LA DISOLUCIÓN DEL ESTADO ARGENTINO Y EL GOBIERNO MUNDIAL

Segunda Parte

Lic. Marcos Ghio

 

I – Introducción

 

Hay en la actualidad una disolución mucho más profunda que la que acontece en el ámbito de la vida política cotidiana por la cual nosotros presenciamos no sólo el lento colapso de la Nación Argentina, sino la desaparición lisa y llana del mismo concepto tradicional de Estado-Nación, institución creada en la era moderna tras la caída de los grandes Imperios. Digamos en primer término que es una característica decisiva de la modernidad, dentro del contexto de tal tarea disolutoria en la que nos hallamos adentrados desde hace tiempo, la de haber confundido todas las categorías que se usan habitualmente en el lenguaje cotidiano. Por un lado se identifican en forma ilícita Estado con Nación y por otro consecuentemente se asimilan como dos actividades similares gobernar y administrar. Y ello se debe a la visión burguesa y unidimensional de la realidad hoy vigente. Para la misma sólo existe lo corpóreo y tangible, por lo tanto la política se reduce a una misma cosa con la economía, así como la Nación, el elemento femenino y material del contexto social, se confunde con el Estado, el factor masculino y formativo, y la soberanía a su vez queda subsumida a la idea de pueblo. Es decir que la óptica burguesa reduce lo real por lo más bajo, de acuerdo a su propia perspectiva primariamente materialista.

 

Digamos al respecto que administrar es una cosa muy distinta que gobernar. Estas dos actividades se refieren a las dos dimensiones opuestas de las que participa el hombre: la materia y el espíritu, el cuerpo y el alma. Si lo primero se refiere a la materia, a lo que siempre fluye y cambia, lo segundo se vincula en cambio a lo permanente. De allí el nombre mismo de Estado que significa justamente un principio deestabilidad y de permanencia. Bien sabemos que el Estado no existió siempre y que no es lo primero en el orden del tiempo, antes de éste existían las nacionalidades. Las mismas se caracterizaban por expresar un conjunto de diferencias específicas por las que se agrupaban las personas, las que se distinguían entre sí por elementos tales como la lengua, las costumbres, los hábitos, la cultura. Pero éstas sin embargo no hacían aun al Estado, en tanto carecían de un principio de permanencia, de una unidad rectora y dadora de sentido a sus acciones, algo que las elevara respecto del tiempo y de la generación sucesiva y que principalmente les diera un fin a su existencia. El Estado, al surgir, modeló a las comunidades, les otorgó un destino a las mismas, una meta por la cual vivir.

 

Otorgar un fin y un sentido implica trascender la mera inmediatez. Un Estado que cumple con tal función no se caracteriza prioritariamente por dar satisfacción a las meras necesidades que tiene un pueblo, sino que en todo caso crea nuevas, despierta en los demás una dimensión distinta y trascendente de la vida.

 

II – Función Metafísica del Estado

 

