Breve aproximación escatológica en tiempos de coronavirus





Recordamos haber leído en una biografía de Frithjof Schuon la siguiente anécdota: salían de alguna ciudad grande de Inglaterra rumbo a una casa de campo, en el auto, iban Schuon, Burckhardt y manejando Whitall N. Perry, con sus respectivas esposas. Casi inmediatamente después de salir de la ciudad se dieron cuenta del silencio y tranquilidad del camino que recorrían y Frithjof Schuon les comentó: “así, de repente, casi sin advertencia desaparecerá el mundo moderno”.

Todos los autores tradicionales, unos antes otros un poco después, advertían prácticamente desde hace casi 100 años y durante todo el siglo XX, de la fugacidad e inviabilidad de esta civilización, expresión final del hombre en sus etapas más decadentes y alejadas de la Norma y el Centro. Pero el mundo no prestó ninguna atención y siguió feliz por su camino de inadvertida autodestrucción.

Al parecer, estamos llegamos ahí. Esta pandemia está revelando día a día lo frágil y endeble del ensoberbecido mundo moderno. Y es muy llamativo que mucho de lo que consideraba sus grandes logros y fortalezas, se han vuelto en su contra: la velocidad en las comunicaciones terrestres, marítimas y aéreas, las gigantescas ciudades, el comercio internacional, el turismo, o la enajenación desquiciante de estar siempre “conectado”, han sido el terreno perfecto para que, un “enemigo” microscópico esté destruyendo al dios máximo: el dios económico financiero, razón de ser y destino de la humanidad.

Esta pandemia, indica de algún modo que se ha alcanzado cierto límite, pues casi de forma inmediata y muy brusca, el comportamiento humano a nivel mundial tuvo que cambiar de ritmo. De la desbocada agitación se pasó a una calma forzada que es altamente significativa.

Así que de pronto, los gobiernos del mundo y organismos internacionales reaccionaron primero sin mucha convicción a tomar medidas para evitar la propagación de la enfermedad, y ahora ya están empezando a retomar algunas actividades, tratando de regresar a la cotidianidad, lo antes posible, para evitar que resulta mas dañada la preciada economía.

A tan poco tiempo de haber iniciado esta pandemia, se puede afirmar que el mundo que conocimos hasta febrero de este año, nunca regresará. Aun así, ya se está haciendo evidente que la postmodernidad quiere rescatar a como de lugar a su divinidad monetaria y sus mandamientos de producción, consumo y rendimiento, cueste lo que cueste, sumergiéndose nuevamente en la agitación, lo que constituye un claro reflejo de la falta de visión y entendimiento de las cosas. El homo economicus podría encontrarse con que, por actuar para salvar su preciado mundo, consiga con sus acciones el efecto opuesto, asegurar su derrumbe definitivo.

La humanidad está dejando pasar de lado la gran oportunidad de una metanoia, que esta pandemia le ofrece. Y esa enseñanza es que ya se le acabó el camino a este modelo de civilización, que es anómalo por los cuatro puntos cardinales, y que es mejor irse ajustando a lo que vendrá después. Mientras más resistencia oponga el hombre postmoderno a este inevitable cambio, más difícil y doloroso le resultará, pues al final de este camino agotado, no hay campo abierto para maniobrar, hay una montaña, y solo se podrá subir en lo personal, para los que la visualicen con un poco de tiempo y tengan la condición espiritual mínima para hacerlo.





Francisco Galarza

Mayo de 2020.