CABALGAR EL TIGRE EN EL 2002

por Marcos Ghio

(Conferencia dictada el día 2/7/02 en el Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires)

 

Y seguimos cabalgando el tigre. Tal como comenzáramos en 1992, en un número de la revista chilena Ciudad de los Césares y que prolongáramos luego a través de una periodicidad de aproximadamente tres años, tratamos de recrear los conceptos fundamentales del pensamiento evoliano formulados por vez primera en 1961 cuando se editara la obra que otorga el nombre a esta conferencia. En efecto, Cabalgar el tigre pretende ser por un lado un texto de interpretación de los tiempos últimos, definidos magistralmente por Evola como los tiempos del Quinto Estado, es decir, los tiempos finales del Kali Yuga o de la Edad del Hierro, para usar una terminología más acorde con nuestra civilización. Pero por otro, y en función de ello, lo más importante y como segundo punto a tratar, la temática que el autor se plantea queda referida específicamente a las posibilidades existenciales que se le presentan a un hombre de la Tradición que debe vivir en un mundo moderno hostil totalmente en sus principios, hallándose a su vez en su fase de disolución y caos.

 

Con respecto al primer punto caben hacer las siguientes acotaciones ya formuladas en otras oportunidades. ¿Cuál es la característica que presenta el tiempo último en que nos toca vivir, tiempo al que Evola calificara magistralmente como el del Quinto Estado? Quinto Estado que desde nuestro punto de vista ha comenzado a organizarse en forma definitiva a partir de 1989 tras la caída del muro de Berlín. Y en segundo lugar ¿qué hecho nuevo ha acontecido desde el año 1999 en que expusiéramos nuestra última reactualización de Cabalgar el tigre?

 

De acuerdo a la doctrina de las cuatro castas, el ciclo de la decadencia se determina a lo largo del gobierno de las diferentes castas a través de cuatro edades: del oro, de plata, de bronce y del hierro. Las castas determinaban tipos de funcionalidad diferente y al mismo tiempo orientaciones existenciales específicas. Las distintas edades se encontraban así determinadas por el tipo de orientación que posee una sociedad, en función de la casta que la rige en un orden decreciente que va desde la Nobleza divina, en donde el poder político y el espiritual eran una sola cosa, luego, tras la escisión entre ambos poderes a través del absolutismo monárquico, para llegar finalmente a las dos fases últimas, las de la burguesía y del proletariado, que es cuando un solo poder, el material, es el que rige y determina la vida de los hombres, representando estas últimas el gobierno de la economía. De acuerdo a la concepción cíclica clásica, desde Hesíodo hasta Guénon, una vez que hemos llegado al último punto, el de la cuarta casta, sobrevendría necesariamente a continuación una nueva edad del oro, pues la historia repetiría en una escala mayor el mismo devenir de los ciclos de la naturaleza, representando cada ciclo un año cósmico o Manvantara. Sin embargo, la originalidad del pensamiento evoliano es la de habernos demostrado que, en tanto el devenir histórico no es idéntico al de la naturaleza, pues en el primero interviene la libertad humana, el proceso de decadencia no se detiene en esta última fase para dar lugar a un nuevo ciclo, sino que aparece otra: la fase final del Quinto Estado. ¿Por qué se caracteriza esto? Siguiendo aquí a un autor llamado Berl, Evola considera que en todas las etapas anteriores de la historia, en donde existe el Estado o determinadas aproximaciones de éste en un grado mayor o menor de perfección, el mismo representa la resultante de un embate entre fuerzas del orden y del caos. Todo Estado que se preciara de tal lo era en la medida en que era capaz de doblegar a las fuerzas elementales y caóticas, pre-personales, que constituían la trama social, dándoles una forma determinada. Y esto es común a todo tipo de sociedad sea moderna como tradicional. Cada Estado intenta modelar a un determinado tipo de hombre determinado acorde con su fin esencial.

