo que se conoce como ideología de género y de la patología sexópata y consumista de nuestros tiempos. Es interesante el enfoque que da al respecto nuestro autor en un capítulo que aparece especialmente en esta obra. Tomando en auxilio unas elucubraciones efectuadas por el famoso criminalista italiano judío Lombroso respecto del delincuente nato, nos recuerda cómo éste manifestaba que el mismo era un remanente racial de una humanidad primitiva aun no extinguida a la cual la civilización a través del progreso iba con el tiempo a terminar eliminando. Dejando a un lado su enfoque evolucionista, nos afirma que puede aceptarse la idea de la existencia de un elemento primigenio y salvaje existente en todas las sociedades en grados diferentes y al cual una elite racial es capaz de doblegar, pero que cuando ésta venga a menos o desaparezca, o aun sea suscitado como en el caso del comunismo, el mismo sale a flote de manera más virulenta y multiplicada como no lo hiciera antes. Al respecto digamos enseguida, a fin de que no se confunda nuestro mensaje, que no es cierto, tal como dicen los pseudoevolianos, que haya alguna comunidad privilegiada que carezca de tal elemento instintivo y que el mismo sea en cambio patrimonio de ciertas razas biológicas inferiores. En cualquier caso, se trate de cualquier tipo de civilización o de raza biológica, es la función del Estado y de una aristocracia (la famosa raza del espíritu de la cual habla Evola) la de refrenar tal elemento en todo momento. Es cuando esta función viene a menos o aun cuando es incluso suplantada por una elite política encargada de suscitar tal trasfondo irracional e instintivo, como en el caso del comunismo, que acontecerá entonces la eclosión de tal fuerza incluso delincuencial, de lo cual hablaba el criminalista Lombroso. Es justamente lo que ha acontecido con la Revolución Rusa. El zarismo cumplía en tal sociedad un elemento de contención del componente eslavo primitivo encauzándolo hacia fines superiores. Una vez desaparecido éste, sobreviene una forma de caos organizado y dirigido de manera enfática y diabólica cual es el Estado comunista lo que dará lugar a la instancia que estamos viviendo en nuestros días en manera aun más multiplicada y que se ha encargado por doquier de organizar a la totalidad de las fuerzas oscuras del planeta. El Quinto Estado es pues la fusión entre las partes delincuenciales remanente del Tercero y el Cuarto Estado, es la síntesis final entre capitalismo y comunismo, entre liberalismo y marxismo siendo su expresión última la postmodernidad y el pensamiento débil de Gianni Vattimo de lo cual habláramos en otra oportunidad. Es ésta la etapa nueva que estamos viviendo pues la historia no se ha concluido aun.



4) Antítesis entre lo güelfo y lo gibelino



Pero ahondemos aun más en las diferencias entre Evola y Meinvielle, entre gibelinismo y güelfismo. Tal como dijéramos, si bien en ambos casos se acepta que la crisis de nuestra civilización sobreviene en la Edad Media, la misma no es originada por la usurpación del monarca francés Felipe el Hermoso, el padre del absolutismo moderno, en contra del Papa católico Bonifacio VIII, tal como manifestaba Meinvielle, sino que en todo caso ésta es una consecuencia de un hecho anterior acontecido medio siglo antes con el conflicto por las investiduras, que es el momento previo y esencial que da cabida al proceso de decadencia. La caída surge a través de una desinteligencia entre Papado e Imperio respecto del carácter pontifical de ambas instituciones. Medio siglo antes es cuando acontece el antagonismo virulento entre el Papa y el emperador Federico II Hohenstauffen representante del Sacro Romano Imperio Germánico. De acuerdo a la tesis gibelina, el gobernante era considerado como la cúspide de la sociedad cristiana, el pontífice encargado de dirigir este mundo hacia el otro mundo, comprendido como la personificación en la tierra de una naturaleza simultáneamente humana y divina. El Emperador era, al decir de Evola en su trascendental Imperialismo Pagano, el ser absolutamente libre en la Tierra, del mismo modo que Dios lo es en el Cielo. La función del Papa era la de consagrarlo y luego de producido tal acto se arrodillaba ante él concibiéndolo como la personificación de un Dios al que había generado. De acuerdo al dogma Trinitario, una realidad no puramente dogmática sino experiencial y viviente en tales tiempos, el Padre, personificado por la Iglesia, engendraba al Hijo, en este caso el Emperador, y luego lo integraba a su seno como tratándose de un ser de su misma naturaleza. La herejía güelfa y judeo-cristiana, en tanto representa la intromisión del judaísmo en el seno del cristianismo, significa la sublevación del sacerdote en contra del poder político al cual desconsagra. El güelfismo restablece el hiato ontológico entre el hombre y Dios entre el Creador y la criatura, propio del judaísmo. Considera así que la función de consagrar otorga al que lo hace, el Papa, superioridad ontológica sobre el emperador, como si en la Santísima Trinidad el Padre fuese superior al Hijo o al Espíritu Santo. Lo sagrado pasa a estar de este modo recluido en forma exclusivista en los templos y el mundo, cuya figura más alta y sublime era el Emperador, pasa a convertirse en un valle de lágrimas en el cual, según las lapidarias palabras antes citadas de Meinvielle, Dios solamente se encontraría abocado a cumplir con la fragua de los predestinados para compartir con él su beatitud. 

