CENTRO DE ESTUDIOS EVOLIANOS

COMUNICADO Nro. 5 - 25-10-02

 

POR UN NUEVO ECUMENISMO

 

A contramano de lo que se afirma habitualmente, nosotros sostenemos que, si bien es cierto que no ha concluido la historia, como ingenuamente sostenía Fukuyama hace poco más de una década, obnubilado por la caída del muro de Berlín y del comunismo, sin embargo no es tampoco verdad la tesis opuesta que sostiene en cambio la permanencia de una guerra de civilizaciones en donde Estados Unidos representarían el Occidente y el fundamentalismo islámico la barbarie residual proveniente aun del Oriente, aunque no encarnando la totalidad de tal "civilización", cifrando por lo tanto el problema en una cuestión de espacios geográficos y de "culturas".

 

Ante dicha postura nosotros sostenemos en cambio que el eje de la historia mundial ha variado sustancialmente a partir del acontecimiento conocido como la Revolución Francesa, a través del cual el conflicto principal ha pasado de ser el existente entre naciones o civilizaciones diferenciadas entre sí por cuestiones geográficas, históricas o culturales, por el de concepciones del mundo antagónicas: la concepción moderna por un lado y la tradicional por el otro. Comprendemos por la primera aquella que ha puesto su acento en valores propios de la materia y de la economía, habiendo modelado, en función de ello, una sociedad masificada igualitaria y democrática en un proceso paulatino de concordancia cada vez mayor con los caracteres propios y cuantitativos de aquella dimensión inferior de lo real. Por la segunda en cambio concebimos una civilización que ha priorizado los valores del espíritu; que comprende a esta vida como un tránsito y preparación hacia la eternidad y al mundo como una escala para llegar al cielo, siendo por lo tanto su modelo una sociedad jerárquica en donde la persona y no el individuo y la masa representa la categoría suprema. Estas dos concepciones antitéticas han batallado entre sí en manera virulenta habiendo llegado a instancias límites en las dos últimas guerras mundiales en donde, tras la victoria contundente de la primera se ha tratado, en manera cada vez más totalitaria y violenta, de modelar un mundo masificado y democrático, por el cual todas aquellas naciones o personas que no aceptaran ajustarse a tal modo de vida "competitivo" y "progresista" han sido pasibles de las más terribles persecuciones y reprimendas.

 

La concepción moderna ha logrado edificarse a través de un ecumenismo que agrupa a diferentes religiones o culturas de los más distintos pueblos, habiendo incluso generado expresiones y acontecimientos múltiples como las Naciones Unidas o el Concilio Vaticano II en donde ha primado el espíritu por el cual las naciones y las religiones se agrupan en función de valores modernos, como la democracia, la libertad de mercado, los "derechos humanos", etc. Dicho ecumenismo es la manifestación más clara que hoy en día de poco vale decirse católico o budista ya que naciones como Japón por ejemplo, a pesar de su budismo, son actualmente más "occidentales", en el sentido moderno y yanqui del término, que muchas naciones cristianas. Dentro de este contexto universal el Concilio Vaticano II ha sido la plena manifestación de la sumisión de la Iglesia católica a los valores de la modernidad, subordinando la propia religión a dicha concepción del mundo.

 

Frente a esta situación de hecho lamentable de claudicación sostenemos que, nos guste o no nos guste, nos duela o no, en la actualidad el único espacio en el cual ha surgido una respuesta clara y contundente en contra de la modernidad ha sido en el ámbito de las naciones islámicas, aunque tengamos en claro que no todo el islamismo representa hoy en día esa respuesta, ya que también en su seno hay abundantes expresiones de modernidad, en especial en el ámbito de los sultanatos occidentalizados. El fundamentalismo islámico, al sostener una actitud radical de defensa de los valores de la propia cultura, en su rechazo por la global invasión del mundialismo, pero principalmente por su exaltación de la dimensión de la trascendencia y de la vida como un tránsito hacia la eternidad en sus conocidas consignas tales como "Victoria o Paraíso", hoy sostenida por los rebeldes chechenios, representa el resurgir y despertar de la concepción tradicional de la existencia. Y dicho fenómeno se ha expandido como un verdadero polvorín por todo el mundo habiendo golpeado en su mismo centro a dos de las principales metrópolis del mundialismo como Nueva York y Moscú.

 

Ante lo cual para hacerle frente y detenerlo en su peligrosa expansión, el enemigo ha acudido a su habitual táctica de confundir la esencia con el accidente. Así pues a muchos les ha resultado fundamental el hecho de que tal expresión se haya manifestado bajo la forma del islamismo, rememorando con ello las antiguas guerras de religión o de razas que asolaron nuestra Edad Media. Cuando en verdad ello no es hoy en día lo esencial, sino la concepción del mundo que se anida debajo de una forma. Otros en cambio, apegados aun al antiguo prejuicio de guerra entre naciones y civilizaciones, apuestan ingenuamente por Rusia, concibiéndola como expresión, tras la caída del comunismo, de la antigua civilización cristiano bizantina, en contra del enemigo islámico representado por Chechenia. Sin embargo no es intrascendente el hecho de que los exponentes de tal civilización, que existen seguramente por detrás del gobierno de Putin, deberían recordar el antiguo error cometido por la Rusia zarista en la Primera Guerra Mundial cuando, en función de una mera reivindicación territorial, y determinada por una astuta sugestión del enemigo, se alió a las democracias masónicas (Francia, Inglaterra y USA) en contra de los imperios tradicionales de la Europa Central. Hoy en día, si tal poder primara realmente en Rusia, debería en primer término zanjar sus diferencias con los chechenios, aun reconocerles su independencia, para hacer frente conjuntamente a los Estados Unidos. Pero indudablemente nos hallamos aquí frente a otro ecumenismo más afín al de la ONU y del Concilio Vaticano II.

 

Ante la situación de hecho imperante en el mundo nosotros consideramos que la meta esencial de toda persona adherida a los valores de la tradición es la de establecer un nuevo ecumenismo asentado sobre las bases de los diferentes fundamentalismos que puedan constituirse en el seno de las grandes religiones. Ante lo cual si bien reconocemos que el Islam ha sido hasta ahora él único capaz de establecer el propio, a quienes pertenecemos al espacio de las naciones católicas nos corresponde la gran responsabilidad de llenar esa laguna para a partir de allí buscar una gran alianza con otras expresiones religiosas en una lucha conjunta contra esa gran herejía representada por el mundo moderno.

 

Buenos Aires, 25/10/02