25 AÑOS DE REBELIÓN

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En octubre de 1994 presentamos, junto al profesor Horacio Cagni, la edición castellana de la muy postergada obra esencial de Julius Evola, Rebelión contra el mundo moderno. Decimos postergada pues tuvieron que pasar 60 años para que tal cosa sucediera por razones que tuvimos en su momento ocasión de comentar.

Ya cuando efectuáramos aquella presentación en un ambiente reducido y en un local perteneciente a la colectividad italiana de ideología fascista, debido a que Evola era aun reducido a la condición de un mero exponente la misma, explicamos que lo principal de tal autor se encontraba en las respuestas que nos daba a ciertos interrogantes que teníamos en ese entonces. Habíamos sido formados por un tradicionalismo católico integrista, cuyo principal expositor en nuestro medio había sido el padre Julio Meinvielle, aderezado a su vez con ciertas categorías de la obra de René Guénon, según el cual la crisis en que había incurrido el mundo moderno se había originado en la Edad Media por la revuelta de la clase política respecto de la sacerdotal, expresado este hecho en la famosa cachetada de Anagni en donde el papa Bonifacio VIII, secuestrado por el rey Felipe el Hermoso, era asesinado, produciéndose de ese modo la sublevación del poder político contra el sacerdotal y el inicio así del proceso de caída del ciclo histórico, lo cual, según la terminología guénoniana, estaba representado por la revuelta del khsatriya o guerero en contra del brahmán o sacerdote y por lo tanto el comienzo de la decadencia que daría lugar luego a otras dos revoluciones: la de la burguesía en contrade la clase aristocrática con la revolución francesa, y finalmente la del proletariado en contra de la misma burguesía con la revolución rusa.


Sin embargo nos costaba sobremanera aplicar tal esquema a la realidad actual, en especial luego de la derrota argentina en la guerra de Malvinas en donde pudimos ver cómo la Iglesia, que según el integrismo católico, aun con todas las reservas que se le pudiesen hacer, debería haber sido el reservorio de la tradición, en tanto que 'las puertas del infierno nunca habrían de prevalecer sobre ella', había sido justamente lo opuesto, es decir aquella fuerza que había luchado en contra de la posibilidad de que a partir de tal contienda se hubiese podido gestar en Sudamérica una reacción en contra de la modernidad representada en ese entonces por la Inglaterra moderna y protestante, habiendosele dado a tal conflicto el significado de una verdadera Cruzada. Todo lo contrario, lo insólito que se vivió en ese entonces fue haber percibido a la Iglesia católica como la fuerza que se ponía a la cabeza de la modernidad con la finalidad expresa de ponerle punto final a dicha guerra. Si bien ya en ese entonces había corrientes lefevristas o sedevacantistas que objetaban el accionar de tal institución, las mismas no resultaban del todo convincentes ni iban a los orígenes mismos de tal accionar que se podía incluso proyectar hacia atrás en la historia más reciente al ver cómo la Iglesia estuvo, desde el mismo encuentro de Medellín, a la cabeza de los movimientos guerrilleros tercermundistas en América habiendo sido parte esencial de nuestro proceso subversivo. Y esto se lo podía ver también remontándose a nuestra hispanidad, desde el mismo emperador Carlos V en su conflicto con el papado, el que no hesitó incluso en aliarse con el Sultán para hacerle frente, o en nuestra misma historia patria con su participación activa a través de la Compañía de Jesús tanto en la revolución de mayo como en su disputa y rebelión en contra del líder tradicionalista Juan Manuel de Rosas, y aun en fecha no tan remota cuando estuvo a la cabeza del movimiento en contra del régimen franquista en España.


