LA POLÉMICA EVOLA Y GUÉNON

A PROPÓSITO DE EL HOMBRE COMO POTENCIA DE JULIUS EVOLA



El vínculo entre Evola y Guénon que es tema principal de esta obra editada por Heracles precisa de una serie de explicitaciones estableciendo un contraste entre ambas figuras así como una precisión respecto de sus puntos comunes.

Evola y Guénon se yerguen por igual como autores críticos incondicionales de la modernidad, sin embargo debe destacarse que la postura de Evola a tal respecto proviene de una corriente de pensamiento perfilada en su obra esencial Imperialismo pagano, que es el gibelinismo, es decir aquella vertiente del pensamiento occidental que, sin condenar al catolicismo o incluso asumiendo de éste sus elementos esenciales, critica el desvío que el mismo tuviera en la misma Edad Media tras el conflicto por la investiduras por el cual el hombre en su figura más alta, el Emperador, fuera desconsagrado y convertido de pontífice que era en simple pecador como la totalidad de la especie humana y en consecuencia el poder político transformado en una mera institución administrativa encargada cuanto más de defender a la instancia eclesial, quedando en la misma, y esto es propiamente el güelfismo, la función de administrar las cuestiones relativas a la verdad revelada, lo que se conoce habitualmente como fe, la que pasó a convertirse en propiedad exclusiva de la Iglesia. Y del mismo modo que a nivel político el monarca quedó desconsagrado, abriéndose de este modo las vías hacia la democracia, la filosofía, es decir la actividad más alta del pensamiento humano, quedó sometida también al bozal de tal institución, tal como se delata en la famosa máxima de Santo Tomás de Aquino por la cual philosophia ancilla fidei.

Es verdad que dicho conflicto se continuó tanto en la esfera política con monarcas que no aceptaron tal sometimiento, como en la filosofía con pensadores que arriesgaron incluso la hoguera en función de objetar tal ilícito y tiránico predominio, pero fue quizás en la Alemania de Lutero, con el protestantismo, en donde fue mayor el movimiento de protesta y rebelión contra la prepotencia y el desvío güelfo, el que había llegado hasta la aberración de la venta de las indulgencias.

Y a tal respecto siempre contrastando con la figura de Guénon, también un crítico del mundo moderno, pero como veremos de forma muy diferente, debemos decir que Evola se ubicó en el terreno de aquellos pensadores que, partiendo del seno de la modernidad misma y con las categorías propias de ésta, intentaron doblegar este desvío acontecido en la esfera de la civilización a partir del güelfismo con sus diferentes secuelas. Así pues, en materia de arte, habiéndose estrenado primero como pintor, adherirá a aquella corriente modernísima que intentara vanamente romper con el formalismo burgués en tal disciplina a través del dadaísmo y, luego de tal experiencia fallida, pues la misma terminó siendo también una escuela de vanidades y negocios, su intento pasará a desarrollarse en el seno de la filosofía adhiriendo al idealismo aunque influido por sectores críticos del mismo como la figura de Nietzsche y en parte Schopenhauer. Y no es casual que esta corriente filosófica se haya pergeñado justamente en Alemania en donde tal como dijéramos se produjo la primera gran revuelta en contra del catolicismo güelfo, que en manera totalitaria impartía indulgencias y salvaciones.

Es verdad sin embargo que el protestantismo traicionó sus postulados cayendo en una pluralidad de desvíos que en muchos casos terminaron coincidiendo con aquello mismo contra lo cual se rebelaban, pero lo rescatable en éste fue su rechazo respecto del poder universal otorgado a la Iglesia en su capacidad de absolver y salvar almas reputando al hombre como mero títere de sus exigencias y de haber abierto las puertas a un poder divino y trascendente capaz de irrumpir en el interior del sujeto a través de la fe, la cual, lejos de presentarse necesariamente como una actitud de pasiva recepción y aceptación a través de una mansa obediencia y sumisión, se formulaba en cambio como una instancia superior de conocimiento y creación.

