LA ORDEN DE LA CORONA DE HIERRO
                                                                                                                                           por Julius Evola

 

Ante la caída del Imperio Romano la necesidad de mantener bajo custodia y defender los valores espirituales en medio del caos político y de la disgregación moral hizo nacer las primeras Órdenes ascéticas.
Hoy, al presentarse una situación análoga, ante la crisis profunda que penetrado al mundo moderno, se hace sumamente oportuna la constitución de formas análogas. En relación con todo esto se había propuesto la creación de la Orden de la Corona de Hierro (1). Esta denominación no tiene referencia alguna a la antigua corona itálica (2).
La misma ha sido sugerida por la idea de una soberanía a ser definida en términos espirituales y al mismo tiempo con relación al metal que mejor puede simbolizar la dureza, el temple y la inflexibilidad que deben ser los rasgos del carácter de los hombres de la Orden en la defensa del espíritu.

  1. Los hombres de la Orden tienen sobre todo la tarea de testimoniar en forma personal, defendiéndolos y afirmándolos en las formas más adecuadas, los valores de la espiritualidad pura, comprendida como una realidad trascendente, que se encuentra por encima de cualquier valor simplemente humano, de cualquier vínculo naturalista, ‘social’ e individualista.

  2. Las devastaciones que caracterizan al mundo moderno imponen a los hombres de la Orden la asunción y la afirmación de tales valores con desapego de aquellas instituciones o formas históricamente condicionadas. Los hombres de la Orden, al constatar que en la situación actual no existe un ordenamiento social o político que tenga un carácter legítimo, conforme a los principios superiores, mantienen una profunda distancia con respecto a todo esto. Podrán estar presentes, aceptar cargos o funciones, pero tan sólo con la finalidad de ejercer una acción superior, directa o indirecta. En cuanto a la distancia, también, con respecto a cualquier particular forma religiosa, la misma, aparte de la constatación de la decadencia y de de la secularización creciente de tales formas, debe legitimarse con el reconocimiento de los valores fundamentales libres respecto de cualquier condicionamiento.

  3. Aparte de lo hasta aquí dicho, es una cosa esencial que los hombres de la Orden actúen sobre el plano existencial con su sola presencia, con la adhesión absoluta a la verdad, con su rectitud, con la capacidad de subordinar la persona a la obra, con la inflexibilidad y el rigor de la idea, con la indiferencia respecto de cualquier reconocimiento exterior y de cualquier ventaja material. En vista de todo aquello que puede derivar de la correspondencia de lo exterior con lo interior, es deseable que los hombres de la Orden sean elegidos entre aquellos que aun en cuanto a su figura física se encuentren sin defecto, más aun, que posean algo que se impone. Por lo demás, esto valió muchas veces como regla en las mismas Órdenes caballerescas.

  4. Al existir distorsiones específicas de la civilización moderna es una premisa natural e imprescindible para la pertenencia a una Orden tomar posiciones irreductibles ante las mismas. A tal respecto es indispensable indicar sobre todo que ante cualquier forma de democracia e igualitarismo debe oponerse un principio espiritualmente fundador de autoridad y de jerarquía.

Más todavía debe ser combatido cualquier mito ‘social’ colectivista y proletario. El desprecio por la así llamada ‘clase trabajadora’ es un punto esencial (3). Los hombres de la Orden se oponen tanto a cualquier prevaricación y a cualquier intento de conquista del poder por parte de las fuerzas de lo bajo, como a todo concepto de rango, de privilegio y de poder que se defina en términos de dinero y de riqueza. Es tarea de los hombres de la Orden la de afirmar la primacía de valores espirituales, heroicos, aristocráticos y tradicionales ante el materialismo práctico, el inmoralismo minúsculo y el utilitarismo de nuestros tiempos. En toda ocasión sostendrán aquello que va en el sentido de los primeros, obstacularizarán y sabotearán todo aquello que se encuentra en contraste con los mismos.

  1.  La Orden reconoce en la Verdad el arma más poderosa para su acción. La mentira, la mistificación ideológica, la sugestión y la acción narcotizadora ejercida en toda capacidad de sensibilidad superior y de reconocimiento están en efecto en la base de la obra general de subversión y de distorsión en el mundo actual.

  2. Puesto que el centro de gravedad de la Orden no cae ni en una particular confesión religiosa ni en un movimiento político, del mismo modo, en su espíritu, la Orden toma distancia respecto de todo aquello que es ‘cultura’ en el sentido moderno, intelectualista y profano. El fundamento para el hombre de la Orden es en cambio un modo de ser; en segundo lugar una determinada concepción de la vida; en tercer lugar los elementos de estilo para una presencia personal de rectitud de coherencia en la existencia, y la norma para el dominio de la acción.

  3. Ciertas corrientes y órdenes de ideas podrán ser sostenidas, inspiradas o propiciadas, de acuerdo a las oportunidades y situaciones, por parte de la Orden, pero sin identificarse con las mismas. Ésta apuntará a actuar sobre el plano de las causas, pero no sobre el de los efectos y de la exterioridad.

  4. Detrás de cada hombre de la Orden se encontrará la totalidad de la Orden. Cada miembro tendrá el deber de sostener, con cualquier medio, a cualquiera de los demás integrantes, pero no en tanto individuo, sino como exponente de la organización. Cada miembro de la Orden debería convertirse en un centro de influencia en un determinado círculo, y la unidad de la Orden expresará, convalidará y reforzará la sintonía natural existente en forma potencial entre estos elementos, células o centros de acción orientados de igual manera, formados interiormente por la misma idea.

