CIENCIA SACRA Y CONOCIMIENTO
     

No hace demasiado estuvimos debatiendo con la intención de presentar, por un lado, los ámbitos a cuyo conocimiento aspiraban (sería de muy optimistas escribir ´aspiran´) las ciencias Tradicionales o ciencias sagradas y, por otro lado, delimitar el terreno al que, por el contrario, se han circunscrito las actuales ciencias; ciencias que, desde la óptica de la Tradición, cabe calificar como de profanas o desacralizadas y cercenadas de cualquier referente o aspiración Superiores.
      Por la naturaleza distinta de los objetivos que ambas persiguen –o han perseguido- podemos, sin duda, escribir con mayúscula el Conocimiento al que se refieren –o referían- las primeras y con minúscula el conocimiento al que se delimitan las segundas; igualmente se puede utilizar el término ´Gnosis´ como sinónimo de ese Conocimiento propio de las diferentes disciplinas sacras del Mundo de la Tradición; y, reiteramos, con tan pocos puntos en común con ese otro tipo de conocimiento inherente a este mundo moderno tan extremada y tristemente romo e ignorante de cualquier vestigio y atisbo de Trascendencia.
     También se comprobará, en los párrafos transcritos a continuación, cómo al tratar estos asuntos no hemos podido obviar, por pura lógica y consecuencia, cuestiones como la de las carencias innatas a la filosofía -como herramienta que es de la mente- o como la de la problemática que rodea al mundo de la técnica y de la máquina. 
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      Hablaremos pues de ciencias sagradas y de ciencias profanas:
     Antes de ir adentrándose en todos los procesos (humanismo -antropocéntrico-, racionalismo, iluminismo ilustrado, liberalismo, positivismo,...) que, sobre todo a raíz del fin del Medievo, han ido empantanando al ser humano y convirtiéndolo en una criatura vasta y burdamente materializada, el hombre concebía los fenómenos de la naturaleza como la manifestación externa y última de fuerzas que tenían un carácter más sutil y que junto a dichos fenómenos componían una especie de tejido que podríamos asimilar con el mismo entramado del Cosmos. Dicho de otro modo, y recordando una máxima del hermetismo,  se tenía la certeza de que lo de abajo -lo fenoménico- estaba íntimamente ligado a lo de arriba y era su manifestación externa. O, en otras palabras, se tenía la certeza de que lo que acontecía en el microcosmos tenía su origen y su modelo en lo que sucedía en el macrocosmos.
     Pues bien, con esta percepción holística que mantenía el hombre tradicional eran contempladas todas las ciencias que, de este modo, podemos denominar como sagradas. Se tenía la certidumbre de que ningún fenómeno que pudieran captar nuestros sentidos estaba desgajado de ese entramado más sutil que se halla más allá de lo sensible, pero ligado a ello.
     El hombre moderno amputado de su dimensión suprasensible, ignoró la existencia y/o realidad de lo metafísico (de lo que hay más allá de lo físico), desacralizó las ciencias y, al amputarles el que siempre había sido el principal objetivo de ellas en el Mundo Tradicional, las convirtió en profanas y dejaron, a partir de entonces, de tener un carácter integral para pasar a plegarse única y exclusivamente en el estudio, el análisis y la enumeración cuantitativa de lo fenoménico -de lo más externo y secundario- y para pasar a ser meras servidoras del pathos fáustico, obsesivo y alienante propio de una técnica y de un maquinismo desaforados y titánicos que han adquirido la categoría de fin en sí mismos; de una técnica y de unas máquinas que esclavizan el existir del hombre y que lo han convertido en un mero apéndice de ellas (un hombre desestructurado que, en lugar de ponerlas a su servicio, se ha puesto al servicio ciego de ellas).
