ANACRONISMOS FILOCOMUNISTAS

stalin


                                             Stalin el nacional comunista


Una vez más Evola anticipa varios acontecimientos que habrán de suceder con varios años de distancia de sus dichos.

1)    Su crítica dirigida hacia el oportunismo de ciertos fascistas que creen ver en el comunismo stalinista a partir de la alianza Alemania-URSS de 1939 una superación del leninismo y la concertación de un frente nacional bolchevique, anticipa hasta en sus léxicos tal corriente que en nuestros tiempos será asumida por distintas figuras, que hasta se califican a sí mismas como evolianas, y que lo tienen al pensador ruso A. Dugin como su principal promotor.

2)    Denuncia en el comunismo bolchevique una intencionalidad que va más allá de la simple ideología. Se trata de un supercapitalismo de Estado que utiliza las ideologías en provecho propio y para atrapar a ingenuos, tal como sucede ahora con el euroasianismo, calificado en ese entonces por Evola como paneslavismo. La nomenklatura bolchevique cuyo actual exponente es Putin es la misma que existe en Rusia desde la revolución del 17 y que en forma oportunista usa diferentes temas nacionales o aun religiosos para perpetuar sus intereses.

M.G.


El futuro que nos espera será decisivo para una discriminación fundamental entre dos tipos humanos  irreductiblemente opuestos: el tipo de aquel hombre que tiene principios y el de quien en cambio no los posee. También los podemos denominar como tipo viril uno y femíneo en cambio el segundo. Es digno del nombre de hombre –vir – aquel que tiene en sí mismo la propia norma, que permanece activo ante la realidad, que rechaza padecer su violencia, es decir que se adueña de ella o, allí donde esto no sea posible, trata de cerrarle el camino, a fin de que lo que es un hecho no se convierta en un derecho y que lo que es criatura de contingencia y de necesidad no usurpe la dignidad propia de los principios.

Aquel que en cambio ‘se plasma’ sobre la realidad, aquel que siendo interiormente inconsistente y pasivo, no sabe sino adaptarse a las circunstancias y cuanto más, se dedica sólo a explotarlas en forma retorcida para alcanzar la realización de fines cuanto más contingentes y materialistas, este último corresponde a aquello que a nivel superior tiene carácter de femineidad. Es el hombre ‘lunar’, opuesto al ‘solar’, aun cuando su empeño y sus éxitos transitorios puedan darnos la impresión de la ‘actividad’, mientras que la impasibilidad que el segundo, en ciertas circunstancias, puede preferir al compromiso y a la remisión, puedan dar a cualquier observador de escasa sensibilidad moral la impresión opuesta. Esto sin embargo no impide que en una jerga convertida lamentablemente en una cosa corriente en muchos ambientes, el no tener principios signifique ser ‘realistas’, ser un ‘espíritu histórico’, una mente ‘concreta y realizadora’, que se encuentra acorde con los ‘tiempos que corren’, mientras que en cambio tenerlos marcaría a fuego al tipo del ‘soñador’, del ‘idealista’, del ‘utopista’.

Pero por suerte, de estos tipos anacrónicos e idealistas la actual Italia romana y fascista posee muchos en abundancia, y son éstos aquellos que con su rechazo por lo revolucionario, han creado una nación nueva; son éstos aquello que, mediante el desprecio por el hecho cumplido y por la ‘vida cómoda’ y burguesa, serán capaces de adecuar Italia a la misión que se le ha asignado. Éstos y no los otros, superarán las pruebas que nos esperan. Pondrán precisas incompatibilidades de ‘estilo’.

Tales diferencias ya hoy, si bien en tono menor, existen y no son por cierto edificantes ni consoladoras. Aun hoy Italia pulula en oportunistas del momento, en mentes dotadas de cualquier tipo de habilidad transformista, en filosofantes del hecho consumado, siempre listos para espiar el momento en el cual una idea viene a menos o parece venirlo para ‘insertarse’ y hacer valer aquello que su oportunismo había puesto a callar. ¿Es necesario acaso dar cuenta de todos los casos de tal tipo verificados por ejemplo dentro del contexto racista y antisemita del fascismo? Ya lo hacía notar uno de los más notorios exponentes de tal orientación con palabras corajudas que vale la pena resaltar aquí:

“Aquello que está aconteciendo en los últimos meses es simplemente un hecho mortificante. Hombres e instituciones, diarios políticos y revistas de cultura que en materia de cosmopolitismo y anticosmopolitismo, racismo y de antirracismo, tenían una propia postura sumamente clara, hoy extemporáneamente reniegan de ella. Y éste sería un escaso mal si fuese tan sólo el índice de la escasa solidez cultural; pero el mal es que, una vez pasado el Rubicón, todos son magistrados supremos de la doctrina que ayer habían combatido y compiten para ver quién afirma cosas más impactantes. ¡Y cuántas idioteces hoy se dicen con tal de hablar mal del Judío! ¿Pero y el estilo? ¿Qué digo? ¿El sentido de la elemental honestidad cultural y política? La mentalidad hebraica ha operado tan profundamente en las cosas y en los espíritus en modo tal que hoy el mundo es dominio de prestidigitadores, de  acróbatas, de hacedores de coartadas, cuya filosofía es propia de sofistas”. (G. Preziosi, La Vita Italiana, noviembre 1938).

Los acontecimientos europeos más recientes amenazan producir una nueva categoría de personas de este tipo, las que aquí sin embargo desarrollan una táctica sumamente diferente. Se la dan de ‘vanguardistas’ que expresan el sentido de un mundo nuevo y se entregan en nombre del mismo a colmar incompatibilidades y a demostrar que ciertas ideas, las cuales se encuentran en la base de la espiritualidad fascista, han decaído y son revisables, al tratarse de ‘prejuicios burgueses’ que no afectan lo que ellos consideran como lo esencial, destinado a decidir respecto de nuestra conducta futura. Queremos aludir aquí a los ambientes en los cuales hoy se despiertan simpatías filocomunistas y ya superadas y condenadas interpretaciones de ‘izquierda’ del fascismo: se trata de los ‘espíritus realistas’ que se ubican ‘en la marcha de la historia’ y arriban a confirmar su oráculo en un hecho contingente e incluso sospechoso, tal como ha acontecido en la coyuntura ruso-germánica en ocasión de la guerra con Polonia. Al interpretar la impasibilidad de la Italia fascista como una indecisión, éstos creen hoy que poseen un espacio libre para sus elucubraciones, en modo tal que ya se da más de un caso de actitudes efectivamente preocupantes como signo de graves incomprensiones doctrinarias y de frivolidad política. Por lo cual no creemos superfluo hacer aquí una precisa referencia.

El escritor judío Emil Ludwig, en su libro reciente, en el cual invocaba la formación de una nueva Santa Alianza para hacer desaparecer del mundo toda especie de ‘fascismo’, pudo escribir: “Berlín, Roma y Moscú se asemejan si se consideran sus métodos internos. Una ventaja de tal desarrollo es que el espectro del comunismo no le produce más miedo a nadie. Hace cinco años el noventa por ciento de los Europeos creía en este ‘peligro’; hoy sólo quedan los últimos ricos en creerlo” (pg. 76-77 de la edición francesa). Es justamente ésta la tesis que es asumida por parte de los ambientes antes mencionados, los cuales por sus maniobras, hacen alharaca también en la notoria fórmula del antiburguesismo. He aquí los puntos esenciales de esta desviación ideológica:

1) La Rusia de Stalin se trata de una Rusia nueva. Stalin ha liquidado a Lenin y al radicalismo comunista y se ha opuesto decididamente a la tesis trotskista de la revolución permanente y del carácter internacional de la revolución proletaria. El bolchevismo o sovietismo se convierte así en un régimen interno ruso, en un régimen nacional. Como tal, no debe crear un impedimento para un acuerdo diplomático con otras naciones de una ideología contraria en tanto que el régimen soviético ha evolucionado en una normal república democrática.

2) Tiene razón Ludwig, en tanto que el sentido de tal democracia se vincula al de las medidas ‘sociales’ y anticapitalistas y antiburguesas asumidas sea por el fascismo como por el nacional socialismo. A la proletarización soviética de todo bien le corresponde la concepción nazi de la Volksgemeinschaftk y del Erbhof y aquella exigencia del bien común, superior a la del sujeto, que también en Italia tuvo diferentes aplicaciones, hasta la reciente apropiación de latifundios y otras medidas sociales anticapitalistas y antiburguesas.