Sobre las calificaciones

  1. Pueden ser admitidos en la Orden solamente hombres, de edad no inferior a los veintiún años, carentes de taras físicas y de todo aquello que sobre el plano psico-somático pueda ser perjudicial para un prestigio natural.

  2. La Orden presupone individualidades que, por tener por lo menos potencialmente una misma calificación interior, vocación y mentalidad, en diferente grado se encuentren ya en una misma línea.

La pertenencia a la Orden reclama sin embargo un compromiso preciso y jurado, en cuanto a la prontitud en poner en primera línea, en cualquier campo, la idea con respecto a cualquier vínculo sentimental, afectivo y familiar, a preferencias individuales, a intereses materiales, a ambiciones sociales. A los hombres de la Orden no se les pide ninguna renuncia, sino un desapego interior, es decir una interna libertad, con respecto a la propia situación en el mundo externo, cualquiera que ella sea.

  1. La pertenencia a una determinada comunidad o confesión religiosa no es incompatible con la de la Orden, siempre que a la misma le sea asegurado un ‘derecho eminente’ en caso de contraste.

  2. Es deseable que, en su referencia a principios superiores, los hombres de la Orden aspiren a correspondientes realizaciones, en el sentido de buscar aquellos contactos con estadios superiores del ser que han constituido el objeto de disciplinas operativas de carácter iniciático.

Sobre las dignidades y sobre la organización

  1. La Orden presenta dos aspectos, el uno interno y el otro externo. Con referencia al primer aspecto, todos los miembros de la Orden revisten una igual dignidad correspondiente a la designación o título de ‘Hombre de la Orden de la Corona de Hierro’. Organizativamente la Orden se encuentra regida y dirigida por un Consejo de los Maestros de la Orden, compuesto por siete miembros, con una ‘Gran Maestro de la Orden’. Entre tales miembros  se reparten tareas generales de carácter directivo, operativo y disciplinario, que deben ser definidas en las diferentes sesiones del Consejo.

  2. El aspecto interno de la Orden corresponde al dominio puramente doctrinal y comprende tres grados, los que deben ser puestos en relación con los de la realización espiritual de los diferentes miembros. Esta articulación no incide necesariamente sobre el dominio del cual en el punto anterior de que al menos cuatro de los miembros del Consejo de los Maestros deben revestir también el grado más alto de la jerarquía interna. Respecto de ésta y de la labor sobre el plano del conocimiento y de la dignificación según criterios tradicionales trata un capítulo especial.

  3. Es el Consejo el que debe decidir cualquier admisión a la Orden, con la elección y la directa investidura de elementos señalados y juzgados como dignos. No son excluidas las adhesiones, por decir así, ‘de oficio’: determinadas personalidades pueden ser declaradas como formando parte de la Orden (y deberán considerarse como tales a cualquier efecto) aun no teniendo relaciones directas con la misma.

  4. La pertenencia a  la Orden no implica compromisos financieros. Libres ofrecimientos o donaciones podrán ser admitidas. El Consejo dispondrá de las mismas con exclusiva referencia a las finalidades impersonales de la Orden.

  5. El título de ‘Hombre de la Orden’ es potencialmente hereditario en el sentido de que quien lo posee puede decidir que el mismo sea transmitido al primogénito de su familia, siendo la ambición que la tradición de su sangre sea la de una determinada forma e influencia espiritual, en la continuación de la misma acción.

  6. Los miembros del Consejo son los fundadores de la Orden. El Consejo mismo decidirá respecto de la sucesión en el caso de la muerte o de una particular incompatibilidad que se verificara respecto de los distintos miembros. Cada uno de ellos tiene el derecho de proponer a quien él desee que pase su función y sea el continuador de su obra. El Consejo decidirá a tal respecto.

 

  1. Hace unos años ambientes interesados en la idea de una Orden se dirigieron a J. Evola a fin de que les elaborara un esquema. Éste es el que él redactara en aquella oportunidad (1973).

  2. Con referencia a la antigua corona itálica que inauguraron los soberanos de Italia desde la época longobarda hasta Napoleón (dejada a un lado curiosamente por la dinastía de los Saboya, por los cuales fue recogida de la catedral de Monza tan sólo para los funerales solemnes de Humberto 1º, sobre cuyo féretro fue colocada). En vez fue creada por los Ausburgo la homónima Orden de la Corona de Hierro, con decreto del 1º de enero de 1816 por parte de Francisco I, como Orden dinástica,  aun operante y dividida en tres grados de caballeros.

  3. Para comprender bien el significado de esta expresión evoliana es oportuno referirse a lo que fue escrito por éste en la segunda edición de Los hombres y las ruinas (Ed. Heracles 1995), en su apéndice 2º Un tabú de nuestros tiempos: ‘La clase trabajadora’. “Hoy el trabajador se presenta sólo como un ‘vendedor de mercancía de trabajo’, de cuya venta sólo busca recabar el mayor provecho posible, apuntando sin escrúpulos tan sólo a un nivel de vida burguesa. Han pasado los tiempos del proletariado miserable de la primera época de la humanidad… un ‘trabajador’ hoy se encuentra mucho mejor que muchos intelectuales, de un profesor, de un empleado estatal de rango inferior… El trabajador moderno piensa sólo en sí mismo y sus organizaciones se preocupan únicamente en los intereses de su ‘clase’…”