JULIUS EVOLA Y EL NACIONALISMO ARGENTINO

Lic. Marcos Ghio

 

El filósofo italiano Julius Evola, vivió intensamente en la época del fascismo, aunque no fue propiamente un fascista, ni siquiera nacionalista es el término adecuado para calificarlo, es más, él rechaza ese calificativo por considerar que el nacionalismo, al menos en Europa, representó un movimiento subversivo quebrador de la universalidad medieval, una forma más de relativismo, instrumento de la revolución moderna; más bien tradicionalista sería la palabra con la cual calificarlo, aunque aquí habría que referirse a la tradición primordial de la humanidad y no a cualquier tradición. Pero Evola luchó del lado de los fascismos en la guerra en el frente intelectual en tanto entendió que en éstos, junto a múltiples contradicciones y factores negativos, se volvía a manifestar una más alta tradición de la que Occidente se había apartado hacia siglos. Y fue justamente cuando la guerra terminaba, mientras trabajaba en una obra en la ciudad de Viena, que fue bombardeado su edificio y que quedó lisiado por el resto de sus días. Morirá en 1974.

 

Luego de su accidente, estando convaleciente en distintos hospitales, frente a las ruinas que había producido en Italia la 2da. Guerra Mundial, dijo que estas no eran exclusivamente materiales, o sea simplemente la destrucción de las ciudades y de los miles de muertos. Él veía veía una destrucción espiritual. Allí nacerá su obra política más importante: "Los Hombres y las Ruinas", donde muestra a la Democracia, como forma de vida, a la causante de la ruina espiritual de Occidente.

 

Y por qué se caracteriza ésta. Justamente y aquí es lo importante, el fascismo italiano había significado la reemersión de ciertos valores que estaban presentes en el fondo más profundo del alma italiana, los pertenecientes a la romanidad que significaran un perfecto contraste con la Italia habitual en la que se vivía. Pero ahora que el fascismo ha sido destruido, se manifiesta la afloración multiplicada de todos aquellos disvalores que el mismo había querido tratar de erradicar del hombre italiano. El fascismo había querido potencializar ciertos aspectos latentes de la raza italiana que Evola había caracterizado como Romanos por contraposición a los crudamente latinos y mediterráneos. Mientras que estos últimos se caracterizan por priorizar los valores económicos, la vida cómoda y sensual, la mera búsqueda de la felicidad y el placer, el individualismo, el pacifismo, el igualitarismo, es decir los valores burgueses propios de la casta de los mercaderes. El ideal romano se destacaba por el contrario por el culto del heroísmo, por la sobriedad, la severidad, el rechazo por lo grandilocuente, la lealtad, por todo aquello que hizo grande a Roma.

 

Pero esta última realidad constata Evola que ya ha dejado de existir, exactamente igual que en la Argentina, la guerra lo ha destruido todo y un tipo frívolo, cobarde, expuesto a las mil y una corrupciones es hoy el tipo de italiano común, para el cual no existen valores que trasciendan a su mero interés egoísta e individual (pensar en Tangentópolis). Lo grande que había aún en el alma italiana como una herencia del alma aria romana con la guerra y la derrota del fascismo se ha hundido aun más y tan sólo existe como idea o en algunas personas singulares, las cuales son cada vez más escasas.

 

Y es esto mismo lo que ha pasado en nuestro país. Es decir que lo que ha sucedido es que se ha producido un proceso de inversión de valores. La derrota de Malvinas, si bien no nos ha causado las destrucciones materiales de la 2da. Guerra Mundial, ha traído en cambio las mismas destrucciones espirituales a las que Evola hace referencia en Italia.

 

Las Fuerzas Armadas no ganaron la guerra contra la subversión, sino que la perdieron ¿o es que alguien es tan ingenuo de creer que tal guerra sólo se dirimió en los montes tucumanos o en los suburbios de las grandes ciudades? Inglaterra, el FMI, Kissinger, M. Thatcher eran la otra cara de la guerra, ellos fueron los verdaderos vencedores, porque ellos son la verdadera y más profunda subversión, la que se opera en contra de nuestros valores espirituales y católicos de la existencia. Ellos son los que nos han vencido instaurándonos la Democracia.