Evola, a diferencia del güelfismo, rechaza la idea predestinación, la cual más tarde será asumida en forma plena por una segunda herejía consecuencia del güelfismo que es el protestantismo. Nadie nos ha destinado al Cielo. No hay un Dios tiránico y hebraico que elija por nosotros, sino nosotros mismos, en lo más profundo de nuestro Yo, somos ese Dios. Nosotros elegimos nuestro destino y no hay nada que nos preceda en cuanto a nuestra decisión, el Cielo representa pues una conquista heroica.

Al desacralizar al Estado y al mundo el güelfismo ha sido pues esa fuerza que ha iniciado el camino de la Revolución. Si el Estado es simplemente el encargado de proveer al bien común de las personas y no de otorgar un sentido sacro y heroico a la propia vida, las puertas de la democracia y del mundo moderno han sido pues abiertas en manera definitiva.

Pero volvamos nuevamente al comunismo que es la consecuencia de todo esto. Tras la aparición en el mundo del fundamentalismo islámico que derrotara a la tiranía bolchevique en la guerra de Afganistán en 1989 y meses más tarde con la caída del muro de Berlín, el comunismo se ha formalmente derrumbado o al menos no es ya más lo que era antes con la Revolución Rusa. Ni Evola ni Meinvielle, muertos ambos en la primera mitad de la década del 70 del pasado siglo, presenciaron tales fenómenos y nunca oyeron hablar de términos nuevos tales como eurocomunismo o ahora euroasianismo o nacional comunismo, que son los sustitutos del antiguo comunismo ruso aggiornado y puesto a tono con los tiempos actuales de postmodernidad y Quinto Estado. Y a tal respecto valgan las siguientes reflexiones. Bien sabemos que el comunismo como tal nunca ha existido realmente; que lo que se constituyó en su lugar es un capitalismo de Estado con la excusa de que la revolución había triunfado en una nación en la cual casi no había clase obrera y el campesinado aun no había entrado en la revolución industrial. Faltaba pues la acumulación primitiva de capital y por lo tanto era indispensable hallar a alguna clase social a la cual extraerle la plusvalía que la constituyese. La explotación del campesino, llegando incluso hasta su mismo exterminio, con experiencias tales como el Holodomor en Ucrania, fue un ejemplo claro de una tiranía comunista abocada en forma estrepitosa a la constitución de una nueva forma de explotación mucho más tiránica y sanguinaria que la efectuada por el capitalismo individualista y liberal. Pero ahora que, a través de un capitalismo de Estado que nunca ha desaparecido, sino por el contrario incrementado, se ha constituido una clase de multimillonarios vergonzantes, de la cual el Sr. Putin es el mejor y más claro ejemplo, el comunismo esta vez con formas ideológicas modificadas, aunque siempre como camuflaje de tal capitalismo de Estado, sigue existiendo y hasta con los mismos métodos de la época de Stalin, con los habituales procedimientos de eliminación de opositores hoy más sofisticados que antes gracias a los avances de la tecnología. El crimen, que podía haber acudido a formas violentas y ostentosas mediante la utilización de procedimientos ya primitivos y superados como el famoso piolet utilizado para eliminarlo a Trotsky o a otros opositores, hoy en cambio ha sido suplantado por el más sofisticado polonio, una sustancia prácticamente invisible e inodora. 

Nos preguntamos al respecto: ¿Qué dirían Evola y Meinvielle, un gibelino y un güelfo, respecto de lo que es actualmente el sistema que ha sobrevenido al comunismo convencional? En este último caso, luego de haber expresado que tras su colapso seguro sobrevendrá un renacer de la sociedad cristiana y al no haberse concebido ninguna fuerza posterior al Cuarto Estado, al que se califica como la etapa final de la decadencia, sus discípulos actuales nos manifiestan paradojalmente y de manera por demás sorprendente no sólo que con la caída del muro se ha terminado definitivamente el comunismo, los planes de Dios se habrían pues consumado y lo que restaría ahora sería el renacer de una nueva sociedad cristiana. Los hombres ya no tendríamos más nada contra lo cual luchar en este caso con los remanentes que aun quedarían del Tercer Estado representado principalmente por los EEUU. Henos aquí pues la aparición en las mismas filas del güelfismo de exaltaciones del régimen de Putin representaría ese renacer de tal sociedad cristiana de la que nos hablaba en el texto antes citado. Varios seguidores del mismo hoy nos exaltan el carácter religioso y confirmatorio del tercer secreto de Fátima de parte del régimen del tirano Putin. El padre Sáenz, la publicación Patria Argentina, así como quienes trajeran al ideólogo euroasiático de Putin al país, todos ellos autoproclamados discípulos del mencionado sacerdote, son clara expresión de esta defección hacia el comunismo asumido en su forma matizada y camuflada de cristianismo, aunque sin por ello descartar a la figura de los tiranos Stalin y Lenin del propio ideario.