Esa capacidad de que el hombre en tanto poseedor de la gracia de Dios pudiese llegar a ser una potencia creadora y no un mero sujeto subordinado a otra cosa ajena a él será patrimonio del movimiento filosófico surgido en la misma tierra de Lutero, primero con Kant a través del criticismo y luego con el idealismo alemán a través de sus principales representantes, Fichte, Schelling y Hegel. Kant representó la primera revolución en el campo del pensamiento filosófico en tanto estableció que el yo es una potencia creadora en la medida que, lejos de ser una mera facultad receptiva de conocimientos, es aquella que en cambio los crea y constituye. Pero dejaba en cambio un ámbito en el cual el Yo (comprendido como sujeto trascendental y no empírico, es decir tratándose de una dimensión más profunda de uno mismo) era impotente; se trataba de la realidad del númeno o la cosa en sí respecto de la cual el mismo resultaba totalmente ajeno, presentándosele por lo tanto como una instancia superior e incognoscible que le imponía límites a su libertad creadora. Fue necesaria la segunda revolución del pensamiento producida por el idealismo para que se produjese el movimiento faltante por el cual el Yo no sólo creaba el campo del conocimiento o fenómeno, sino aun la cosa en sí, la misma realidad que nos circunda, el númeno, por lo tanto el Yo dejaba de ser una potencia finita como en Kant para convertirse en infinita. Esto está presente en especial en el joven Hegel, cuando en sus escritos teológicos, siendo pastor protestante, desde su misma religión formulara aquello que no se animara a hacer su maestro Lutero al disolver la intermediación de la Iglesia güelfa en el vínculo entre el hombre y Dios a través de la fe. “Así como el judaísmo significó la revelación de la divinidad del Padre, el cristianismo en cambio fue la del Hijo, del Dios hombre concebido en este caso como hipóstasis de la Divinidad”. El Hombre, por supuesto que formulado en una escala jerárquica de excelencias, no es simplemente una criatura, un ser pecador y carente, como un trozo de cera al cual sea la realidad numénica, del mismo modo que la Iglesia, le imprimen conocimiento y salvación, sino que es parte de la misma naturaleza de Dios, es pues un Creador como éste, es pues Divino y no meramente humano.

Sin embargo el Hegel maduro fue incapaz de llevar a cabo esta indispensable y necesaria intuición juvenil. El Dios Trino, en donde en la Persona del Hijo como expresión más elevada de lo humano participaba como persona en la obra de la Creación, queda disuelto en la impersonalidad de la Idea o Razón universal que se despliega con independencia de nuestra voluntad utilizándonos como simples mediaciones para realizar su fin propio. Nuevamente y siguiendo el mismo sino del protestantismo que terminaba traicionando sus postulados iniciales, convirtiéndose en una sucesión ilimitada de iglesias, el Yo de potencia libre incluida como hipóstasis en la misma Divinidad, quedaba subordinado a una entidad superior o fetiche que limitaba su libertad reduciéndolo a la condición de simple mediación. Hubo varias protestas ante esta deserción de Hegel, tales como la de Max Stirner o Nietzsche, que anticiparan el existencialismo. Fue este último quien dijera en manera tajante. “Si es cierto que Dios existe, cómo puedo renunciar a ser yo mismo Dios?”. Es decir lo divino no puede ser concebido como algo ajeno a uno mismo, vale aquí el recuerdo también de Meister Eckart para el cual Dios y yo mismo no pueden pensarse en forma separada.

Es en este contexto de traición del idealismo, el que no ha sido capaz de conducir su revolución hacia el límite formulado de convertir al yo en potencia infinita y por lo tanto asociada a la Divinidad que puede comprenderse aquí la elaboración evoliana de su fallida tesis doctoral, Teoría y Fenomenología del Individuo Absoluto, la que chocara con la concepción hegeliana del idealismo que había traicionado sus objetivos, representada en Italia en el falso antagonismo entre Croce y Gentile para los cuales el debate filosófico se reducía a determinar si el Fascismo en ese entonces gobernando era la encarnación de la Idea universal, es decir si se trataba de un fenómeno histórico y por lo tanto verdadero, respecto del cual había que doblegarse en tanto despliegue de la razón universal, o si en cambio no lo era sino que se trataba de un desvío inadecuado de tal principio que aun no había logrado desplegarse y consistía por lo tanto en un hecho antihistórico.