 

Sin embargo, lo que distinguía a ambas sociedades era que en la primera el orden se imponía principalmente a través de la sugestión y del carisma que poseía y obtenía el jefe sobre el resto de la comunidad. Una vez que se ha roto el lazo espiritual, una vez que se materializara el poder, aconteció que el Estado se convirtiera en el organismo que monopoliza la fuerza; el orden será aquí mantenido ya no por el carisma y la sugestión, sino por el ejercicio del poder material. "Venceréis, pero no convenceréis", frase ésta utilizada en algún momento en España durante la guerra civil, podría ser exhibida aquí como un punto de diferencia entre ambos tipos de gobierno. Es decir, dos actitudes diferentes que puede tener el gobernante respecto de sus súbditos, la de vencer o la de convencer. El Estado tradicional convence, es decir, es capaz de doblegar y conquistar para sí a la voluntad más profunda del hombre por el ejercicio del poder espiritual que emana de sus integrantes, y entre éstos, en su cúpide, el Rey o Emperador. En tal capacidad sugestiva la Magia era principalmente aquella disciplina utilizada para convencer y determinar las voluntades, elevándolas de este modo hasta las dimensiones más elevadas del ser (de allí la figura de los Reyes Magos comprendida aquí como una espiritualidad activa y viril, capaz de hacer primar en un mundo caótico y sin forma los valores del espíritu, casi sin recurrir para ello al uso de la fuerza física). Los reyes en la antigüedad eran figuras aceptadas como más que hombres, las cuales generaban por su sola presencia el respeto y la veneración. Y éste era el sentido verdadero que tenía la palabra autoridad, del latín augere, lo que acrecienta en tanto es más. La obediencia, dentro de tal óptica, era concebida no como un acto que disminuye al que lo hace, sino que por el contrario lo acrecienta, lo eleva en función de una superabundancia espiritual que poseía aquel que, por ser más, debía gobernar. En cambio, el Estado moderno, es decir aquel Estado que ha sido vaciado de su dimensión espiritual y que ha quedado meramente reducido al ejercicio del poder de la fuerza material, vence, es decir doblega a la voluntad más superficial del sujeto. Pero éste, en tanto no es sino tan sólo superficialmente convencido, es decir, no es conquistado en su voluntad más profunda, está siempre a la espera de que el poder se debilite o distraiga para transgredirlo permanentemente. Conciente de tal situación el poder por lo tanto tiende a hacerse cada vez más absoluto y totalitario, en modo tal de evitar al máximo que esas distracciones se produzcan. Y el comunismo soviético ha sido justamente el ejemplo extremo de un poder que sólo se preocupaba por vencer a cualquier precio, el mismo prefigura en su organización la última etapa por venir. Sin embargo, a pesar de que el Estado moderno da primacía a la fuerza sobre la convicción, siempre existía un grado de la misma, a través de la utopía (comunismo, democracia, etc.). La utopía se diferenciaba del rito y del mito que eran los pilares de la sociedad tradicional, en tanto se afincaba en un futuro lejano por venir que operaba como un sentido para la existencia. El mito era un relato de algo que se veía, pues antes la fantasía era un órgano de conocimiento. En cambo la utopía es una realidad en que se cree pues la imaginación se ha convertido meramente en inventiva. El triunfo del reino de Dios, la segunda llegada del Mesías, el advenimiento de la sociedad igualitaria y sin clases, el reino paradisíaco de la democracia universal con la que se cura, come y educa, etc, son manifestaciones de esta mentalidad utópica que lo relega todo hacia un futuro en el que se cree o se dice creer.