Ahora bien vayamos al primer interrogante: ¿Qué significa otorgar un sentido a la existencia?. Pues bien, brindar a las personas una respuesta respecto del para qué se vive. Es decir, o que clásicamente se entendía como destino. Sin ese para qué, sin ese ideal de destino, ninguna nación (que es el conglomerado constituído y ordenado por el Estado) tiene su razón de ser. Es verdad que el destino del hombre no comienza ni concluye en esta vida, pero tampoco éste debe quedar relegado a la mera trascendencia, ni ésta es tampoco una cuestión privada y de conciencias singulares; no se trata de convertir al absoluto en un opiáceo por el cual todo se lo remite al otro mundo y a éste se lo convierte apenas en un valle delágrimas habitable, sino que más bien es nuestra tarea la de hacer descender el otro mundo en este mundo, es decir de dar a la vida en su plenitud un sentido de sacralidad. La Edad Media gibelina, la síntesis más grande que diera el saber político en Occidente, a diferencia del judeo-cristianismo, concibió la existencia como una continuidad ontológica entre el hombre y Dios, entre este mundo y el otro mundo, y no reputó nunca a la vida como una culpa y un pecado a expiar. Por ello, en razón de esta dualidad entre temporalidad y eternidad, entre historia y metahistoria, y en función de la armonización que predicó entre ambas, aceptó la vigencia simultánea de dos pontifices, de los hacedores de puentes entre las dos dimensiones, el papa y el emperador. El primero era el encargado de elevar este mundo hacia el otro mundo, el segundo en cambio era quien debía hacer descender el otro mundo en este mundo. Y esta fusión armonizadora entre ambas realidades se ejecutaba a través de un acto que tenía significado superior de rito. El Papa consagraba al Emperador, le otorgaba un poder sacro y absoluto; porque las sociedades tradicionales comprendieron siempre, a diferencia de la moderna -que no se ha cansado de poner límites artificiales al poder, d ela misma manera que ha descralizado toda la existencia- que si un poder no es sagrado ni absoluto, si su soberanía no encuentra su origen en lo alto, no habiendo nada en este mundo que la disminuya, no alcanza a constituír plenamente un Estado, sino una caricatura, condenada con el tiempo a desaparecer: y la desaparición del Estado conlleva necesariamente la disolución de la misma nación. Por ello el Papa, tras consagrarlo a Carlo Magno emperador, se arrodilló y lo adoró, pues era norma de la teología gibelina que en uno solo se unificaban los dos cetros, el divino, recibido de lo alto por el Papa en forma definitiva e irreversible y el humano y temporal, obtenido por la espada.

 

Ahora, ¿cómo es que hemos llegado a tal decadencia en la política?. Fue necesario que el pontífice de Roma, traicionando su misión (en Roma se encuentra el cetro sacro de Occidente: no fue una casualidad que el papado se estableciese en Roma), desacralizara al Estado y concibiese que el hecho de consagrar le otorgaba superioridad ontológica sobre el consagrado, que estableciese que la Iglesia por tal razón tuviese que mandar, para que nos quedara ya no un Estado dador de destino y significado trascendente a los hombres, sino un mero organismo subsidiario y encargado de satisfacer el bien común. Y agregemos al respecto que en plena Edad Media fue la Iglesia la que, para desacralizar el Imperio y desprestigiarlo, lo comparó con la figura del Anticristo y que, para derrocarlo, se aliara con las fuerzas de lo bajo, con las hordas burguesas y hasta con la plebe, recreando por primera vez en el siglo XII la siniestra Liga Lombarda y que hoy, hasta con el mismo nombre, hasta con la misma simbología, es el movimiento separatista del norte italiano, demostrando, de acuerdo a la terminología viquiana, cómo hasta en sus formas de historia siempre retorna.

 

Si, como se dice en la actualidad el Estado es aquel organismo encargado de realizar el bien común podría suceder que si no lo asegurare y si tal cosa aconteciese muchas veces y con sucesivos gobiernos de todos los matices, entonces alguién se preguntará: ¿no sería mejor vivir sin el Estado nacional argentino? O también ¿de qué me sirve ser argentino si no como, ni me educo, etc.?.

 

A medidados del siglo pasado los mejicanos de Texas hicieron esta reflexión: "vivimos en el medio entre dos Estados que nos manifiestan por igual asegurarnos el bien común. Uno es el mexicano, habla como nosotros, tiene nuestra misma religión, pero es terriblemente miserable, lo cual por supuesto es lo más importante, el otro en cambio, el norteamericano, es sumamente progresista. ¿Cuál de las dos me da mejor de comer?. Elijamos". Y ya sabemos lo que sucedió. Ahora, ¿qué ocurriría si nuestras provincias de la Patagonia, en lugar de ser limítrofes de Chile, lo fueran de los EE.UU.?. En la medida en que no exista una razón más profunda para ser argentino que la que se expresa en el preámbulo de nuestra Constitución, en donde la pertenencia a todos en un mismo Estado y en una misma Nación están dados porque se nos asegura mejor el bienestar general, la existencia de la Nación Argentina penderá siempre de un hilo y el separatismo será una cuestión de todos los días. Es decir, hay que buscar una razón de ser argentino más profunda que le mero bienestar general que dice asegurarnos la Constitución.