 

Ya no es como antes, con la lucha entre unitarios y federales, siendo el federalismo la cosa, la Tradición, la realidad viva de la nación, y el unitarismo una ideología extranjerizante que se nos quería injertar. Ahora es casi al revés. El liberalismo tras su triunfo sobre Caseros ya ha logrado constituir una tradición que es la tradición democrática y esta tradición hoy es la que está más viva que ninguna otra en el alma del argentino.

 

Es verdad que ante la misma hay otra muy diferente, que es la hispano-católica que viene de la colonia y que fue recreada por Rosas durante sus gobiernos y que se mantuvo por mucho tiempo viva en la sociedad argentina en instituciones como la familia. Pero esto lamentablemente ha ya desaparecido. Entonces, como bien decía Evola, ella está viva sólo como idea y en algunas personas singulares.

 

Ahora es necesario hacer actuar nuestra inteligencia a fin de ser capaces de hacer reaflorar aquella idiosincrasia argentina que está latente en el alma de todo argentino verdadero y que por diferentes circunstancias reputamos que la misma se encuentra más presente aun en el interior del país por razones históricas.

 

A continuación diremos cuáles son las tareas que debe formularse un nacionalismo en estas circunstancias actuales, es decir un nacionalismo sin nación, esto es, un nacionalismo en un país en ruinas.

 

I

 

En primer lugar habría que resaltar el siguiente hecho, nuestro nacionalismo no se basa en una obtusa y ciega exaltación de nuestro pasado y de nuestra idiosincrasia. Así como consideramos que no todo lo de nuestra historia es rescatable, de la misma manera no podríamos caer en la ingenuidad de considerar que la causa de nuestra decadencia debe ser hallada en factores puramente externos, en potencias ajenas a nuestro país. Lo que habría que decir en cambio es que si tales fuerzas, que realmente existen, fueron capaces de imponerse, ello fue porque tuvieron la suficiente capacidad de hallar en ciertos factores de nuestra misma idiosincrasia elementos que le fueron afines.

 

Tal tarea la realizó con éxito en el siglo XIX la escuela romántica de Echeverría cuando criticó a nuestros liberales del partido unitario que no tenían en cuenta la realidad viva del país para imponer sus ideas. No buscaban conciliar sus ideas con algo que les fuera afín en nuestra realidad histórica y entonces apelaban al ideal de la Democracia. Al respecto él reprochó en algunos de ellos el anticristianismo, y recomendó lo contrario, buscar en el cristianismo aquellos aspectos sociales, democráticos que convenían con liberalismo. Fue el primero pues, en sentido negativo, en discriminar entre simple cristianismo y catolicismo.

 

Pues bien, nosotros debemos hacer lo mismo, pero desde nuestro punto de vista, que es por supuesto contrario al de Echeverría. Debemos partir de una concepción del hombre y de la vida y rastrear en nuestro pasado lo que con la misma se compatibilice. Sólo así, en tanto seamos capaces de hacerla emerger con acciones precisas del alma colectiva de nuestros compatriotas, tendremos posibilidades de éxito seguro.

 

La concepción del mundo debe ser pues lo esencial del nacionalismo argentino. Pues bien la nuestra se distingue de las restantes por ser preeminentemente metafísica y espiritual, por considerar que no existe solamente una realidad material tal como la captan nuestros sentidos externos, sino que hay otra superior a la misma y que también está en nosotros, que la sentimos en nosotros, que vive en nosotros, y que se manifiesta como nuestra alma y que es por tal razón que sabemos de nuestra inmortalidad y de nuestra empresa de consumarla.

 

Esta concepción trascendente de la vida que también se encuentra en diferentes culturas, que no es propia por lo tanto solamente del hombre argentino, en nosotros se manifestó a través del catolicismo que es una de las grandes religiones metafísicas de la humanidad, y que en cuanto es religión es la única verdadera para nosotros. No es metafísica por ejemplo la tradición de los EE.UU., porque tal nación fue fundada por el protestantismo calvinista para el cual Dios, si bien existe, es una realidad absolutamente trascendente para el hombre y por lo tanto inasible para él y no conforme para nada de su existencia cotidiana.