 

Y llegamos así a la última etapa, es decir, la del Quinto Estado. ¿Cuál es la diferencia entre éste y los Estados anteriores, es decir, en qué se distingue el reino de la diosa Kali, del de los otros dioses, Brahma, Shiva, Vishnú? Es que aquí ha sucedido como si las dos fuerzas componentes de la trama social, caos y orden, ya no lucharan más entre sí, sino que es como si se hubiesen unificado en una sola fuerza. Ha desaparecido el mito, el símbolo y el rito, pero también se ha evaporado la utopía. Ya no solamente no se ve más una realidad superior que trascienda el tiempo presente, sino que tampoco se cree en ella, a la que se califica peyorativamente como de "gran relato". En la etapa del Quinto Estado desaparece la tensión dialéctica entre Estado y sociedad, entre forma y materia, pues el Estado ya no tiene más nada que formar y es como si el caos y el orden se dieran la mano y aparecieran como una sola cosa compacta. Ello traerá aparejado un conjunto de signos específicos: allí donde no existe un Estado que informa nos hallamos espacialmente con el reino de la uniformidad, o de lo sin forma, en donde las diferencias se encuentran suprimidas y la masificación y la igualación por lo bajo se halla cada vez más a la orden del día. Pero en segundo lugar, una vez que han muerto las ideologías que operaban como un factor de orden y dirección de las distintas acciones, desde el punto de vista temporal, aparece el reino de la imprevisibilidad, de las acciones descontroladas, donde toda norma ha desaparecido y toda finalidad ulterior al orden mismo (sea éste burgués o proletario) se ha esfumado totalmente, en donde todo puede terminarse pronto de un día para el otro, así como también diluirse en un tiempo ilimitado. Los ritmos de la historia que antes determinaban el acontecer de un ciclo, ahora han desaparecido en la etapa del Quinto Estado.

 

Y entremos de lleno al principal acontecimiento de los tiempos últimos, el atentado de las Torres Gemelas, que es el elemento indicativo de esta etapa liminal en que vivimos, el nuevo factor decisivo tras la caída del muro de Berlín. ¿Qué es lo que caracteriza al Quinto Estado? Justamente la desaparición de toda norma, es cuando el caos mismo, es decir lo que no tiene norma, ni forma alguna, se ha convertido en el organismo que detenta la fuerza, esto es, el caos se ha convertido en Estado. Los atentados de las Torres Gemelas no son al respecto un acto terrorista que transgrede una normativa bélica impuesta universalmente, tal como nos quieren hacer creer, sino que representan en cambio un acto de guerra, pero de guerra moderna. Antiguamente las guerras tenían reglas. Combatían sólo los soldados y no la gente común; se desarrollaban en un campo de batalla y, si la población civil podía padecer el saqueo como consecuencia de una derrota, la vida de ésta era por lo general respetada. No es en cambio lo que sucede en la guerra moderna. Aquí es toda la nación y en especial la población civil la que interviene en la misma. La doctrina Aliada esgrimida en la Segunda Guerra Mundial por la cual, doblegando la moral de la población civil a través de incesantes bombardeos, podía lograrse la rendición de los soldados en el frente, doctrina llevada a cabo ejemplarmente en Dresden y en Hiroshima, no es sino la causa remota de los atentados de las Torres Gemelas. Al respecto quienes han dicho que Bin Laden es un perfecto discípulo de los servicios de inteligencia norteamericanos tienen perfecta razón, pero no porque haya sido una marioneta de los mismos como ingenuamente se nos quiere hacer creer para disminuir la entidad de su acción exitosa, sino porque ha sabido utilizar el mismo espíritu de la guerra moderna, pero en un sentido contrario al de sus creadores. Esto admite otra lectura más profunda. Es una máxima de la tradición que quien transgrede las leyes elementales de la existencia tarde o temprano tiene que descontar. Tal atentado que ahora los servicios de inteligencia yanquis intentan disminuir en su significación, haciéndonos creer que fue obra de ellos mismos o de los judíos, pues tal es su omnipotencia que, si algo sale bien, no lo puede haber hecho nunca un enemigo de Norteamérica, es nada más que un gran boomerang retrasado que ha caído sobre dicho sistema y que representa tan sólo el comienzo de un gran proceso de erosión, del que hablaremos en otra oportunidad.