 

Y la misma no puede ser proporcionada por nuestra clase política que, como es burguesa y por lo tanto usurpadora del Estado, es incapaz de brindar razones superiores a las de su propia clase desviada, las que son siempre razones crematísticas y materiales. En efecto la burguesía es una clase económica y por lo tanto los fines que ella puede dar son sólo económicos y son consecuentemente los que están señalados en nuestra Constitución.

 

Desde que la burguesía se ha hecho cargo del Estado, éste como tal ha desaparecido y subsiste sí una Nación, pero condenada con el tiempo también ella a disolverse, en tanto que ya no existe más un centro superior y dador de sentido; es decir su clase política. Pero agreguemos como consuelo, que éste no es sólo un problema de la Nación Argentina, es ya un problema universal. En 1789 la burguesía tomó el poder en Francia. Desde entonces, lo que está personificó, la rebelión de la realidad material en contra de la espiritual, no ha cesado de crecer y de multiplicarse. Podríamos decir que no hay actualmente en el mundo un Estado que no sea bugués, es decir que sólo existen caricaturas de Estado. Y por tal razón cada vez marchamos más hacia la disolución de la instancia política y su sustitución por la económica. En Lombardía se sostiene la independencia justamente alegándose la gran conveniencia que significa no tener que alimentar más al sur, con el que se dice que ho hay nada en común. Es decir lo económico es aquí el factor prioritario . Por eso hoy en día asistimos al proceso de desaparición del Estado-Nación en todas partes y la sustitución por un mundo dividido en regiones.

 

Y aquí aparece una paradoja. En algún sentido puede decirse que estamos volviendo a la Edad Media porque el Estado nacional es un concepto moderno y no medieval. La Edad Media no conoció las naciones, sí en cambio las nacionalidades. Cada feudo era una nacionalidad ylas mismas siguen existiendo aún en Europa a pesar de todas las diatribas que se lancen en contra del feudalismo, que es, a no dudarlo, la más gran institución social que haya creado jamás el Occidente. La Edad Media fue el modelo más perfecto y jerárquico de sociedad occidental en tanto la misma estaba centrada en un principio sagrado y trascendente personificado por dos grandes instituciones que por un tiempo funcionaron al unísono y armoniosamente, la Iglesia y el Imperio, una de carácter contemplativo y otra activo, y la actual es lo opuesto, un orden al revés en donde lo material y económico representa el destino de todos los habitantes. Un orden al revés es una falsificación y como tal imita subversivamente al orden verdadero. Lo que distinguía la Edad Media de la situación actual era que antes se reconocía por encima de las nacionalidades un principio superior y sagrado que era el Imperio, es decir la personificación más plena del Estado. Ahora bien, porque no hay Imperio, Europa vive en una situación de caos latente, de guerra civil permanente entre las diferentes nacionalidades, de limpiezas étnicas, etc.. Y esto sucede porque las diferencias, que existen y es bueno que así sea porque que es un índice de nuestra humanidad, deben ser limitadas y ordenadas por un ideal superior representado por el Estado.

 