 

El catolicismo es pues el primer dato de nuestra tradición argentina. Pero aclaremos también que el mismo fue traído a nuestro suelo por España. Y aquí cabe una aclaración esencial antes de continuar. El cristianismo ha sido una religión de origen semita y hebraico que después durante la edad media especialmente, recibió profundas influencias, sea de Grecia como de Roma, es decir del espíritu occidental. Si en la primera versión hebraica el cristianismo se caracterizó por una tendencia evasionista, igualitaria, democrática y masificadora, la misma fue vencida y reformada en la segunda etapa, la estrictamente católica, cuando tal espíritu femíneo y burgués, tal expresión que en algunos pudo manifestarse como una simple rebelión de esclavos (para usar una frase de Nietzsche) fue sustituida por la mejor tradición heroica, especialmente en las Cruzadas, la sociedad feudal y la institución de las órdenesde caballería. Tal espíritu sin embargo había sufrido un serio revés en el mismo ocaso de la Edad Media cuando, tras la caída del Sacro Imperio Romano germánico, la supresión de órdenes monacales guerreras como la de los templarios, el surgimiento de las naciones, se había insinuado un retorno al espíritu judeo-cristiano.

 

Sin embargo, España representó históricamente el último intento de Cruzada que registró Occidente en plena edad moderna y el mismo tuvo dos jalones esenciales. La reconquista y derrota de los moros tras una guerra de más de ochocientos años y la conquista de América, la cual posee un significado que para nada puede ser entendido como una empresa comercial, tal como lo entiende la burguesía o como una mera acción misionera de evangelización de aborígenes. El espíritu de la Cruzada fue el que informó la conquista de América.

 

Si el catolicismo representa la fuerza más viva de nuestra tradición histórica acorde con nuestra concepción del mundo, debemos preguntarnos al respecto en qué estado el mismo se encuentra actualmente y que si la respuesta es negativa, qué debemos hacer y cómo para hacerlo volver a la conciencia colectiva. En la segunda pregunta está presente la respuesta. El catolicismo en su sentido estricto y tradicional del término está muerto, la Iglesia actual representa la reemersión del antiguo judeo-cristianismo regresivo, que no es en manera alguna el que se instauró en la colonia, si bien es cierto que hubo tendencias de tal tipo en esa época representadas entre otros por Bartolomé de las Casas.

 

Para ello proponemos expresamente acudir al vigor de un mito que posea la fuerza capaz de convocar a un sector importante del pueblo argentino, a una elite, la que va a ser la encargada de restaurar la nación. El mito es una idea-fuerza capaz de convocar a factores presentes en el alma de un pueblo y de suscitar el resurgimiento de potencias interiores latentes.

 

El mito no es un invento como lo considera la modernidad; la diferencia de la idea que se refiere al simple intelecto, el mito es una forma de conocimiento que abarca además de la mente al corazón del hombre. Si el puro conocimiento racional tan sólo ilustra, satisface una curiosidad, alimenta un debate, el mito en cambio, al golpear en zonas profundas del inconsciente, transforma, trastoca al hombre. El mito, para ser tal, tiene relación con esa dimensión profunda del alma humana. Debe llegar a ser algo sentido como una cosa propia. Tal mito especial para el hombre argentino es el redimensionamiento del valor de la palabra Argentum.

 

Argentum es el vocablo originario de la Argentina. Ello no convenía con una mera alusión a riquezas materiales, como cuando se decía que aquí se consideraba la existencia de muchas minas de plata. Ello es inexacto porque este fue un territorio, en su comienzo colonizador, de puras pampas; o porque derivaría del color del río de la Plata, que bien sabemos no es plateado sino de color león. Se refería más bien a una concepción cíclica de la historia, a una edad de plata, antecedente de una edad de oro. La plata se refiere más bien a un nuevo inicio, tras una profunda caída de la humanidad en un verdadero marasmo cual es este mundo moderno, el que estaría precedido previamente, como decía Hesíodo, por una edad de héroes, es decir de un grupo de hombres significativo preparado para restaurar la humanidad y reconducirla a una vía normal.

 

La idea aquí partía de suponer que dicho nombre Argentum fue puesto expresamente en función de una idealidad consistente en considerar que, tras el agotamiento inminente de la gran Cruzada de ochocientos años acontecida en España y ante el avance de la gran decadencia representada en ese entonces por el protestantismo y las naciones que se le sumaban, el nuevo continente debía ser reducto apartir del cual se operaría la restauración de una era. Y que se habría pensado que, así como el movimiento de la decadencia habría sido un movimiento que partiera del norte y se remitiera al sur, el reenderezamiento debía ser a la inversa del sur hacia el norte y que por tal causa Argentum se denominaría a la región más al sur del continente.