La obra de Julius Evola era esencial al respecto pues siendo un análisis preciso y contrastante entre dos tipos de hombre y de civilización posibles, la moderna y la tradicional, hacía nacer el origen de la crisis del occidente no en la rebelión del monarca en contra del papado sino antes de ello en un acontecimiento conocido como el conflicto por las investiduras. Si bien es cierto que con el absolutismo monárquico el rey se seculariza y prescinde de la autoridad espiritual religiosa, esto había sucedido porque antes de ello había sido el mismo papado el que había desconsagrado al poder político. Si bien resulta válido el esquema guénoniano de la sociedad de castas, el emperador es una figura que en realidad se encuentra por encima de éstas; en tanto que en él están reunidas tanto la función política como la espiritual, por lo que la tarea del sacerdocio no debe ser la de gobernarlo y conducirlo, sino CONSAGRARLO, operando en forma temporal de la misma manera que a nivel teológico el Padre engendra al Hijo sin por ello tener una autoridad superior al mismo en tanto que ambos son de la misma naturaleza, es decir pontífices, en dos movimientos solidarios, descendente uno y ascendente el otro. La subversión acontece cuando el sacerdocio considera que esta función que posee otorga jerarquía ontológica al papa respecto del emperador, al que se destituye de su función de pontífice, lo cual es como considerar, siempre teológicamente, que el Padre es superior jerárquicamente al Hijo por haberlo engendrado. Esto que se conociera históricamente como el conflicto por las investiduras significó pues la lucha entre dos tipos de catolicismo contrastantes: el güelfo y el gibelino.

Aquí es interesante poner en contraste a las dos figuras del tradicionalismo: Evola y Guénon y entender por qué este último ha sido asumido por el güelfismo autocalificado como tradicionalsita o integrista. Para el primero lo humano concebido en su jerarquía más alta es una hipóstasis de la Divinidad, no es ni la antítesis de ésta, ni su negación o ilusión como en el caso del pensamiento guenoniano panteísta para el cual, al ser todo Brahma, por lo tanto el hombre y la realidad en su conjunto pensados afuera de tal contexto son una mera ilusión. Del mismo modo y teológicamente el güelfo considera que el hombre no subordinado a Dios a través de su exponente en la tierra, la Iglesia por ellos representada, es pecado y perdición.

Si bien Evola no es católico, sin embargo en él está presente el influjo del idealismo germánico de la primera época, el asumido por el primer Hegel en El espíritu del cristianismo y su destino. Para el filósofo alemán lo esencial del cristianismo y que lo diferenciaba del judaísmo anterior era haber revelado el carácter divino del hombre a través de su incorporación como hipóstasis de la Santísima Trinidad en la figura de Jesús. Esta tesis trasladada a la esfera temporal otorga al Estado y a la figura del emperador, su expresión humana, un carácter de sacralidad siendo éste así concebido como el pontífice entre el cielo y la tierra. El papa es aquel que hace descender el otro mundo a este mundo y el emperador aquel que hace ascender este mundo hacia el otro mundo, debiendo ser así ambas tareas concurrentes y solidarias. La rebelión güelfa nos dará como consecuencia la secularización del poder político y de este modo con el tiempo, pasando primero por el absolutismo monárquico, el poder puramente secular y desconsagrado, al burgués o al proletario economicista, terminándose finalmente en el dogma de la democracia por el cual el poder pasa de Dios al pueblo masificado y sin nombre.


Este elemento esencial del pensamiento evoliano en América, el que ha sido también resaltado por un estudioso del tema, el profesor Matías Grinschpun en una tesis doctoral a punto de ser defendida, representa el nuevo y exclusivo aporte verdadero al pensamiento de Derecha alternativa en nuestro medio. Ahora bien, como cuando utilizamos la palabra Derecha, debido al caos de lenguaje hoy existente, estamos obligados a aclararla siempre, debemos decir que al expresarla nos referimos a aquella postura que reputa que el poder y la soberanía no emanan del pueblo, tal como sostiene la izquierda en todas sus variantes, desde la comunista hasta la liberal, sino de Dios, siendo expresada a través de sus intercesores que son los monarcas consagrados. Al respecto la presencia de Evola en nuestro medio ha sido pues la introducción y consolidación del pensamiento gibelino expresado por un autor no católico en tanto sostenedor de la unidad trascendente de todas las grandes religiones, por lo cual se puede concebir que tsal idea es posible expresarla no sólo en nuestra religión, sino también en otras de manera diferente y de acuerdo a sus distintas expresiones culturales.