Y más aun se decía, exactamente al revés de lo que hoy sucede, que, cuanto más elevado sea ese principio, es decir, menos se confunda con la sociedad, mayor será la garantía de orden para las comunidades humanas. Clásicamente el Estado no se confundía con una determinada nacionalidad, si bien podía haber surgido del seno de alguna de ellas, una vez que se instituía, se convertía en un principio universal y trascendente; en un árbitro superior que imponía la paz y el orden por el carisma y la autoridad sagrada que de él emanaban. Por lo cual, transgredir la voluntad del monarca era conceptuado como la peor de todas las herejías. La autoridad no se basaba principalmente en la fuerza, sino en el carisma y a sacralidad que de ella emanaban. Existía un rito que era la consagración por el que se otorgaba al monarca poderes sagrados y carismáticos. Por ello lejos se estaba del concepto moderno del Estado como el organismo que ejerce el monopolio de la fuerza. Muchas veces el emperador podía tener un ejército inferior al de sus súbditos, pero no por ello su autoridad se veía menoscabada. Es exactamente al revés de lo que sucede actualmente en donde, al haberse expulsado de la vida social todo tipo de sacralidad (la misma sólo ha quedado recluída en los templos y en la vida interior de las personas), debe ser la fuerza material la que la suplanta como principio de orden. Pero, como la misma es efímera, así como la materia en sus procesos, cuando suele desfallecer o ser insuficiente, entonces entre en crisis y no logra establecerlo. Piensen en las Naciones Unidas, en todas las misiones pacificadoras y correctivas de los EE.UU. habitualmente condenadas al fracaso en razón de tal carencia.

 

Y todo este proceso que estamos viviendo, inaugurado en 1789, aunque con muchísimos antecedentes históricos que sería largo de reseñar aquí, no es sino el ataque de la materia en contra del espíritu, es decir, a nivel social, en contra del Estado comprendido como una instancia superior, universal, estable, dadora de sentido, paz y permanencia a una comunidad humana puramente natural. Por lo tanto el mismo representa la lucha de la instancia económica y física contra la política y metafísica. La lucha ha sido justamente por destruir la esencia del Estado, que no es sino el combate por destruir al hombre, pues ¿qué es el Estado sino el espíitu manifestado en el contexto social?. Y si bien se lo sigue llamando así, de la misma manera que los modernos siguen utilizando la palabra espiritual a pesar de haberla vaciado de cualquier entidad, en la práctica no lo es en cuanto es un organismo carente de un sentido superior y trascendente a las circunstancias del tiempo.

 

El Estado representa un principio de universalidad, es decir, una cosa que se encuentra por encima de las partes singularaes, en tanto a todas las agrupa y en ninguna se disuelve. La lucha contra el Estado, comprendido como universalidad, comenzó primero a través de la destrucción de los imperios (español, austrohúngaro, ruso, etc.) Luego vino el segundo moment que es el que vivimos actualmente que consiste en suprimir el mismo concepto de las naciones, es decir, del Estado limitado y referido a su dimensión particular de nación. Entonces, así como primero se disolvió al Imperio en naciones singulares, ahora la etapa es la de disolver a las naciones en regiones.

 

Esto es lo que debería entenderse como el fenómeno del gobierno mundial. Es un intento milenario por constituir un mundo material, sin espíritu ni contenidos trascendentes; en donde la simple "vida", el mero bienestar, sea la razón última de la existencia de las personas. El mismo no puede ser confundido con ninguna de las manifestaciones visibles de este proceso subversivo (judíos, masones, protestantes, güelfos, etc.), pues son todas varios instrumentos múltiples con el que un mismo poder ha actuado en distintas circunstancias.

 

III – Las etapas de la disolución del Estado Argentino

 

Y ahora refirámosnos a nuestra circunstancia. ¿Cuándo dejó de existir el Estado Argentino? Fue fundado por las FF.AA: y más aun por un regimiento con el nombre preciso y adecuado a las instancias fundacionales que vivía nuestra patria en momentos en que carecíamos de un centro rector al haber surgido una vacancia de poder y un severo peligro disolvente para nuestra nación. El regimiento de los Patricios, dirigido por Saavedra, fue el verdadero fundador del Estado argentino. Simultáneamente a tal acción fundacional, soportamos el ataque de la burguesía y de su aliada Gran Bretaña, a través de la institución que la representaba en secreto, la Masonería. Esta lucha fue dura y sangrienta y tuvo su momento culminante y glorioso con Rosas.