 

El norte sería pues la edad de oro y el sur la de plata. Que tal significado metafísico había de hallarlo a su vez en el símbolo representado por los colores de nuestra bandera. Que no son el celeste y blanco del cielo como nos inventó el liberalismo falsificador de nuestra historia, sino el azul-celeste y el blanco. Que el blanco no representa a las nubes del cielo, sino a la Plata y tal fue el color de la bandera que utilizaron quienes fundaron Buenos Aires, quienes no eran seres que vivían en las nubes, como nuestra pseudointelectualidad, sino guerreros, fundadores de ciudades y colonizadores. El azul es el color de la Virgen María, el que posee en manera ostensible la manta de la virgen de Luján, patrona de la Argentina y la de Castilla, nuestra madre patria, pues se trataba así de asociar tal circunstancia metafísica y espiritual a la forma histórica concreta, el catolicismo, que asumiera la misma en nuestro suelo.

 

La sustentación de tal mito se referiría pues a un ideal trascendente de patria. Defender nuestro suelo es también defender una tradición sagrada. En esta tierra se dirime el gran conflicto entre mundomoderno y tradición. Ser de Argentum es algo más que pertenecer a un país. El ideal que en algún momento se expresó de Argentina potencia se hallaría aquí sublimado, potencializado. La guerra deMalvinas no sería simplemente un conflicto entre dos naciones por un pedazo de tierra, sino una lucha entre dos concepciones del mundo diferentes.

 

De este modo hallaríamos en la defensa de la Patria un significado más profundo que en otras circunstancias, la defensa de nuestro suelo es también la defensa de un principio sagrado. Lo argentino se identificaría así con la defensa de una concepción del mundo radicalmente opuesta a la moderna.

 

II

 

Pero un ideal mítico debe hallar sustentación en un modelo determinado de hombre. La pregunta que nos formulamos ahora es qué es lo propio de Argentum rastreable en lo que es típico del hombre argentino tradicional. Aquí abría una nueva dialéctica, mientras que para el liberalismo el yankee es el ideal, diremos que nuestro modelo es en cambio el gaucho. Entre ambos, existe un concepto totalmente diferente del tiempo y del espacio.

 

Para el yankee lo económico es el valor supremo. "Time is money" es la frase que lo distingue y con la que mensura todo lo que existe. Todo para él tiene un valor económico. Y esto se ha impuesto ya en nosotros. Todo tiene precio, toda actividad es por lo tanto trabajo. El espacio tiene límites y el dinero es lo que lo cuantifica. La acción desenfrenada, el trabajo que para el calvinismo era una señal de redención se ha convertido en él en la actividad excluyente. Trabajar, es decir aquella actividad efectuada por una necesidad de conseguir dinero, es en el yankee una especie de alucinógeno que le permite escapar de su interioridad. El ocio, la reflexión representa para él en cambio lo aterrador, el vacío, la nada.

 

Justamente, lo opuesto a ello es el gaucho argentino. La naturaleza no es en él un antagonista al que hay que doblegar y vencer, sino su compañera, él es su colaborador. El espacio no es cuantificable, sino que es infinito, como su pampa. Contrariamente a ello, el liberalismo argentino sintió siempre un pavor por los grandes espacios, por lo que sugirió suprimidos a cualquier precio. Poblar las pampas, rechazar el desierto era en cambio el drama del liberalismo. Llenarnos de inmigrantes. Avanzar demográficamente eran sus metas. E incluso Sarmiento fue más drástico todavía, para suprimir los desiertos había que fragmentar el país.

 

En el gaucho la acción tiene un sentido diferente del trabajo y el rendimiento; no es el valor monetario lo más importante. En él posee más el valor de un rito por el que se rinde culto al creador. Desde tal punto de vista, mientras que para el yankee todo es trabajo, hasta la plegaria y la oración (pensemos en los pastores electrónicos), para el gaucho a la inversa hasta el trabajo en tanto se encuentra consagrado, es un rito. La consigna de Religión o muerte que levantara el Facundo sería inconcebible en los EE.UU.

