La España desaparecerá.

Por Oscar (Carpetini) Ortega Espinosa

Desde el siglo XVIII, como hace mención Pedro Sainz Rodríguez en su libro “La evolución de las ideas sobre la decadencia española”, la visión de las élites se distancia de la del pueblo español. Producto de la guerra de sucesión, era inevitable tratar la cuestión de la decadencia española desde otro ángulo, y las élites decidieron adoptar las ideas del absolutismo para iniciar el proceso de regeneración del Imperio español. Lamentablemente aquello fue una decisión funesta que ha llevado a España a tener una escisión interna de la cual no ha salido bien parada.

Ahora con la crisis del gobierno de Sánchez, producto de su incapacidad en el gobierno y la “balcanización” de España que promovió indirectamente al hacer alianza con partidos secesionistas, el presidente de gobierno ha anunciado elecciones, que igual podrían ser el grito final de un moribundo estado español. En medio de la polarización de las posturas, que no admite compromisos de ningún tipo, no se vislumbra una misión o un “centro” que mantenga a España unida. Ni siquiera el rey puede ya servir para esta labor debido a su completa imbecilidad; para colmo, no hay tampoco un estadista a la vista que logre sacar a España del atolladero. Atrás quedaron los tiempos de un Espartero o de un Franco. La muestra más patente de la penosa situación del otrora imperio español es que el presidente de gobierno (don) Pedro Sánchez se pavonea con la decisión de exhumar los restos del regente Francisco Franco, acción que sólo demuestra su malicia y cobardía.

Francamente no hay muchas soluciones a la cuestión española. Tristemente recurrir a la solución nacionalista no llevará tampoco muy lejos. Las bravuconadas de un Vargas Llosa demuestran la impotencia de una visión moderna que nunca cuajó en la península ibérica. Cataluña se separará de España, tan pronto exista la oportunidad que el marco internacional le negó hace unos meses. ¿No sería más congruente del escritor peruano que apoyara, desde su lógica liberal, la secesión porque dará más libertad a los catalanes? Realmente los defensores de la “nación” española (si existe algo así) tienen reminiscencias y atavismos que no saben procesar racionalmente ya que sus cosmovisiones (ya liberales ya meramente nacionalistas) se los impiden. Valdría la pena recordarles porqué hay todavía un remedo de país por el cual luchan afanosamente: La unión del Imperio Español se debió a la lealtad que se tenía a un rey, que encarnaba un principio trascendente: el espíritu de la Hispanidad, que para nada chocaba con la idea del Imperium. No hay más: así gallegos y catalanes se sintieron en su casa bajo el mando del monarca español. Fincar la unidad en criterios materialistas agotará en luchas intestinas a los diferentes pueblos residentes allá. Súmese además que la visión nacionalista no necesariamente es liberal ni busca la libertad. ¿Notan ahora cómo la perspectiva miope de un partido como Vox tampoco es una solución para España? Entonces, ¿Para qué Vargas Llosa hizo semejante papelón?

El gran ideal del Imperio Español fue el principio de la Hispanidad: El espíritu de ésta busca (porque permanece como ideal vigente) que el hombre se reconozca libre y por tanto sea responsable de sus actos, contrario a la visión liberal que privilegia una irrestricta libertad sin mentarse sobre los deberes para con el prójimo. Realmente a los países de Iberoamérica no les hace falta fomentar ni libertad individual ni la política, sino una visión correcta de lo que es la libertad y una misión, que es la que imponía antes la corona española: la de difundir la buena nueva de la libertad como hijos de Dios. Esta visión era “igualitaria” porque no vedaba su mensaje a nadie por cuestión de raza ni de sexo. Por la idea de la Hispanidad, es que el mundo iberoamericano contó con un universalismo de tal envergadura, que realmente no tenía nada que pedirle al cosmopolitismo nacido en las regiones de la pérfida Albión o con la cosmovisión terrible que se encarnó en el lema revolucionario de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Sin embargo, hubo afinidades electivas entre las visiones hispánica, inglesa y francesa, difícilmente perceptibles a la visión del ciudadano (¡vaya palabra!) que provocaron que nuestros países se encuentren en el atolladero espiritual en el cual han sido arrojadas. Solamente el examen de aquellas familiaridades tomaría un artículo entero, incluso sería menester, la redacción de un libro. Retomemos: La decadencia del Imperio Español se debió, malamente, a la entrada de principios exógenos a aquél durante el siglo XVIII.