 

Rosas es el arquetipo del Estado argentino. El no fue, tal como lo pintan los marxistas y populistas, un caudillo democrático. En él el concepto de autoridad no emanaba del pueblo, ni tampoco éste era el soberano, sino que Rosas mismo, en tanto que encarnación de un principio superior, era la autoridad y la soberanía, es decir, era el Estdo. Por ello él asoció con suma sabiduría dos principios esenciales que hacen a todo Estado en sentido estricto: la religión y la política. Y comprendió que si su autoridad no es absoluta y por lo tanto tal institución no es sagrada, si se pierden estos dos principios, si la religión se separa del Estado y deja de formar una cosa compacta con él, sus días están contados y con él también y consecuentemente los de la misma Iglesia.

 

Lamentablemente tal institución detentora del principio sagrado entró en colisión con Rosas; aconteció en nuestro suelo, en escala microscópica, el mismo conflicto que contrapuso a güelfos y gibelinos en Europa, y aquí también fue el inicio del colapso. Porque una decadencia no sobrevive nunca primero por la subversión de lo inferior contra lo superior, sino que es precedida por un decaimiento de lo superior que permite que la subversión sobrevenga. Así, pues, en razón principalmente de tal desinteligencia, el rosismo es derrocado en Caseros; sobreviene pues la destrucción del Estado, la cual tendrá etapas claramente establecidas en el tiempo y cada una de ellas más disolvente.

 

IV – La Reconstrucción del Estado Argentino

 

Vamos ahora al último punto. ¿Qué hacer para reconstruir el Estado nacional, paso previo indispensable para reconstruir la Nación Argentina y salvarla de su disolución inminente?. Digamos en primer término que la Argentina no será salvada por el pueblo argentino como creen sea el liberalismo como el marxismo, sino prioritariamente por una elite, una nueva clase política que se constituya como vía alternativa al caos y dislución hoy existente. La misma deberá ser capaz de demostrar su capacidad de gobierno mostrando al pueblo argentino el sentido profundo y significativo de lo que implica la pertenencia a su propia nacionalidad. Y aquí al respecto hay que decir que para que la Argentina siga existiendo como tal es indispensable hallar razones y consecuentemente sentimientos que hagan que las personas deseen seguir perteneciendo a ella.

 

Quiero resaltar aquí una vez mñas que la palabra nacionalista resulta ser muy vaga. También los liberales fueron nacionalistas. Mitre fue el fundador de un partido nacionalista. Alsogaray antes de crear la U.C.D. (Unión del Centro Democrático) había dado por nombre a su agrupamiento Nacionalismo Liberal. Haypues dos nacionalismos. O el nacionalismo significa tan sólo una lucha incondicional por los propios intereses, entonces todos serían nacionalista, y en primer lugar la burguesía para el cual el crecimiento y el desarrollo económico son metas esenciales en tanto asegurar el bienestar. O el nacionalismo se funda en cambio en la exaltación de ciertos principios (no intereses) que a su vez se encuentran insertos en el alma de la propia nación. Hay pues dos nacionalismo: un primero que parte de un mero sentimiento y de un simple instinto de supervivencia, por lo tanto de una particularidad invividual que siente una necesidad de ser resaltada con respecto a las restantes. Este encuentra su expresión en la modernidad, en el romanticismo y principalmente en Fichte, en donde una particularidad se yergue en antagonismo respecto de todas las restantes y por lo tanto también contra toda universalidad, la cual en algunos casos es reservda tan sólo a una esfera puramente trascendente (pensermos en los diferentes nacionalismoscatólicos güelfos). Pero en el fondo como éste considera utópicamente que resltar lo insdividual y lo propio, es decir, luchar por los propios intereses, indirectamente repercute en el bien universal, en donde los egoísmos individuales se se subliman y por una misteriosa alquimia se tansofrman en bienestar universal. Tal liberalismo sustituye al mero interés del sujeto singular por el de una individualidad más genérica cual sería la nación. Un ejemplo de tal nacionalismo liberal lo tenemos hoy en día en Europa reflejado a través de los conflictos de nacionalidades. Dicho nacionalismo es intercambiable y en el fondo, a pesar de negarlo, es universal, justamente en razón de su particularismo. De este modo se podríaser nacionalista en cualquier lugar, siendo la pauta, el termómetro que mide la temperatura de tal sentimiento, la defensa ilimitada de los propios intereses, entendiendo por tales principalmente a los materiales y económicos. No es casual que desde tal aspecto los liberales fueron los primeros nacionalistas y quienes en el siglo pasado estuvieron a la cabeza de todos los movimientos de emancipación nacional de América y de Europa. Y que aun el marxismo desde esta misma perspectiva se proclamara nacionalista.

