EL TRUMPUTINISMO


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Entendemos por tal a aquella corriente política, surgida en nuestros últimos tiempos, tendiente a retornar a la situación en que se encontraba el mundo, luego de los acontecimientos de la segunda Gran Guerra, cuando existía simultáneamente una muy profunda y falsa competencia entre las dos fases gemelas de la modernidad en sus tiempos terminales de disolución. Por un lado el capitalismo liberal y por el otro el comunismo bolchevique, tal como decimos, los dos rostros similares signados ambos por el más crudo materialismo y abocados para tal fin a mantener al mundo en un estado de absoluta sumisión y pavor ante la posibilidad de que estos dos hermanos en discordia entraran en colisión atómica y destruyeran el planeta en modo tal que no hace mucho en Europa se acuñaba la consigna de que ante tal tremenda eventualidad: ‘mejor rojo antes que muerto’. Es decir que todo resultaba aceptable, aun el materialismo más crudo y cerril, con tal de que estos dos presuntos enemigos no se pelearan entre sí poniendo en severo peligro la existencia de la humanidad toda.

Esto que decimos ahora lo hemos vivido en carne propia aquí en la guerra de Malvinas cuando el nefasto papa Wojtyla convenció a la grey católica de nuestro país de que, si se profundizaba el conflicto y entraba a tallar también la URSS, nuestras tierras se iban a convertir en unos páramos similares a los de Hiroshima y Nagasacki. Por lo que, recordando de este modo al antiguo espíritu de las Cruzadas pero invertido, la consigna una vez más fue: ‘mejor vivos y modernos antes que católicos y muertos’.

Pero este esquema respecto del cual una serie de ideólogos vernáculos serviles se han encargado de consolidar (recordemos aquí a un notorio ‘filósofo’ güelfo peronista quien saludara fervoroso la intervención de Wojtyla por habernos salvado del genocidio atómico) fue puesto en severa crisis por  el fundamentalismo islámico el que en sucesivas contiendas, comenzando por la de Afganistán, demostró que tales peligros eran inexistentes; que URSS y USA, lejos de ser fuerzas imbatibles contra las cuales no era conveniente confrontar por los graves peligros que generaban en la salud de nuestro planeta, eran ‘tigres de papel’ (utilizando un léxico maoísta) a los que se les podían producir daños incalculables e incluso generar su más profunda decadencia, tal como se demostrara a partir de la victoria en la guerra de Afganistán con la consecuente disolución de la URSS y luego tras el atentado de las Torres Gemelas se mostró también la vulnerabilidad extrema del otro gemelo. Y este proceso se fue expandiendo como un reguero de pólvora por el cual no existe hoy en día país dentro del espectro islámico en donde no se encuentre actuando en forma sumamente exitosa una fuerza fundamentalista.

Fue justamente para retornar a la situación anterior, en tanto la modernidad corría severo peligro de extinción, que ha aparecido en escena el trumputinismo que es una combinación de diferentes nacionalismos pero teniendo como base principalmente el ruso y el jonie, respondiendo principalmente a sus propios y comunes intereses. En este caso se trata de volver al antiguo esquema del falso antagonismo que tanto éxito les diera a los gemelos en modo tal de reducir al mundo a una verdadera y propia diarquía. El nacionalismo recordemos que es un fenómeno propio de la modernidad impulsado por la revolución francesa representando a nivel político lo que el liberalismo es en el plano económico. Recordemos que el motor esencial de la modernidad es elantropocentrismo y por lo tanto una confianza ilimitada en el accionar del hombre el cual librado totalmente a sus fuerzas espontáneas, las que no deben ser en modo alguno reprimidas por su carácter sagrado, produce sin más, a pesar de en apariencias manifestarse lo contrario, paz y bienestar para todos. Así pues, mientras el liberalismo sostiene que dejando actuar libremente los apetitos materiales y egoístas del ser humano como consecuencia de ello se produce el progreso y la felicidad de todos, debido a una especie de milagrosa armonía preestablecida por la cual existiría un dios que vive atormentado por producir nuestro bien y que como un coctelero convierte a los egoísmos y apetitos desordenados en bonanza para el mundo entero, de la misma manera, el nacionalismo sostiene que si cada nación (sin importar para nada el carácter de la misma) lucha por sus propios intereses, teniendo sólo a éstos como límite de sus actos, del mismo modo que el individuo del liberalismo, tal impulso contrastante que puede chocar con el de otros es sin embargo reconvertido por el dios bueno en paz universal. A tal respecto así como el liberalismo rechaza el accionar del Estado a nivel económico porque perturba la divina libertad individual, el nacionalismo es enemigo de la idea de Imperio universal al que en cambio confunde con el imperialismo que es en cambio un nacionalismo exasperado como pudieron serlo los diferentes colonialismos que asolaron el Asia y el África especialmente durante el siglo XIX y parte del pasado.