Es en su contraste con tal debate filosófico estéril respecto del cual Evola permanece ajeno en tanto que reputa que el Yo no es una potencia impersonal respecto de la cual debe subordinarse la voluntad propia, sino que concibe en cambio que es en última instancia uno mismo el señor de su destino, pero en su parte superior y más alta, del mismo modo que Hombre verdadero y absoluto es en la tierra el Emperador respecto del cual cada uno participa de acuerdo a sus propias limitaciones.

Dentro de este debate que Evola sostiene con aquellos idealistas que se han desviado del sentido originario de su movimiento es que puede comprenderse la polémica suscitada con René Guénon respecto del libro sobre el Vedanta por éste escrito, elaborada justamente en la época en la cual Evola transitaba por los terrenos del idealismo.

En el caso del autor francés Evola percibe que se reitera de alguna manera la misma actitud de Hegel en la cual el yo es anulado por una potencia universal que se le sobrepone, en este caso Brahma cuya realidad es excluyente de la nuestra, pareciéndose en gran medida a la Idea hegeliana que subsumía nuestras libertades.

Guénon es por supuesto un autor que escribe afuera del contexto occidental adhiriendo a la filosofía o pensamiento metafísico imperante en la India, en este caso el Vedanta respecto del cual ha escrito el libro aquí criticado que es El hombre y su devenir según el Vedanta. Él considera al respecto que, de la misma manera que lo acontecido en el mundo occidental, el Vedantismo representa un desvío respecto de una tradición originaria en relación a la cual el movimiento Tantra se ha mantenido en cambio más fiel, llegando a insinuar que es incluso el equivalente oriental del idealismo en su debate en contra del la filosofía convencional infatuada de escolástica decadente. El vedantismo es pues según Evola el equivalente al güelfismo en el plano occidental aunque los léxicos utilizados sean distintos. Vamos a señalar puntualmente un pasaje que aparece en la pg. 147 de la versión castellana por nosotros extractado. “Brahma no se parece en nada al mundo, fuera de Brahma no hay nada pues si hubiera algo fuera de él éste dejaría de ser Infinito… por lo tanto todo lo que parece existir afuera de él es ilusorio como la apariencia del agua en el desierto.” Es decir que afuera de Brahma que es como la idea universal de Hegel, el hombre no es nada, es ahistórico como dirían Croce o Gentile cuando querían descalificar una determinada posición. Si quieres alcanzar la realidad verdadera, la Idea, asúmete y compréndete como Brahma mismo.

Ante lo cual la réplica del tantrismo asumida por Evola en su crítica a Guénon es la siguiente: “¿Quién es el que dice tal cosa? Si el que lo dice es el vedantino, en este caso Guénon, entonces al tratarse de un ente humano y finito, por lo tanto ilusorio, también Brahma lo sería. A no ser que aceptemos que Guénon es la voz de Brahma que habla, lo cual sería incurrir en un abierto caso de autoritarismo”. Y esto último justamente lo hace similar al autoritarismo güelfo que se reputaba como el depositario de la verdad de la fe considerando como falso, ilusorio cuando no pecaminoso todo aquello que lo transgrediera.

La posición evoliana respecto del mundo moderno es más contundente: “La superación de la condición finita y material no debe ser la fuga respecto de la realidad, una fe soñadora en cielos lejanos así como el sumergimiento en la identidad suprema de Brahma tal como formula Guénon; debe ser en cambio inmanente resolución del mundo en el valor, espíritu que hace de la realidad la expresión misma de su actividad. Lejos de la negación efectuada por Guénon la realidad del mundo debe ser reconocida como aquel lugar en donde a partir de un hombre se recaba un Dios, a partir de la tierra un Sol”. Es decir que el vínculo entre lo humano y lo divino es a partir de la positiva acción creadora del hombre y no en su fuga y sumisión a una entidad que lo comprende. Dios no es un tirano ajeno a nosotros que nos dirige, sino un compañero nuestro que está presente en cada una de nuestras acciones.