Las contradicciones que tiene España en nuestros tiempos son producto de la disociación entre las élites y la masa del pueblo, porque en estos tiempos terminales es claro que sólo queda la multitud como unidad sociológica para entender a quienes viven en los diferentes países. Bien decía Evola que la decadencia comenzaba desde arriba. Ni la crisis napoleónica, ni la proclamación de dos repúblicas (igual no tarda en proclamarse la tercera, bajo la guía del líder de Podemos) ni las constantes luchas entre liberales y carlistas han permitido que España retorne a su “esencia”, que no es otra sino su misión imperial sustentada en la labor de la Hispanidad. Para colmo la incómoda aliada de la corona española, la Iglesia Católica, con esa apertura (de piernas, como diría atinadamente Nicolás Gómez Dávila) al mundo, que fue el Concilio Vaticano II, ha agregado más dolor al de por sí lamentable estado de Expaña (Así, Expaña, porque todas sus glorias pasadas en realidad ya no le pertenecen). La “tradición” española, que era el movimiento carlista, ahora yace escindido entre una vía socialista y otra vía más aristócrata pero no menos hundida en el lodazal de la Modernidad.

Al perderse el principio o centro del gobierno del otrora imperio español, el proceso de dispersión comenzó, primero, con los virreinatos en América; después con sus posesiones en Asia y al final vemos consumado el proceso con el separatismo catalán; síntomas aquellas experiencias de la tendencia centrífuga de los pueblos que juraron lealtad a la corona española. Hay gallegos, catalanes, asturianos y demás gentes en la península ibérica ¿esperaba Madrid que se mantendrían aquéllos de buena fe dentro de la unidad “española? Debido a que la unidad ahora sólo se basa en acuerdos voluntarios, éstos mantendrán a aquélla mientras traigan beneficios a las partes. Una vez terminada la cuota de placer que proporciona el “contrato social”, sería lógico pensar que se puede rescindirlo. Como bien decía Alecxis de Tocqueville, las sociedades democráticas (yo diría modernas) se sostienen por la capacidad que tienen para dar satisfactores a sus habitantes. Nada de ideales, es mejor comer bien a morir por una causa. Así piensan los catalanes y no les podemos negar ese derecho, viendo además la pésima capacidad de argumentación de los nacionalistas españoles. Si el centro ya no está, era seguro que, como la sangre cuando se centrifuga, los pueblos que viven en España salieran disparados siguiendo sus propias dinámicas.

Sin Hispanidad, no habrá España. Ni el principio liberal, ni el meramente nacionalista, y por tanto materialista, ni el socialista, propio de Sánchez y demás ralea, lograrán mantener unido a lo que queda del Imperio Español. Pero ¿quién se atreverá a ser paladín de la Hispanidad ahora? Ramiro de Maeztu, caballero de ese ideal, muerto yace y realmente nadie más ha podido retomar su bandera. Lo más increíble es que los “españoles” ignoran la gran empresa de la Hispanidad, peor aún la rechazan. Creen todavía que con libertad y diálogo habrá paz. Nada lejos de la realidad. De no encontrar una nueva misión para España, como denunciara Sainz Rodríguez hace décadas, no habrá futuro para las ruinas del imperio de Felipe II. No me burló de los que prefieren la unidad de España ante todo, sólo lloro porque su tragedia no tendrá todavía fin.