 

Y ahora juzguemos el aspecto racial distintivo. El gaucho es mestizo y el yankee es blanco puro. Hay aquí otro aspecto que señalará Sarmiento. El al referirse al gaucho dirá que es una mezcla entre dos sangres impuras, caracterizadas por ser insufribles hacia el trabajo: la del español medieval y la del indio salvaje, el primero no trabajaba porque le gustaba más rezar, y por lo tanto nos llenó de monjes y de conventos y el otro, el indio, no lo hacía porque se dedicaba a la rapiña. La conclusión debía ser una raza ociosa, inepta para el trabajo. La solución debía pasar por cambiaría. No podía cambiarse a la Argentina, si no se modificaba su raza. Para ello él sugería dos métodos: el más drástico del exterminio masivo ( "No ahorre sangre de gauchos porque sólo sirve de abono para la tierra" ), y el fomento de inmigración de extranjeros preferentemente sajones. Los dos fueron intentados aunque con resultados desparejos.

 

Pero contestemos al respecto que aquí de lo que se trata es de dos concepciones diferentes en relación a la vida y por lo tanto también al trabajo. Primero que no toda actividad es trabajo, ni éste representa la más importante de todas. La oración y la plegaria no son trabajo, y se podrían dar otros ejemplos, y son más dignos que el trabajo porque mientras que éste se refiere a la dimensión material del hombre, la oración y la contemplación, el ocio, son actividades del espíritu. Y sólo cuando el trabajo esté subordinado a la oración es digno, del mismo modo el gaucho no es que no trabajara, sino que a diferencia del yankee que vive para trabajar, es decir que para él sólo existe una dimensión material de la existencia, el gauchotrabaja para vivir. La vida es pues para él una dimensión más elevada que el trabajo.

 

Por otro lado, al referirnos al carácter de mestizo del gaucho que tanto afectara a Sarmiento, que si bien existen mestizajes que representan pérdidas de identidad en una nación y en una raza a través de la introducción de elementos negativos y destructivos para éstas, no todos los mestizajes raciales son malos, no sólo en un plano biológico, sino aun espiritual. Biológicamente sabemos, y tal esfera sólo nos sirve analógicamente, que una cruza de otra sangre revilatiza a una raza en vías de extinción, proporcionándolenuevas energías. Esto que es conocido en el campo animal, también acontece en el humano. Los bárbaros germanos, que eran salvajes, proporcionaron a Roma decadente la energía y vigor que luego templó el fuego de la edad media. Aun España templo su alma latina con el influjo de los visigodos. Ciertas cruzas raciales fueron benéficas para algunas naciones porque significaron procesos de revitalización.

 

En este suelo antes de los españoles había razas aborígenes, salvajes es cierto, pero a diferencia de otras de más al norte, como los incas que, a pesar de su civilización esplendorosa se hallaban en plena decadencia, éstas eran vigorosas y fuertes, muchas de ellas indoblegables y guerreras y dicho espíritu y temple fortificó el alma española. Y es de resaltar aquí algo que manifiesta una ciencia tradicional y es que en las cruzas entre dos razas diferentes es el elemento masculino de la misma el que transmite la herencia espiritual a la otra que otorga en cambio más, por el lado femenino, su faz física y sus elementos más vinculados al psiquismo inferior. Aquí la mezcla de la que provino el gaucho fue entre el varón español y la mujer aborigen. De este modo con la aparición del gaucho la raza católica española originaria se fortificóy adquirió un carácter indomable, extremadamente reacio hacia los cambios, más aun si provenientes del extranjero, y dispuesta incluso a morir antes que a doblegarse.

 

Spengler hablaba de dos tipos de hombre en relación al animal. Los que tenían el alma del animal de rebaño y los que en cambio tenían la del animal de presa. El gaucho pertenece a esta segunda raza de guerrero, producto de una feliz mezcla de etnias.

 

No fue casual entonces que el liberalismo comprendiera que la única forma de hacer triunfar sus proyectos pasaba por exterminar al gaucho. Y que por tal causa a nosotros nos corresponda la tarea esencial de restaurar el alma gaucha en la sociedad argentina y recrear su raza.

 

III

 

Ahora, pasamos al último punto trabajo, donde debemos determinar cómo podemos hacer para dar vida concreta a estas dos ideas fuerzas sostenidas aquí, el ideal majestuoso y metafísico de Argentum contrastado con el de la argentinita de primer mundo consumista y "competitiva" que hoy se nos gráfica y la resurrección del hombre argentino como gaucho en contraposición al yankee.