3) A tal respecto la coyuntura ruso-germánica podría incluso representar el primer esbozo de una solidaridad anticapitalista, que debe comprenderse como un coherente desarrollo de la política del ‘eje’. Y ésta es la dirección de la Europa verdaderamente joven, social y revolucionaria. La palabra ‘comunismo’ no es sino un espantapájaros para enturbiar las aguas y las ideas para beneficio exclusivo de la burguesía capitalista superviviente y reacia en perecer.

Cosa por demás preocupante es que incluso una revista como La Difesa della Razza (nº5 de octubre) ha visto reflejar ideas de tal tipo por esto que allí leemos como réplica a un lector:

“¿No ha visto nuestro anónimo lector cómo se ha portado Rusia en el territorio de la nueva ocupación? ¿O se escandaliza porque ha constituido allí soviets? Con el mismo fundamento los rusos se podrían escandalizar porque nosotros desde hace tres milenios hemos constituido (¿) las comunas… Más bien ¿por qué no considerar que el primer acto de ocupación rusa ha sido la confiscación de los latifundios? He aquí el cambio verdadero… Cuando hemos puesto la riqueza en condición de no poder perjudicar y el pueblo pudiese finalmente respirar… entonces se podrá estudiar si la riqueza no tenga que convertirse en ejercicio de la administración pública”.

Lo cual, en palabras pobres, significaría socializar la tierra y estatizar el capital. Sin embargo tratando de basarse en una obra traducida hace poco por nosotros (La guerra oculta e Malynski y de Poncins, editada al castellano por Ed. Heracles) se cita la reforma que Stolipin había tratado de llevar a cabo en Rusia y con la cual él habría probablemente evitado el bolchevismo, a no ser que no lo hubiese matado un ciudadano de origen judío. En efecto tal como veremos, con el ejemplo de Stolipin se cae, por decirlo así, en laincongruencia y se descubre el verdadero sentido de estas veleidades ideológicas filocomunistas.

El primer punto a resaltar es que, en forma por demás insensible se olvida que el comunismo, sea nacional como internacional, es un sistema ideológico bien preciso, en el cual el elemento económico resulta inseparable de todo lo demás. Y lo demás significa ateísmo y materialismo metódico y razonado, negación del ideal clásico de la personalidad (que tan sólo un ignorante puede confundir con el liberalismo) así como todo móvil sobrenatural o que simplemente trascienda los intereses colectivistas de clase, concepción materialista-mecánica y economicista de la vida y de la historia. La socialización (en parte tan sólo retórica y nominal) de las tierras y del capital en el comunismo no es una cosa más importante que la prohibición de la Navidad, con las relativas persecuciones hacia quienes se nieguen a hacerlo, o el grotesco museo de los cerebros de los ‘grandes hombres’ en el ‘Panteón Rojo’, que en su momento fuera la residencia del Gran Duque Nicolás, o la aun más trivial muestra anti-religiosa en donde las momias de los santos son puestas al lado de los cadáveres disecados de los asesinos. Es mala fe o ignorancia culpable, o narcosis espiritual, no darse cuenta de la solidaridad con todo esto. La praxis económica y ‘social’ del comunismo tiene un sentido y una lógica sólo en lo interior de una concepción materialista y atea del mundo. España así lo prueba, del mismo modo que Méjico, y cualquier lugar en donde el comunismo ha tratado de llevarse a la acción: el odio feroz y sádico por todo lo que es religiosidad, espiritualidad, símbolo de autoridad, ha sido el fenómeno primero, preludio inconfundible, estigma seguro del sentido de aquello que sobre el plano económico debía manifestarse en las medidas ‘sociales’ y ‘antiburguesas’. Se pregunta si nos escandaliza la institución de los soviets en el territorio polaco ocupado. Habría en vez que preguntarse si se tiene conocimiento de noticias, como las que la misma ‘Prensa’ ha reportado, es decir que para solemnizar dignamente tal nueva conquista de ‘justicia social’, han sido masacrados en aquellos territorios, para comenzar, cerca de 200 sacerdotes y oficiales; como otro efecto de la misma ‘justicia’ la nobleza báltica, flor de la raza nórdica-aria, ha debido, incluso por invitación de la Alemania nazi, emigrar de las tierras que poseía desde hace casi seis siglos y que había arrancado a pueblos bárbaros, para exiliarse en Alemania, mientras que Rusia ha reclamado que un cierto número de jefes comunistas, imputado a su vez por delitos de orden público, fuesen liberados.

