LOS EVOLIANOS Y EL 11S


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La palabra evoliano ha pasado en los últimos tiempos a convertirse en aquel término utilizado para definir a aquellos que, en consonancia con la obra de Evola que lleva tal nombre, constatan que el mundo actual se encuentra en ruinas y que cada día que pasa el desierto crece en intensidad hasta un momento irreversible de final y detención. Pero arribados a este punto aparece la primera fisura entre los ‘evolianos’. Se encuentran aquellos que a partir de tal constatación no se quedan satisfechos con la misma y presos de una gran inquietud toman en sus manos un cronómetro dedicándose a medir y a calcular los tiempos históricos, anticipando así sea el final de esta etapa, es decir el momento exacto en que se produciría la detención, del mismo modo que el inicio fatal de un nuevo proceso o Manvantara, con una edad áurea milenaria que habría de sobrevenirle. Este nuevo grupo es también conocido como el de los ‘guénonianos’. ¿En dónde estriba la diferencia entre ambos? En que si estos últimos se remiten a calcular, los otros en cambio, en tanto no son fatalistas, actúan. No creen en manera alguna que la historia ya haya sido escrita y que al hombre le reste sólo la tarea de interpretar lo que habrá de suceder fatalmente, sino que consideran que el río de la misma sigue el trecho que ha marcado la voluntad humana. No creen en modo alguno que la edad áurea habrá de sobrevenir irreversiblemente luego del final del Kaliyuga, del mismo modo que no creen tampoco en un paraíso seguido de un apocalipsis, en una segunda venida de Cristo o de un Mesías. Que en todo caso la voluntad de Dios se expresa a través de la del hombre y que a éste no le corresponde transitar por el camino que ya se le ha trazado, sino ser aquel que en su nombre lo establece. 
Fue justamente para diferenciarse de los guénonianos que Evola elaboró una segunda obra: Cabalgar el tigre y junto a ella otras complementarias, como Metafísica del sexo. En la misma, luego de considerar que la historia no ha sido ya escrita con anticipación, que queda por lo tanto indeterminado saber si luego del final se alcanzará o no un nuevo comienzo, que a la conclusión de la edad del hierro no está dicho en manera alguna, tal como creen los guénonianos y los güelfos, que sobrevenga una edad áurea; ante esta indeterminación la conducta propiamente evoliana consiste en Cabalgar el tigre, es decir un procedimiento de acción acorde con las circunstancias propias de un mundo terminal en donde el caos lo ha invadido absolutamente todo. 
Y es a partir de aquí, en la develación del significado último de esta obra, donde surgen nuevos problemas y escisiones entre aquellos evolianos, entre los que me incluyo, que han tomado distancia del grupo puramente contemplativo de los guénonianos. Acotemos además que Evola murió en 1974, es decir en un momento en el cual, si bien nos hallábamos en pleno Kaliyuga, no estaban presentes en ese entonces puntos de apoyo existenciales para producir una auténtica rectificación, o sea el inicio de una nueva edad áurea. Evola había visto posibilidades reales de pasaje de un ciclo a otro en ciertas profundizaciones que hubiesen podido efectuar los fascismos sea europeos como asiáticos, pero las mismas se habían agotado y no quedaban ya nuevas instancias de acción positiva. En tal aspecto la recomendación dada en Cabalgar el tigre significaba convertir el veneno representado por la modernidad en remedio, en hacer en modo tal que aquello contra lo cual nada se podía no pudiese a su vez nada en nuestra contra. Esta postura fue tomada por muchos en forma ambigua cuando no equívoca. Ante el escapismo y la evasión guénoniana, surgió por contraste un cierto evolianismo que por el contrario, lejos de rehuir de las cosas del mundo moderno, intentó, con la argucia del argumento de la vía de la mano izquierda sostenida en dicha obra, asumirlas en forma activa e incluso multiplicarlas utilizando el texto de Evola como una especie de coartada ‘tradicional’. Así pues pudimos encontrarnos con personas que, si bien eran pasibles del demonismo de la sexualidad propio de estos tiempos terminales, indicaban que se trataba sólo de una apariencia en su caso, pues en el fondo practicaban una metafísica del sexo, glosando así una obra del mismo nombre del autor, aunque obviamente escrita con un significado radicalmente diferente. Y también se dio el caso de aquellos que, participando activamente de la vida económica, política o académica explicaban que se trataba una vez más sólo de una cosa externa pero que ‘interiormente’ se mantenían incólumes, testimoniando de este modo la existencia de una aristocracia espiritual siempre lista para ocupar el lugar vacante cuando el kaliyuga hubiese agotado sus posibilidades, quedándoles muchas veces a ellos la posibilidad de establecerlo. Y si a esto se le agregaba el hecho de que el autor romano no habría dado una perspectiva política precisa en su antimodernidad por lo que seguirlo puntualmente significaba incurrir en un ‘mito incapacitante’, se encargaron ellos de colmar tal vacío asumiendo así las peores posibilidades que la misma nos daba, haciéndose expresión así de la secuela más caduca y post propia de ésta, concibiendo así el Cabalgar el tigre como la asunción en sus modos más compulsivos y opacos de la corriente antimetafísica propuesta en su fase terminal por el kaliyuga. Fue así como hemos visto en estos días la paradoja de toparnos con ‘evolianos’ trumpianos, identitarios, euroasiáticos, es decir evolianos partícipes del sistema y un conjunto inagotable de anomalías ante las cuales queremos resaltar un punto de vista diferente.
Fue para nosotros un 11S de 2001 la fecha en la cual Cabalgar el tigre tomó su significado más preciso y acorde a los tiempos finales que le hubiera dado el maestro Evola a su obra. Si de lo que se trataba era de convertir al veneno en remedio, de utilizar la fuerza del enemigo en su contra, la acción efectuada por un grupo de fundamentalistas islámicos, luego repetida una y mil veces, de destruir el mundo moderno utilizando las armas que el mismo proporciona y utiliza para perpetuarse, significa pues esa actitud de invertir el rumbo de los acontecimientos a fin de que la energía desaforada del tigre sea utilizada con un rumbo diferente y contrapuesto. Una nueva experiencia kamikaze, como la exaltada por Evola en su momento al referirse a lo acontecido en Japón, ahora sobreviene pero de manera masiva y no referida a un pequeño grupo de aviadores. Y esta rebelión en contra del mundo moderno no es hecha en función de un nihilismo o de un descenso a un grado inferior de la realidad, como sosteniendo un proceso de mayor disolución, sino al contrario, representando una elevación de nivel, un pasaje de un orden puramente secular y temporal a uno espiritual y eterno en donde sea Dios el que gobierna y no el hombre, o en todo caso aquel tipo de hombre al que se le ha segregado la dimensión de lo sagrado.
Marcos Ghio
11 de septiembre de 2018