LAS PROFECÍAS DE DONOSO CORTÉS

                                                                                                           por Julius Evola

 

Un notorio escritor de Derecha, Karl Schmitt, ha hecho notar que, si se examina la historia europea del último siglo, la misma nos presenta una especie de reiteración. Se trata de la situación que ya se había perfilado con el surgimiento de los movimientos revolucionarios liberales y radicales de 1848-1849; mutatis mutandis, la misma se ha vuelto a presentar de manera más aguda en nuestros días. Además Schmitt hace notar que, mientras que a partir de aquella época y luego del último Manifiesto del comunismo, del lado de la Izquierda ha sido elaborada con rasgos cada vez más precisos una interpretación de la vida y de la historia, del lado opuesto, es decir de la Derecha, no se ha hecho nada semejante, se ha estado muy lejos de retomar y desarrollar posturas contrarrevolucionarias y tradicionales ya asumidas por contraposición en aquel período.
A tal respecto, un factor puede estar constituido por la defección de la Iglesia. Se ha arribado al punto en el cual los que quisiesen organizar a pesar de todo una Derecha, no se encuentran a su lado a la Iglesia, sino que ven de una manera cada vez más notoria cómo desde el campo del catolicismo se expresan abiertas adhesiones a encuadramientos políticos decididamente democráticos e incluso de Izquierda. Existen católicos que sin ser anatemizados, han arribado a afirmar que en el fondo, desde un plano fáctico, democracia, socialismo y comunismo representan al “nuevo cristianismo”, esto es las formas modernas,“aggiornadas”, de aparecer del antiguo espíritu “social” y comunitario del cristianismo de los orígenes, poniendo desenvueltamente a cargo de defectos pasajeros e inevitables de juventud y de crecimiento todo lo que en estos movimientos se nos presenta en su carácter materialista, ateo y subversivo, y que en cambio constituye su núcleo esencial en los términos de una verdadera y propia “contra religión”. Es tan sólo con extrema prudencia que a veces se reacciona, cuando no puede evitarse, casi como disculpándose por la reacción, en vez de proceder a una abierta y decidida denuncia. A nivel “conciliar” se tolera en cambio que sean estigmatizados como “residuos medievales” todos los aspectos mejores del catolicismo.
Para dar un sentido de perspectivas muy diferentes no estará privado de interés recordar la figura y las ideas de un católico, teólogo, diplomático y hombre de acción español del primer período de la contrarrevolución europea, Donoso Cortés. Con una mirada histórica de una lucidez casi alucinante, Cortés supo reconocer, hace más de un siglo, las alternativas fundamentales hacia las cuales se dirigía inevitablemente Europa luego del trauma constituido por la Revolución Francesa. Así como lo fuera ya en su momento de De Maistre, fue un mérito de Cortés el haber comprendido que en su significado más profundo las antítesis que antes esta revolución y luego los movimientos de 1848-49 habían suscitado en el conjunto de los principales Estados europeos tenían un carácter no tanto social y económico sino religioso, por no decir metafísico. En 1848 la antítesis fundamental parecía ser entre autoridad y anarquía.
Cortés, viendo las cosas más a fondo y apoyándose en la teología, remitió el conflicto a todo lo que procede de dos interpretaciones antitéticas respecto de la naturaleza humana. Mientras que del dogma católico de la caída deriva la idea de la natural maldad del hombre (que Cortés desarrolló al indicar el carácter obtuso, irracional y demoníaco de las masas, del demos), las fuerzas de la Izquierda partían de una pseudo religión que, por un lado, enarbolaba un optimismo y el mito del progreso indefinido de la humanidad, pero por el otro practicaba el terror, dando así a conocer su rostro verdadero. De la primera concepción derivaba la necesidad del principio de la autoridad, de un poder legítimo desde lo alto para imponer una forma y un orden a aquello que en el hombre decaído no tiene forma y que pertenece al solo dominio físico y natural. En cambio la segunda concepción desembocaba en el culto de la humanidad puramente terrestre y materializada soberana de sí misma: la voluntad del pueblo, el individualismo (liberalismo), luego la masa en revuelta contra todo principio superior de autoridad y por lo tanto contra la esencia misma del verdadero Estado (socialismo, marxismo).