Evola al respecto era contundente, el comunismo no podía desaparecer con el simple derrumbe de una muralla en tanto tal revolución había desatado el nudo que contenía al alma eslava primitiva y sólo con una contrarrevolución tradicional que prescindiese totalmente de tal fuerza oscura, volviendo al espíritu del mal habido Stolypin, podía sanearse tal anomalía.



5) Conclusión

Pero queremos señalar un último punto vinculado siempre con la temática del comunismo esta vez referido a la Argentina lugar en el que vivimos. Se trata aquí de lo relativo a los análisis que el padre Meinvielle efectuara del peronismo en nuestro país. Tenemos a la vista una recopilación de artículos del autor editados en la publicación Presencia entre los años 1949 y 1956 en los cuales analiza este movimiento y a la figura de Perón desde la óptica propia de un anticomunismo activo tal como el expuesto hasta aquí. Desde su punto de vista, si bien Perón no es abiertamente marxista, es calificado por éste como la expresión de un Kerensky argentino. Kerensky, recordemos aquí, fue aquel político servil y funcional a los planes de Lenin pues por su ineptitud política, junto a su demagogia, terminó favoreciendo los planes de éste cuando, luego del golpe de Estado de Febrero de 1917, tomó una serie de medidas que allanaron la entrada de los bolcheviques al poder a través de la revolución que acontecería meses más tarde y que hoy rememoramos. Recordemos al respecto que ello aconteció especialmente en el mes de julio de ese año cuando, ante una falsamente anunciada contrarrevolución del general zarista Kornilov que nunca se produjo, Kerensky, presa de un irresistible pavor, no tuvo mejor idea que distribuir armas y municiones entre los soviets de obreros y campesinos bolcheviques otorgándoles así un poder de fuego ideal para lanzarse luego a la conquista del Estado. Perón no llegó a tanto pues en 1955 hizo oídos sordos a aquellos comunistas que en el seno de su movimiento le sugerían distribuir armas entre los sindicatos obreros que él había ayudado a constituir, para hacer frente a los golpistas. Sin embargo lo que resulta indubitable en su política es el haber estereotipado los conflictos sociales generando un sindicalismo chantajista e inescrupuloso tal como existe en la actualidad por el que aplicara la dialéctica marxista consistente en la agudización hasta las últimas consecuencias de los conflictos sociales y por lo tanto de la lucha de clases. Y como también en su exilio no dudó en rodearse de comunistas permitiendo que en el seno de su movimiento se constituyese una guerrilla de tal tenor e ideología. El enfoque de Meinvielle expresado en tales textos era a nuestro entender absolutamente correcto.

Pero queremos reseñar aquí un hecho poco conocido o al menos silenciado y es que Meinvielle cambió radicalmente su postura cuando finalizaba su existencia. Y quiero terminar esta conferencia con esta anécdota personal. En 1973 en su último año de vida, habiéndome ya graduado, me quiso convencer de hacer una tesis sobre Maurras, cosa que finalmente no realicé a pesar de haber tenido con él varias reuniones sobre el tema. Pero la última vez que lo vi, cuando nos hallábamos en vísperas del retorno del peronismo al poder, fui sorprendido con un discurso favorable sobre tal movimiento al cual ahora calificaba de fascista y pude comprobar también cómo varios de sus seguidores se afiliaban masivamente al mismo. Ante mi asombro y perplejidad respecto de su nueva posición contrastante con los escritos anteriores, me prometió un material que había elaborado sobre el tema pues en ese entonces se le habían terminado los impresos y quedamos en volver a vernos, cosa que lamentablemente no sucedió pues un extraño accidente de tránsito dio con su vida en modo tal que me toca ahora simplemente presumir cuáles fueron las razones que explicaron este cambio repentino. Lo asocio con lo que leímos al comienzo cuando reputaba que tras concluir la historia se abriría un interregno de sociedad cristiana, por lo que en este caso supondría quizás él que se iba a abrir una etapa de fascismo en la Argentina. Aunque una vez más, de querer ahondar en los significados, sólo restaría observar hoy los resultados de tal voltereta prestando atención a cómo la mayoría de sus discípulos se han convertido en laderos del sindicalismo peronista o de algún político de tal sector. Yo diría para terminar que el fenómeno es parecido al de la Rusia comunista respecto de sus seguidores. ¿Se habría terminado el Cuarto Estado y como se habría ya consumado la historia en el mundo estaría surgiendo un renacimiento de la Cristiandad? Nos cuesta creer que a pesar de todo el sacerdote haya concebido algo semejante y que no se hubiese retractado de haber presenciado hoy tal realidad.



Marcos Ghio

(Conferencia dictada en Buenos Aires el 10/11/17 en ocasión de presentarse dicha obra)