No se trampee aquí en el juego. El fascismo ha tenido y tiene una plena conciencia de esta contraparte que la denominada ‘justicia social’ posee en el comunismo y en el bolchevismo; conciencia que se expresa en esta precisas definiciones dadas por Mussolini en el Campo di Maggio: “Forma actualizada de las más feroces tiranías bizantinas, inaudita explotación de la credulidad popular, régimen (se note la expresión ‘régimen’) de servidumbre, de hambre y de sangre, forma de degeneración humana que vive sobre la mentira”. En contra de la misma, en la misma ocasión, Mussolini ha invocado la lucha con las palabras y, donde sea necesario, con las armas, agregando: “Es lo que hemos hecho en España, en donde miles de fascistas italianos voluntarios han caído para salvar la civilización de Occidente”. A este último respecto hay que poseer un coraje fascista de la verdad. Que Italianos y Alemanes hayan caído en España para arrancar una tierra no de ellos al bolchevismo y evitar su sovietización, mientras que más allá de los Alpes no se ha hesitado a consentir pacíficamente que un territorio europeo aun más grande que la España roja, el de la Polonia convertida en rusa, sea sovietizado, éste es un hecho triste, que se puede explicar, si bien no justificar, acudiendo a razones de fuerza mayor o de Estado, pero que no puede aducirse como un ejemplo de progreso ‘social’, ante el cual no nos debemos escandalizar, en tanto no se quiera renunciar a cualquier sentimiento de honor.

¡Como si la famosa ‘sovietización’ tuviese algo que ver con la tan remanida y abusada ‘justicia social’! El verdadero hecho nuevo en Rusia, la verdadera superación operada por Stalin, consiste, tal como ha manifestado agudamente Valentino Piccoli, en el hecho de que la revolución, al concentrarse en sí, reniega de sí misma y, dejada a un lado la máscara comunista, se manifiesta como lo que realmente siempre fue, como una exasperación del capitalismo. Es aquello que claramente ha visto Mussolini: “Lo que hoy se denomina bolchevismo o comunismo no es otra cosa que un supercapitalismo de Estado llevado a su más feroz expresión”. Ésta es a contraparte de la ‘nacionalización’ de la Rusia stalinista. Mientras que por un lado las continuas ‘purgas’ sirven para consolidar la absoluta dictadura  no del proletariado, sino de Stalin, por el otro el mito hegemónico internacionalista propio de la dictadura del proletariado en el sentido trotskista, da lugar, en la ‘nueva Rusia’, a un mito hegemónico sumamente más concreto, el supercapitalismo bolchevique que se ha hecho heredero del antiguo paneslavismo y llevando a cabo hoy en día una astuta política imperialista justamente en tal sentido. Y es así como con un nuevo peligro eslavo-comunista se sienten hoy amenazadas no sólo las naciones arias del Báltico, sino también las balcánicas que entran en la más inmediata zona de las influencias  de los intereses italianos; es así que no está excluido que en un mañana la misma Alemania deba temer el mismo peligro y lamentar aquello que la misma ha propiciado ante la necesidad, dado que la historia nos ofrece raramente el caso de un pueblo que no termine cayendo víctima de la subversión que, en un primer momento, para ventaja propia inmediata, había ayudado a crecer.

Podemos además preguntarnos de paso en dónde sitúan los nuevos filocomunistas toda la documentación que sea en Alemania como en Italia ha sido meticulosamente acumulada en lo relativo a la influencia hebraica existente por detrás del marxismo, el comunismo y el bolchevismo. Resulta claro a partir de esto que hay dos posibilidades: o tal documentación es el efecto de una impostura (1), o bien se debe reconocer que aquello por lo cual se descubren hoy nuevas afinidades electivas en base al anticapitalismo y a una presunta justicia social antilatifundista es exactamente una creación hebraica, estrecha y secretamente vinculada con la internacional hebraica del oro. No existe una reducción al absurdo que podría ser más brillante que ésta.