 

Pues bien aquí viene el aspecto decisivo. Dicho ideal no se fabricará a través de una urna. Ni de la formulación de un programa electoral bello y atractivo como el que nos prometen las fuerzas corruptas de nuestra nación, o de la sombra que queda de ella. Sino a través de conductas ejemplares.

 

Nuevamente acudimos a Evola, el pensador en tiempos de ruinas. El primer y fundamental rol se encuentra en lograr constituir un grupo de personas, una falange de hombres y mujeres escogidos, caracterizados por ser verdaderos arquetipos. No hablamos aquí de una mera ejemplariedad moral pues un moralismo que huele muchas veces a decadencia o a frustración psicológica, hablamos más de ética que de moral. La primera consigna es que hay que conseguir un hombre lo más libre posible de compromisos con el sistema; y que vean y sientan la lucha no simplemente como un medio para conseguir algún resultado que les convenga, sino como un fin y como una vía catártica y ascética de purificación. Llamaremos a esto el espíritu del legionario, de aquel que lucha por el honor y por la dignidad aun a sabiendas de que su partida está perdida. Son los que en sus plegarias no le piden a Dios soluciones para sus males, sino enemigos siempre más poderosos, porque quiere ser sometido a pruebas. "Quiere serprobado como el oro por el fuego" (San Juan de la Cruz).

 

Este es pues el espíritu indoblegable del gaucho recreado en la época actual. Si no logramos constituir aunque sea una pequeña camada de hombre de tal espíritu, toda lucha va a ser imposible y todo nacionalismo se reducirá a una pura y vacua retórica.

 

Lo segundo es determinar qué es lo que debe hacer este nuevo gaucho o legionario en lostiempos actuales. Pues bien aquí cabe un pequeño diagnóstico de la situación. Entre la Argentina liberal del crepúsculo que hoy vivimos y el ideal de Argentina que hemos esbozado no hay posibilidad de continuidad ni de comunicación alguna. Alguien decía que esto es un virus y con un virus no se discute, se lo elimina. Aunque quizás discrepemos con la manera de hacerlo, pues lo peor que podría pasarnos hoy en día sería intentar un golpe de Estado, lo cual implicaría tan sólo darle más oxígeno al sistema, darle más energía, retrasar el final. Y como bien dice Evola, si se retrasa el final, también se retrasa el nuevocomienzo. Por lo tanto la idea actual es que no debemos participar en nada de éste, ni tampoco sus destructores manifiestos. Debemos ser convidados de piedra. Producir serias distancias hacia el mismo, no participar en nada de lo que se nos ofrezca, genera un sentimiento de profunda distancia a fin de causar, a través del ejemplo activo que seamos capaces de dar ante los otros, actitudes de respecto y simpatía de parte de los demás.

Debemos tener suficiente inteligencia como para evitar ser nosotros con nuestras acciones restauradoras o correctivas, la causa de tal detención en la caída. Una sola cosa es clara: nada de lo actualpuede servir para lo que le sigue. Es más, para que se instaure nuevamente una sociedad normal, ésta debe perecer totalmente. Y entonces lo único que podría caber sería la vía de la aceleración, es decir, la de hacer aumentar los tiempos de la caída.

 

Lograr esto último, es la más difícil de todas y que daría lugar a otro trabajo distinto. Pero simplemente insinuemos que si la artificialidad de la ciencia moderna prolonga la condición comatosa hasta un estado vegetativo y cuasi cadavérico, entonces, llegado ese momento, y sólo en ese momento, será lícito, darle el empujón o desenchufar el pulmotor; éste será como una violencia quirúrgica, fría y dura como el acero.

 

Por el momento podemos decir tan sólo que la alternativa que se nos plantea es la de saber qué es lo que vendrá después de que esto se termine. Porque si bien nuestra fe cristiana nos habla de un reino de Dios, de un triunfo del bien sobre el mal, también sabemos que Dios ayuda a quién lo ayuda y que por ende la voluntad humana cumple un rol decisivo en la historia. Que en dicha esfera somos o debemos llegar a ser los compañeros de Dios. Aquí se trata de constituir entonces esta elite que, de acuerdo a las características anteriormente dadas, sea la capaz de ocupar el espacio vacío que deje el sistema, a fin de que otro no lo llene. Este es pues el gran desafío que le cabe a nuestro nacionalismo, basado en la tradición de nuestro ideal metafísico del Argentum.

 

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