Este carácter ilusorio que tiene la realidad humana según G. es lo que explica también su concepción de la historia fatalista y similar al acontecer del mundo de la naturaleza en donde los hechos se repiten de manera irreversible en forma cíclica no habiendo propiamente novedad en la misma justamente en razón de su carácter ilusorio.

Acá al respecto queremos hacer notar que el Evola maduro criticará esta objeción efectuada a Guénon en su etapa juvenil cuando aun estaba en el idealismo, pero reputamos que en tal actitud ha pasado lo mismo que con lo manifestado respecto de su otra obra también juvenil Imperialismo pagano. Evola es muy severo con sus trabajos de juventud pero yo reputo que los mismos son importantes y sirven para comprender mejor los posteriores. En el caso de Guénon, al que califica como un maestro ejemplar, él reivindica su concepto de Tradición comprendida como un saber suprahistórico y supratemporal no asimilable a las diferentes tradiciones históricas. Sin embargo reputamos que son muy distintos los usos que se hacen de los mismos conceptos en Evola y en Guénon, lo cual tiene que ver con la idea diferente que hay respecto de la ciclicidad en ambos autores. En un caso, el de Guénon, el tiempo cíclico en el cual se encuentra transcurriendo la humanidad es algo fatal e irreversible, en cambio en Evola la ciclicidad misma es el producto de la decadencia, el hombre es en razón de su profunda libertad que ha caído en un proceso de descenso por el que, en tanto se ha apartado del plano metafísico, imita sin saberlo al acontecer del mundo de la materia. Modernidad y Tradición está asociados por Guénon a momentos de una historia que siempre se repite, en cambio en Evola tienen que ver más bien con dos formas arquetípicas de ser que se pueden dar en cualquier momento histórico. Aunque es cierto que hay edades en las cuales sea lo moderno como lo tradicional imperan con mayor vigor y contundencia.

Podríamos decir por lo tanto que con Guénon ha sucedido algo parecido al influjo que sobre Evola tuviera Bachofen. De Bachofen él toma la dicotomía que formula en materia de historia de civilizaciones entre civilización de la madre o matriarcal y del padre o patriarcal, pero a diferencia de éste que incurría en una actitud evolucionista que es retomada casi textualmente por el marxista Engels, él invierte el contenido dado por el pensador suizo y hace remontar el origen de la humanidad al patriarcalismo reputando que lo que vino luego fue el triunfo de la sociedad matriarcal, tal como vemos ahora con el avance del feminismo.

Ha sucedido lo mismo con Guénon, si para éste la Tradición se asocia con la metafísica o edad áurea originaria que aparece en los orígenes del tiempo para luego decaer imitando los procesos de Brahma que aspira y expira, emana de sí para luego retornar a sí, en modo tal que la historia pasa a estar comprendida como un ámbito en el cual no existe la novedad en tanto que el tiempo se repite como los ciclos cósmicos y por lo tanto la historia misma concebida como cosa en sí separadas de tal proceso superior que la comprende, del mismo modo que el hombre, serían meras ilusiones.

Totalmente diferente es al respecto el concepto de Tradición en Evola y en Guénon. Si bien es verdad que la misma se asocia con la metafísica, y en tal sentido se puede decir que Evola es deudor de Guénon, sin embargo se trata de posturas distintas respecto de tal disciplina. En un caso retomando la misma escolástica güelfa y judeocristiana Tradición es lo totalmente otro de lo humano al cual nos debemos adherir coartando y anulando nuestra libertad, en cambio la vertiente evoliana es idealista y gibelina en la medida en que se trata de despertar en uno mismo el espíritu que es creación y que es Dios mismo.