Desde un punto de vista tradicional el nacionalismo en general es rechazado como una anomalía poniéndose primeramente en evidencia que fue promovido por la revolución francesa, aunque se hace la salvedad de que pueden rescatarse aquellos casos en los cuales la existencia de un pasado tradicional permita que a partir del mismo se pueda formular un cierto nacionalismo pero con la clara precisión de que se rescata sólo ese período de nuestra historia y no aquellas circunstancias que son contrarias a nuestro acervo tradicional. Es decir que desde el punto de vista tradicional queda rechazado el carácter universal del nacionalismo y solamente se lo acepta en determinados casos muy particulares muy precisos.

Ahora bien, así como el liberalismo tuvo que moderarse en sus extremos debido a que su libertad solía convertirse en la del zorro libre en el gallinero libre y que había naciones que lejos de armonizar con las otras se constituían en imperialismos tuvieron que constituirse nucleamientos universales por encima de las mismas naciones a fin de moderar sus afanes expansivos, tales como la ONU, la Unión Europea, el MERCOSUR, etc. pero manteniendo en pie siempre la antes aludida diarquía concebida como sostén indispensable de la modernidad lo cual, tal como dijéramos, fue puesto en jaque por el fundamentalismo que demostró el carácter vulnerable del sistema del mismo modo que a nivel de la economía el neoliberalismo no ha podido en manera alguna eliminar la utopía consistente en la desaparición del Estado.

Ha sido justamente para salvar a la modernidad es que ha estallado nuevamente la hora de los nacionalismos del mismo modo que en el seno del liberalismo ha vuelto a cundir la idea de una expresión antiestatista pura, los que consisten en formas duras e irreversibles en contra de su rival absoluto que es el fundamentalismo islámico. Este nacionalismo lo vemos en Trump en los EEUU y en Putin en Rusia principalmente, pero a través de los ideólogos de ambos, Bannon y Dugin, el mismo se está expandiendo en diferentes lugares del planeta con la finalidad de convertir a la especie humana en un verdadero ganado vacuno sometido como otrora a la antes aludida diarquía. Dentro de este mismo contexto podemos mencionar especialmente los casos de nacionalistas europeos como Marine Le Pen, Salvini, Orban y otros de la misma calaña en Europa, a Netanyahu en Israel y en nuestro continente a figuras como Bolsonaro en Brasil así como aprendices de tales en la Argentina como Biondini, Salbuchi u Olmedo entre otros esperando uno de ellos lograr ser el Bolsonaro argentino. Tales nacionalismos son expresiones agónicas y regresivas de la modernidad pues representan intentos vanos por preservarla tratando de detener su proceso disolutorio con consignas conservadoras tales como el antiabortismo o la lucha contra los homosexuales, por lo que significan sin más un combate en contra del Cuarto y Quinto Estado resaltando los valores del Tercero. Cuando en realidad éstos son para nosotros fenómenos secundarios y de ninguna manera lo esencial. Es más, no tendríamos por qué alegrarnos si las mecas de la modernidad evitan su proceso de disolución moral restaurando la familia burguesa en contraste con el actual libertinaje. Más bien debería alentarnos lo contrario: que la modernidad agudice hasta las últimas consecuencias su proceso de disolución. Y al respecto lo decimos con todas las letras preferimos una Norteamérica o una Rusia cayendo plenamente en el libertinaje y disolución antes que procesos retardatarios como los impulsados hoy por Trump y Putin.

Agreguemos que estas dos figuras se han ayudado entre sí de manera ostensible para consolidar su propio poder. Es notorio cómo Putin intervino abiertamente en la elección de los EEUU * para favorecer su triunfo y evitar en cambio el de su rival que tenía todas las de ganar de acuerdo a las encuestas.  De la misma manera vemos hoy cómo Trump favorece los intereses de Rusia permitiendo su intervención en distintos continentes. En el día de ayer se coronó el trumputinismo con el apoyo de ambos a la figura del libio Haftar, un exponente del mismo gadafismo que se había ayudado a caer.

·        Resulta notoria la colaboración que a nivel internacional existe hoy en día entre los dos imperialismos en su lucha en contra del fundamentalismo. A la sonada colaboración rusa en el proceso electoral que llevara a su triunfo al Sr. Trump, así como las alabanzas hacia su figura proferidas por el ideólogo euroasiático de Putin. La colaboración sostenida entre ambos en las guerras de Siria e Irak así como el reciente apoyo al kadaffista Haftar por parte simultánea de Putin y Trump son algunos de los tantos hechos que demuestran la afinidad manifiesta esta vez por parte de la diarquía.