Pero ya es tiempo de pasar al punto fundamental. Todo aquello que hasta aquí se ha resaltado positivamente podría incluso considerarse como no dicho, puesto que basta señalar el equívoco fundamental relativo a la fórmula de la justicia social y de la superación de la tiranía del oro y de la burguesía. Todo esto tiene un doble rostro, c’est le ton qui fait la chanson. Se cae siempre en el mismo error propio de valorar ciertas fórmulas tomadas en sí mismas, en vez de comprenderlas ‘funcionalmente’, es decir en relación con los sistemas, en sí mismos distintos e incluso contradictorios, en los cuales éstas pueden figurar con un significado diferente. Hay sin embargo un punto sobre el cual no puede haber discusión y es que el comunismo se identifica con la ‘dictadura del proletariado’. Ahora bien, hasta un niño puede comprender que allí donde hay una dictadura no puede haber también una ‘justicia social’, más aun cuando todo se reduzca, como en el comunismo y en el sovietismo, a una subversión pervertidora, es decir a un sistema en el cual el poder dictatorialmente es referido a la clase más baja y que se define en función de las formas más toscas y elementales de actividad.

Pasando luego al antiburguesismo, nosotros como tradicionalistas, no podemos sino declararnos sin más en las filas de los que rechazan la tiranía del oro y la servidumbre del capital y las finanzas sin rostro ni patria. Pero nos apresuramos en resaltar que la superación de todo esto se puede efectuar en dos direcciones diferentes, es más, opuestas: en primer lugar, descendiendo hacia lo que es aun más bajo que la clase burguesa, cuestionando a tal clase en nombre de la mera masa, del proletariado, del ‘pueblo’ en el sentido del ente democrático e inasible, ya denunciado por Mussolini. Y es entonces que tenemos el socialismo, el comunismo, el marxismo, el sovietismo originario y todas las variedades de aquellas ideologías subversivas, en las cuales la ‘justicia social’ y en algunos casos, incluso el ‘interés general de la nación’, no son sino el rostro para una tenaz y sádica voluntad antijerárquica y niveladora. La segunda posibilidad es la de superar a la burguesía y a la oligarquía capitalista trascendiéndolas. De acuerdo a su etimología latina trascender significa superar ascendiendo y no descendiendo. Ascender significa aquí restaurar aquellos valores que se encuentran por encima del oro, del capital, de la mera tierra y de la pura posesión, por tratarse en cambio de valores supra-económicos, heroicos, aristocráticos. Es decir son valores de aquella clase o casta, que en las jerarquías tradicionales arias tuvo siempre y en manera legítima una autoridad más allá de la de los mercaderes y de las masas proletarias oscuras (2). En este caso toda cuestión se nos presenta bajo una óptica diferente por lo cual es también distinto el sentido de la justicia social.

Vale la pena hacer mención aquí a las ideas del presidente ruso de los Ministros, príncipe Stolipin, de manera sumamente inoportuna (o bien en forma muy oportuna si es que las intenciones de quien lo ha recordado eran buenas) citado en el pasaje filocomunista recién mentado. El programa de Stolipin era el de superar sea al capitalismo como al marxismo y comunismo, con un retorno a una nueva idea feudal. Se trataba de extender el principio del feudalismo a la comunidad nacional, en vez de convertirlo en el privilegio de una sola clase y luego traducir su principio en términos económicos así como políticos y espirituales. Stolipin no quería abolir los latifundios, sino articularlos, a los fines de una adecuada utilización. Ni socialización, ni estatización, y menos aun tiranía del capital sobre la tierra. Las grandes propiedades debían articularse en propiedades menores, que comprendieran eventualmente a propiedades más pequeñas, en un ordenamiento jerárquico, en el cual un sistema de intercambios y de prestaciones recíprocas y de relativas autarquías estaba destinado a abolir sea la proletarización como la tiranía del capital y a conciliar el principio anticomunista de la libertad y propiedad personal con el antiliberal de una cierta subordinación jerárquica. En un artículo nuestro (3) hemos señalado como muy verosímil el hecho de que Stolipin haya sido asesinado por un judío, que de esta manera truncó la obra grandiosa e inédita iniciada por este insigne espíritu tradicionalista con sorprendentes éxitos: el sistema de Stolipin significaba la destrucción y la superación de los dos principales instrumentos con los cuales actúa el frente de la subversión mundial, sea del socialismo como del capitalismo. Por lo cual el hereje que atentaba en contra del ‘progreso’, tenía que ser suprimido de cualquier forma. Pero ya resulta suficiente esta mención para darnos cuenta de que referirse a Stolipin significa hacerlo con un ejemplo que se encuentra exactamente en las antípodas de quien se empeña en establecer ecuaciones pervertidoras entre comunismo, fascismo y nacionalsocialismo. Es en vez un ejemplo justamente para aquella diferente justicia social que tiene como base el ideal jerárquico y la primacía de los valores aristocráticos, supraeconómicos  y dinásticos, que hemos indicado como superación no negativa, descendente, sino positiva, ascendente respecto de la gangrena capitalista-burguesa. Aquel que no sepa reconocer las tendencialidades que, en tal sentido, están presentes en el fascismo, esta persona no entenderá ni siquiera la esencia del fascismo y estará inducido a confundirlo siniestramente con los fenómenos de la decadencia colectivista plebeya occidental y asiático-occidental. De allí la mencionadas interpretaciones y las prognosis de mentes confundidas y sin principios, es decir, de mentes ‘realistas’.