Al formularse las cosas de tal manera, Cortés consideró como inevitable un choque decisivo entre catolicismo y socialismo ateo. Es importante destacar también que ya en ese entonces Cortés supo reconocer que el constitucionalismo parlamentario era algo híbrido, que el mismo no habría llevado a ninguna solución, que tan sólo habría dilatado, a través de una especie de interregno, el choque decisivo de las fuerzas, sino también la capitulación definitiva de la Derecha. Para él, como para De Maistre, lo esencial se encontraba en reconocer el principio de autoridad como detentador de un derecho supremo e inapelable de decisión: ello también en un ámbito más vasto en relación con el centro necesario para las fuerzas de la Derecha a fin de organizar una defensa eficaz de Europa. Cortés escribía: “Llega el día de las negaciones radicales y de las afirmaciones soberanas”. Su crítica en contra de la inanidad del sistema parlamentario democrático y del régimen de los compromisos políticos es premonitor. Con una frase lapidaria él definió a la burguesía como “la clase discutidora”, es decir como la clase que “discute” en vez de decidir, de organizarse, de hacer frente al combate. Pero una clase dirigente que agota su actividad en los bellos discursos, en la prensa, en el parlamento, no se encuentra a la altura de los tiempos que Cortés veía avecinarse.
Esto fue lo que condujo a Cortés a afirmar una tesis original y audaz: el reconocimiento del derecho de una dictadura. Tal fue el contenido del famoso discurso por él pronunciado el 9 de enero de 1849 al parlamento español. Cortés no podía no constatar la crisis en la cual ya entonces había entrado el régimen monárquico, quebrantado por el constitucionalismo, con soberanos reducidos a reinar, pero no preparados para gobernar, como para reputarse todavía como el centro vivo de las fuerzas de Derecha. “Las figuras de reyes son ya raras”, él escribía, “y entre éstas son pocas las que tengan verdaderamente el coraje de reputarse reyes de otra forma que no sea por la voluntad del pueblo”. Pero el frente de la contrarrevolución necesitaba de un poder de decisión supremo. La fórmula de Cortés fue: dictadura coronada; una especie de dictadura consagrada por encima de toda mera legitimidad formal. Es que él reconoció tal solución como impuesta por el carácter de los tiempos que venían para prevenir de las otras dictaduras, de las que podrían imponer las fuerzas de la Izquierda o, en modo general, de la subversión mundial, dotadas ya de una conciencia clara de sus objetivos últimos. Ello significaba prever  el espectro del totalitarismo destructor, ocupar pues el área del poder que había permanecido vacía. No sólo: algo realmente sorprendente si se piensa que entonces la Rusia autocrática era considerada como un baluarte de la “reacción” y que la misma aun militarmente había contribuido a la represión de los movimientos del ’48, Cortés profetizó que habría llegado “la gran ora de Rusia”, que Europa se habría encontrado frente al temible peligro constituido por la posible asociación entre el imperialismo ruso y el socialismo revolucionario, que ya no más la Inglaterra democrática y la Francia de los “inmortales principios”, sino Moscú habría sembrado en el continente europeo el virus revolucionario: tal como efectivamente aconteció.
Todos los principales problemas del futuro europeo habían sido de tal modo formulados, hace ya más de 100 años, por la mente clarividente de un ultra católico. Y aquello que Cortés había reputado como ineluctable, el choque decisivo entre catolicismo y socialismo, hoy con el avance de las fuerzas de Izquierda se impondría en forma natural, en tanto uno de los frentes no hubiese cedido. Ha sido vana la apelación de Donoso Cortés a un frente espiritual y católico de defensa europea bajo el signo de una Derecha homologable a aquella que por un breve período había dado lugar a la “alianza del trono con el altar”. Dentro de tal perspectiva, desde el tiempo de Cortés hasta nuestros días no hay sino un vacío. De las dos cosas que Cortés preveía para el futuro, las “negaciones radicales” y las “afirmaciones soberanas”, parece ser que sólo la primera es la que prevalece.
Sin embargo nos parecen válidas y dignas de ser meditadas las acusaciones que Cortés dirigiera a la clase discutidora, que hoy en día en Italia prospera dentro del marco parlamentarista, cultivando bajo la excusa del antifascismo una especie de odio teológico hacia cualquier principio de autoridad, y también la fórmula de la dictadura coronada como verdadera antítesis hacia cualquier comunismo o deletérea democracia. Por cierto, hoy en día no es fácil dar un contenido preciso a tal fórmula. Quizás es en la España contemporánea, donde ha sido revalorizada la figura de Donoso Cortés (1) y sus obras han sido reeditadas y donde el catolicismo tradicionalista no ha perdido su fuerza, que la misma ha sido prácticamente considerada, con el propósito de Franco de preparar un futuro régimen en el cual se mantenga el principio de autoridad por él encarnado, dadas las circunstancias, en términos de carácter dictatorial, pero con un crisma superior, puesto que el mismo debería pasar a exponentes monárquicos, a soberanos que sepan hacer propia la fórmula: rex est qui nihil metuit, “rey es quien nada teme”, si es que aun existen.

(1) Hoy en día a 32 años de la edición de este artículo las cosas han cambiado sustancialmente en la sociedad española, la que se ha puesto a tono con los tiempos. Ni el catolicismo tradicional conserva su fuerza ni el monarca ungido por el dictador Franco antes de morir es otra cosa que un rey democrático que reina, pero que no gobierna, es decir las cosas han seguido el rumbo unilateral de las negaciones absolutas.

(Il Conciliatore, Marzo de 1972)