 

El otro nacionalismo es el que hurga selectivamente en el propio pasado buscando en el mismo aquel rasgo de espiritualidad antiburguesa y tradicional en el sentido estricto. Es decir, más que ahondar en intereses, busca la manifestación histórica de ciertos principios a los cuales adherirse. El primer nacionalismo en el fondo tiene por modelo a Inglaterra; la rechaza es cierto, pero en última instancia es por envidia, pues considera que nuestras clases gobernantes no defendieron tan bien como las de ellos los propios intereses. A la expresión de aquel ministro británico que "en materia de política internacional tenemos intereses y no principios" nosotros le contraponemos el pensamiento inverso. Tenemos por sobre todas las cosas principios, ellos son los que en última instancia constituyen nuestra verdadera patria, no la mera defensa de intereses materiales y mezquinos. Pues si bien es verdad que debemos preocuparnos por el cuerpo, éste debe ser concebido como un sostén de nuestra alma, un instrumento para nuestra elevación, y por otro lado, sólo alcanzando una dimensión espiritual, sólo contando con un Estado en sentido estricto, es cuando consecuentemente se resuelve nuestra economía. Es decir que si Inglaterra es burguesa y "democrática", nosotros somos en cambio aristocráticos y tradicionalistas.

 

La consigna de interpretar el alma nacional, hoy adquiere más vigencia que nunca. Aquí, lo mismo de lo que efectuó el revisionismo histórico, es indispensable que, al hurgar en el alma de nuestro pueblo, discriminemos entre lo que debe ser rescatado de la misma para el fin de refundar nuestro Estado y lo que en cambio nos resulta deletéreo y descartable. Así pues debemos remitirnos a nuestra realidad más inmediata. Del mismo modo que tal corriente historiográfica discriminó entre dos históricas, dos tradiciones, adentro de nuestra misma historia, una liberal y otra hispano-católica y rosista, debemos efectuar una selección similar en el ahondamiento de nuestra idiosincracia argentina. Así pues, la indagación de nuestro ser nacional nos muestra la existencia como de dos tipos de argentino superpuestos, hasta podríamos llegar a decir dos tipos de razas diferentes y antagónicos. Una podría ser caracterizada como la del argentino actual que es el que aparece en la superficie. Sería el argentino democrático (porque no nos engañemos, no sólo los políticos lo son, también el pueblo argentino se infla la boca aun con la palabra democracia) producto de más de un siglo de educación sarmientina. Se caracteriza por ser pacifista, bugués, hedonista, por poner los valores materiales y económicos por encima de todo. Porque si bien es cierto que hay pobreza, hay también deseos fervientes por ser burgueses. Ahora bien, si todos los argentinos fueran así, si lo que vemos en la superficie, esa imagen que se nos presenta agota la realidad de nuestro pueblo, más vale renunciar a nuestro país y de qué nos serviría ser nacionalistas. Por ejemplo nosotros no podríamos ser nacionalistas en este segundo sentido en los EE.UU. Sin embargo la guerra de Malvinas nos mostró que existe otro tipo de argentino, que no dudaríamos en calificar como perteneciente a la raza del argentino de Malvinas. Se caracteriza por el contrario, en que en ésta, el honor y la dignidad son lo principal de todo, el patriotismo y el heroísmo representan aquí los valores supremos. La victoria es más importante que el éxito o la vida cómoda. Los principios valen aquí más que los intereses. Pero podríamos decir también que estos dos argentinos coexisten de algún modo en uno mismo, en manera distinta según las personas. Cuando un conocido comunicador social decía que debemos eliminar al enano fascista que tenemos dentro, afirmaba lo mismo en un sentido opuesto. Es decir, o el argentino democrático se hace con los últimos vestigios del argentino de Malvinas, o, a la inversa, este último es capaz de resurgir de sus cenizas y disuelve al democrático.