Las cuales hoy piensan que ha llegado su hora y, debemos reconocerlo, no están totalmente equivocados. El aspecto más trágico del conflicto actual es que en el mismo como móviles con dificultad se podrían descubrir grandes ideas directrices, intereses, que se aparten de una mera voluntad de potencia y de hegemonía. Con todo esto pueden alegrarse todo lo que quieran las mentes antes mencionadas, es decir los especuladores de lo contingente (4); pero sería prudente que los mismos se abstuvieran de consideraciones de alta estrategia y de alta política allí donde tenga que entrar en cuestión también Italia y el fascismo. Nuestra actitud no debe ser confundida ni con la inercia ni con la indecisión. La misma es más bien de una calma atenta, de una frialdad casi diríamos olímpica unida a una prontitud en reaccionar en el momento en que no con una conveniencia ‘realista’ propia de mercaderes nos lo imponga, sino en la cual la niebla se disipe y se nos permita divisar una situación tal de dar a todo sacrificio y a todo heroísmo de nuestra raza una justificación superior, en estrecha coherencia con nuestros ideales, con nuestros principios, con nuestra vocación de afirmadores de la idea romana.


(1) Ya Mussolini tuvo ocasión de indicar las relaciones del bolchevismo con el judaísmo y la internacional judeo-financiera.

(2) En realidad no sabemos cuáles sean las ‘Comunas’ que habríamos constituido ‘hace tres milenios’, de acuerdo a lo manifestado en el pasaje. Pero si de lo que se trata es de las Comunas medievales, advertimos que no estamos para nada dispuestos a seguir las falsificaciones de una cierta ‘historia patria’ de neto corte masónico-jacobino. Y recordaremos aquí que en contra de las Comunas, y por el Emperador, combatieron príncipes muy italianos como los Monferrato y los de la gloriosa casa de Saboya, al no presentarse para nada el Emperador como un ‘extranjero’, sino como el afirmador impersonal del derecho feudal y aristocrático en contra de las prevaricaciones de los centros ya en ese entonces democrático-burgueses y hasta capitalistas en revuelta.

(3) Los ‘si’ de la historia rusa: una víctima de Israel, en Vita Italiana, enero de 1939.


(4) Hasta cuál punto puede llegar la recién mencionada mentalidad, es algo que podrá juzgarse a través de un caso específico. En una revista italiana un escritor italiano que posee grandes méritos, al referirse a los acontecimientos actuales, ha dicho: “Los lectores juzgarán si las guerras y las alianzas se hacen por razones políticas concretas y contingentes o bien por lo impactante de las ideologías que poseen valor tan sólo para soñadores”. Cualquier comentario es aquí superfluo. Sirve sólo para mostrar hasta qué limites ha descendido la sensibilidad moral de los pueblos hasta arribar a un caos de fuerzas brutas y a las combinaciones del más burdo maquiavelismo, como para que estos espíritus positivos e iluminados tengan confirmaciones respecto de la verdad de sus soberbias ‘teorías’.

       

            La Vita Italiana, XXII, octubre de 1939.