Es cierto que hubo un antecedente gibelino en nuestro medio representado por el profesor Carlos Disandro quien se reputara de tal corriente y que fuera quien por primera vez expresara el contraste entre el heleno cristianismo de corte gibelino en tanto trinitario y el judeocristianismo güelfo heredero del fariseísmo judaico, crudametne monoteísta, para el cual la unión con Dios acontecía a través del cumplimiento de preceptos morales y religiosos respecto de los cuales el clero era el depositario y dispensador gestando así una humanidad sumisa al totalitarismo eclesiástico y jesuítico. Sin embargo Disandro tuvo dos defectos que lo limitaron. El primero de ellos fue el no haber adherido al concepto de unidad trascendente de las grandes religiones por lo cual quedó finalmente sometido al prejuicio güelfo de que, al ser el catolicismo la única religión verdadera, siempre un papista resultaba mejor que el perteneciente a otra religión y el segundo fue su fanático credo peronista que lo llevó a reputar los conflictos de su líder con la Iglesia como una resucitación del antiguo conflicto por las investiduras, lo cual bien sabemos que no fue así y tuvo otros condimentos que sería largo detallar aquí.


Es verdad que ha habido otras expresiones de pretendida derecha que han intentado renovar el apolillado escenario güelfo. Me refiero en este caso a una experiencia reciente como es la aparición en escena de la figura del ruso Alejandro Dugin y su peculiar ‘cuarta teoría política’. Acotemos que el mismo es un propulsor planetario de la figura del neostalinista Putin y que ha tenido en nuestro medio una serie de alabanzas en especial del sector güelfo antes mentado que ven en éste una manera de volver a la palestra permitiendo superar la condición de una Iglesia a todas luces desprestigiada. Al respecto es bueno resaltar aquí una diferencia esencial que existe entre el gibelinismo y el cesaropapismo que sería lo que aparece en este caso. En el primero nos hallamos con un poder político que es al mismo tiempo religioso en tanto que el monarca es de naturaleza divina actuando como pontífice e intercesor entre este mundo y el otro mundo. El cesaropapismo es en cambio la utilización del poder religioso para finalidades políticas actuando el mismo como un centro catalizador de voluntades. Esto fue expresado por el pensador francés Charles Maurras cuando decía, aun siendo ateo, que el catolicismo era una fuerza congregante y necesaria para consolidar a la nación francesa, pero tal noción no lo arrancaba de la esfera de lo meramente inmanente. En este caso el putinismo es heredero del stalinismo o más aun es el stalinismo posterior a la disolución de la URSS. Si recordamos la crítica que Trotsky le hacía a Stalin podemos hallar aquí varios puntos de explicación de tal fenómeno. Stalin, nos decía Trotsky, era en el fondo un burócrata sediento de poder que utilizaba la ideología comunista por el mundo entero con fines proselitistas y como una coartada para mantenerse y expandir su dominio consiguiendo adhesiones. Los éxitos de la URSS eran los condimentos necesarios para el triunfo de la ideología comunista. Los mismos eran político militares con la victoria en la guerra contra el Eje, científicos con el primer viaje al espacio y sociales con el pretendido mejor nivel de vida que proporcionaba la sociedad comunista sobre la capitalista. La derrota militar en Afganistán, el desastre de la central de Chernobyl, el viaje a la luna de los yanquis pusieron en crisis severa al stalinismo y esto originó su derrota y caída.

Hoy con Putin retorna ese stalinismo pero sin la ideología comunista como sostén ideológico, sino acudiendo esta vez a la religión con figuras como el aludido cristiano ortodoxo Dugin como su principal ideólogo. Así como Stalin nos decía que triunfando la Urss se iba a poder realizar el comunismo en el planeta, Dugin nos dice que si Putin derrota a los EEUU quitándoles su hegemonía mundial tendremos un mundo libre y ‘multipolar’ en el cual será posible construir una sociedad cristiana parecida a la medieval y esto a su vez lo acompaña con toda una serie de campañas en contra de los homosexuales, parecidas a las que también llevara a cabo Stalin, ocultando con todo esto la finalidad hegemónica que subyace. Los depreciados güelfos se afilian masivamente en tal perspectiva tratando de cumplir con la función de coartada religiosa. Para un güelfo un cesaropapista, así como un ateo, siempre serán preferibles a otro que compita con ellos en materia religiosa pues si un ateo no les discute cuál dios es el verdadero pues directamente no cree en él, el líder cesaropapista no se considera pontífice en materia religiosa como ellos y sólo les solicita que hagan proselitismo de su figura para el logro de su función política.

 

MARCOS GHIO