DE SECRETARIO A PRESIDENTE, O 35 AÑOS DE LIBERALISMO


Corría el año 1985 y me encontraba viviendo con mi familia, en mi exilio patagónico, en una localidad sita en el Alto Valle de la provincia de Río Negro, de nombre Gral. Fernández Oro (pongo el acento en que se trataba de un militar pues ahora, en tiempos democráticos, se ha suprimido tal aditamento). Integraba en ese entonces el Movimiento Nacionalista de Restauración, siendo redactor habitual de la revista que el mismo editaba de nombre Cabildo. A mi alrededor se encontraba un grupo bastante nutrido y entusiasta de nacionalistas que anhelábamos cambios esenciales en el país y fue el encendido impulso que nos acompañó lo que nos llevó a editar el periódico El Fortín que alcanzara en ese entonces una cierta resonancia a nivel regional.

Fue en razón de la misma que en una oportunidad, mediante la intermediación de una tercera persona, recibí en mi domicilio la visita de un tal Dr. Assef que capitaneaba un grupo de nombre afín al nuestro, que se llamaba Movimiento Nacionalista Constitucional. Lo acompañaba en tal visita su señora esposa y un secretario muy joven que estudiaba en ese entonces abogacía y que fungía de secretario de tal persona, con un apellido muy usual y poco llamativo, algo así como Fernández. Assef quería afiliarnos a su movimiento y el secretario Fernández había traído las fichas de afiliación. Yo había leído previamente su programa en donde se exaltaba la democracia y obviamente la constitución liberal de 1853, por lo que estaba buscando una manera diplomática de zafarme de tal situación. Pero quien en ese entonces era mi mujer no pudo soportar como yo por mucho tiempo ese intercambio inútil de opiniones y, acudiendo a un arranque de sinceridad, le preguntó al vuelo cómo podía ser que se pudiese ser simultáneamente nacionalista y estar al mismo tiempo con ese adefesio que era nuestra constitución prácticamente copiada de la de los EEUU. Sorprendido por ese repentino desplante Assef alcanzó a preguntarnos por cuál motivo nosotros nos llamábamos de Restauración.

Allí intervine y le expliqué que éramos restauradores porque queríamos volver al orden natural que se había derogado en la batalla de Caseros cuyas secuelas de liberalismo y masonería seguíamos viviendo ahora y de manera multiplicada. Por supuesto que eso significó la finalización del encuentro. El intermediario intentó vanamente recomponer la situación, pero fue inútil pues allí terminó nuestra relación con el grupo compuesto por el matrimonio Assef y su secretario Fernández.

Pasaron 35 años de tal fallido encuentro y las cosas hoy son las siguientes. Hemos abandonado el aditamento de nacionalista puesto que debemos reconocer que la tradición liberal en la argentina se ha hecho demasiado fuerte y casi no existe una pizca de rosismo tal como lo concibiéramos nosotros. Es más sencillo decirse tradicionalista explicando que en todo caso rescatamos de nuestra historia solamente aquello que concuerda con ciertos principios superiores y universales de carácter metafísico y reconocemos que cada día que pasa se hacen cada vez más escasos.

Lo que en vez no ha cambiado es el nacionalismo constitucional que se ha hecho cada vez más intenso. El secretario Fernández, hoy convertido en presidente, en relación al tema del aborto, acaba de decirnos: "Hay una Argentina hipócrita que niega el aborto como antes negaba la homosexualidad". Comprendo ahora que faltó explicarle al joven Fernández respecto de los errores presentes en nuestra constitución liberal que él ya entonces exaltaba. Para el liberalismo la libertad, comprendida como el despliegue de la propia voluntad sin ningún tipo de subordinación a algo superior, es más importante que la verdad. Está presente también en la frase de Perón cuando afirmaba que “la realidad es la única verdad”. Cualquiera de nosotros en algún momento de su vida puede haber robado un cenicero en un hotel o haberse llevado un cubierto de un avión sin devolverlo, pero esto no significa que debamos legalizar el robo. En todo caso es una muestra más de nuestra imperfección o, de haber arrepentimiento, de la lucha que debe sobrellevar toda persona por elevarse a algo superior, en este caso es la verdad que prima sobre la simple realidad o voluntad singular.

En esta esencial incomprensión consiste pues el liberalismo de nuestra clase política depredadora presente antes como ahora.