 

No hemos usado la palabra raza de manera caprichosa. Estamos convencidos de que existen rasgos raciales distintivos, (no comparar aquí sin embargo el término raza en un sentido meramente biológico) entre ambos argentinos: el argentino de Malvinas tiene su antecedente en el gaucho, en las montoneras, en las guerras de la independencia. El argentino democrático halla su origen en la burguesía porteña europeizada, pero tuvo su caldo de cultivo esencial en la inmigración operada a partir de fines del otro siglo. Alberdi, que tenía la sagacidad propia de nuestros grandes enemigos, y por lo tanto era racista –a nosotros los sometidos se nos prohíbe en cambio serlo- decía que había que eliminar al gaucho de nuestra raza y sustituirlo por el yanky. Había que traer razas mercantiles, aburguesadas a nuestro suelo, razas influídas por la religión del capitalismo, la protestante sajona. Por suerte no vino este tipo de inmigración, aunque la italiana y española que nos llegó lo hizo primando en ella el espíritu mercantil. "Venimos ahacer la América", era su consigna. Pero en el español y en el italiano, razas católicas como la nuestra, sucede lo mismo que en el argentino; en ellas también hay una ambivalencia: además del componente latino-mediterráneo, que es equivalente al argentino democrático, hay otras razas afines a la del hombre de Malvinas que debemos tratar de restaurar (ario-romana y hispano-católica-visigódica).

 

Ahora bien, ¿cuál es la acción emprendida para restaurar tales razas? Son indispensables dos cosas, una de ellas dependiente de la otra. La primera descubrir el sentido profundo y metafísico que posee la Argentina, comprendida no como una mera nación que lucha por sobrevivir, crecer y desarrollarse de acuerdo al ideal burgués, sino como una empresa histórica a emprender. En el nombre que lleva nuestra patria se halla el origen críptico y profundo de la palabra. Argentum es el metal precioso, la plata que se utilizó con la finalidad no económica, sino metafísica y espiritual. Es la edad de plata, el símbolode un nuevo inicio. En una época en la cual Occidente parecía víctima del protestantismo, que la traición güelfa parecía llegar a su consumación, que el movimiento surgido del norte hacia el sur llegaba al final de sus energías, la restauración, el reenderezamiento de una edad normal, de una edad del espíritu debía paradojalmente operarse del sur hacia el norte. Y varias profecías y mitos hablan de una huída, de una fuga y un ocultamiento de la tradición, del Santo Grial en nuestro continente. Éste debería ser pues el espaio en que se operaría una nueva edad de plata, preparatoria de una edad áurea originaria. La plata de Argentum está presente en el color blanco de nuestra bandera que se hiciera flamear por primera vez en la fundación de la ciudad de Buenos Aires. Y aquí agreguemos también que los colores originarios de nuestra bandera son el blanco de la plata y el azul-celeste de la capa de la Virgen de Castilla, señalando este último el carácter no sólo metafísico, sino también histórico que en Occidente asume la sacralidad.

 

Lo segundo es que tal Estado, en la medida en que se funda en un ideal trascendente y no económico, debe tener una ambición imperial. Un Estado verdadero es un Estado sin límites en su poderío. Se expande en la medida en que su mensaje es grande y siente que un carismo y una fuerza superior que emana de lo alto y lo conduce. La idea de Argentina Imperial, que se prefigurara inconcientemente en la Argentina potencia se encuentra en la posibilidad de que, como en Malvinas, nuestro país encuentre su grandeza liderando las naciones de Hispanoamérica.

 

Fin de la Segunda Parte