     La naturaleza integral de las ciencias tradicionales se fue disipando a medida que el hombre se alejaba de sus raíces sacras y empezaba a ser incapaz de percibir otra realidad que no fuera la que le llegaba a través de sus sentidos. Así pues, por poner algunos ejemplos, del sentido cosmológico de la numerología pitagórica al objeto de la matemática moderna hay un abismo. De la astrología antigua (en la cual se hallaba implícita la astronomía) se pasó, paulatinamente, a una astronomía actual carente de cualquier referente Superior; de aquélla apenas han quedado, en nuestros días, residuos en forma de irrisorias ´artes adivinatorias´ acerca de perspectivas sobre el trabajo, el dinero y el amor,... La alquimia ha derivado en la química, es decir, en los efectos subalternos y colaterales de la Gran Obra o Ars Regia (los alquimistas se referían como a ´quemadores de carbón´ o ´sopladores´ -el equivalentes de los químicos de hoy- a los que, ya  entonces, eran incapaces de ver más allá de dichos efectos secundarios). La física de la Antigüedad clásica no tenía sentido si no era dentro del dominio de la Metafísica. Y así podríamos continuar escarbando sobre dónde tienen su origen la mayoría de las ciencias profanas y seguiríamos percatándonos de que éstas no son más que residuos de lo que fueron las ciencias sagradas, por lo que quien crea que el verdadero conocimiento se encuentra en el dominio de las ciencias modernas debería empezar a concienciarse de que, en realidad, tan sólo debería referirse a un tipo de conocimiento fenomenológico y superficial, amputado de sus causas últimas y Superiores.
     E igualmente, el que piense que a través de la filosofía también puede aspirar al Conocimiento, se encamina por derroteros erróneos, pues la filosofía utiliza del método discursivo y de lo especulativo y ambos son dominios de lo mental y deberíamos tener bien diáfana la idea de que la mente es un instrumento humano que es, como tal, inútil a la hora de aspirar a la Gnosis de lo que es más que humano; esto es, de lo suprasensible o metafísico. Y sólo por medio de esos difíciles, rigurosos y metódicos procesos iniciáticos que el disolvente mundo moderno ya no conoce, sólo por medio de ellos se puede acceder (o casi mejor sería decir ´se podía´) al Conocimiento de lo Suprasensible y/o de lo Absoluto.
     Dejémonos, pues, de relativismos engendrados por un racionalismo (deformación de la capacidad racional del ser humano, que niega la realidad de aquello que no puede ser ´aprehendido´ a través de procesos mentales discursivos), por, decíamos, un racionalismo al que deberíamos de concebir como un subproducto más de las desviaciones culturales del actual Sistema de valores dominantes.
     Dejémonos de relativismos exacerbados y dejémonos de poner en duda hasta a las Realidades que nos Trascienden y a las cuales la mente, por su naturaleza, no tiene la potestad de poner en solfa o criticar en alardes de ningún tipo, pues los sistemas racionales de la lógica son herramientas de lo humano que, por ende, se encuentran en una dimensión diferente a la –digámoslo así- Suprahumana y Metafísica.
     No nos conformemos con observar, estudiar y analizar lo fenomenológico, lo visible y lo externo y experimentar con ello, sino que aspiremos a concebir todo ello como parte de un todo, cuyas esencias primeras lo trascienden y no son cognoscibles por nuestros sentidos.
     Sólo centrándose en lo secundario, en los fenómenos y olvidándose de otras Realidades Superiores, se comprende la fijación del hombre por exacerbar lo material y desarrollar hasta lo ilimitado y descontrolado el maquinismo y el tecnicismo. Y ante esta última exacerbación enajenante, no se caiga en la arrogancia -en la que ha caído el mundo moderno- de creerse superior al Mundo de la Tradición por haber sobrealimentado a la técnica y a la máquina, ya que lo que ha conseguido es convertirlas en dueñas de nuestros alienados destinos; por otro lado, y para más aún bajarle los humos y las ínfulas de superioridad, no ignore la arrogante modernidad de que si la valoración que se le debiera dar a un tipo de  civilización determinado dependiese de los logros técnicos y científicos (así, en minúscula) alcanzados por ella, no estaría de más echar una ojeada a las numerosas pruebas, vestigios y testimonios de la existencia de grandes logros en muchas disciplinas a lo largo del periplo de diferentes civilizaciones Tradicionales; así en arquitectura, en astronomía, en medicina, en ingeniería,... 
     Sólo nos queda apostillar que no hemos, ni muchísimo menos, clamado contra la técnica o contra las máquinas, sino contra el descontrol titánico al que ha llevado su hipertrofia actual. El hombre debe servirse de ellas y no ser su frenético y desalmado siervo.
                                             
                                                                                                Eduard Alcántara