 

Sintetizando, no es que con el Quinto Estado sobrevenga la anarquía, ni que tampoco desaparezca el poder omnímodo del Estado, del Estado molesto que interviene en todo; todo lo contrario, el Estado se hace cada vez más totalitario e insoportable, quiere vencer a cualquier precio, ya sin necesidad alguna de convencer, y si antes ello era por un sentido superior a la mera acción, lo que brindaba una cierta convicción en los integrantes del mundo moderno, ahora lo que sucede es que se ha perdido plenamente el rumbo de la racionalidad y la historia misma comienza a adquirir un dinamismo sumamente acelerado con cambios abismales que antes hubieran tardado siglos enteros en operarse. Dijimos en nuestra anterior intervención que el hecho de que Evola no presenciara ni que tampoco hubiera podido prever jamás la caída estrepitosa del comunismo soviético a partir de 1989 (once años antes del comienzo del tercer milenio) representa el elemento nuevo a aportar a la visión de Cabalgar el tigre, pero el mismo es además la confirmación de la doctrina del Quinto Estado. La caída del muro de Berlín no significa meramente la muerte del comunismo, sino también la del liberalismo, es decir de aquella ideología que se le contraponía, la cual ha perdido ahora su razón de ser. Pues liberalismo (defensa de la libertad) y comunismo (defensa de la justicia social) existían como polos antagónicos de dos universos que negaban el valor contrario. El comunismo negaba la libertad, pero exaltaba la justicia social, el liberalismo en cambio negaba la justicia social y exaltaba la libertad, valores ambos necesarios y concurrentes, pero que en el mundo moderno sólo podían existir en una lucha excluyente entre ambos. Desaparecido ese antagonismo, tras la caída del comunismo, el liberalismo se encontró a sí mismo sin razones suficientes que lo sostuviesen, entonces también éste sucumbió. Al respecto digamos que la caída de los dos sistemas arrastró también la de otras cosas que, ya que todo el mundo fue revolucionado. Por ejemplo la clase política italiana era sobornada periódicamente por los USA para evitar que Italia cayese en manos del comunismo. Cuando éste desapareció, entonces cesaron también los sobornos que se hicieron innecesarios. Pero los políticos que se habían acostumbrado a vivir de este modo acudieron a la mafia. Y allí comenzó su fin y el fenómeno de Tangentópolis. Porque ya los sobornos eran caseros y ostensibles y la gente no podía más tolerarlos habiendo además desaparecido aquel peligro que justificaba soportarlos. En nuestro país la caída del comunismo suprimió el régimen de alternancia entre regímenes civiles y militares.

 

¿Cómo es entonces un mundo sin ideales, sin razones por las que vivir, sin una forma que ordene una materia caótica? Es pues paradojalmente un caos organizado. Ha tomado del Estado el poder omnímodo, su incesante intromisión, pero ha desaparecido el para qué y el por qué del orden. Un orden por el orden mismo, es paradojalmente un orden caótico.

 

Pero hay aquí un punto especial que nosotros queremos tratar en lo relativo a la etapa final del Kali yuga, la etapa del Quinto Estado. La misma rectifica esencialmente la posición circular de la historia aun en su análisis de la teoría de las castas. La postura cíclica sostenida principalmente por Guénon en un plano metafísico y a nivel cientificista por Spengler concibe el necesario final de un ciclo para luego operarse el comienzo de otro. Así pues de acuerdo a Guénon a un Manvantara, compuesto de 4 yugas o edades, le sobreviene luego otro Manvantara o día cósmico con una periodicidad mensurable en siglos e incluso milenios. Al respecto un autor guénoniano recientemente traducido al castellano, GastónGeorgel, sostiene con una certeza apodíctica la finalización de Kali-yuga y el consecuente surgimiento de una edad áurea, la que se computaría entre el 2020 y el 2046.

 

La doctrina del Quinto Estado, esencial en la interpretación de Cabalgar el Tigre, trasciende tales actitudes fatalistas, propias de religiosidades lunares y decadentes. En verdad el reino del caos organizado ha subvertido el sentido mismo del tiempo, ha modificado las claves para comprender la historia. La sociedad tradicional vivía el presente anclada en el pasado el que era recreado a través del mito y del rito. La moderna en cambio vivía el presente proyectada hacia el futuro. Pero el hombre del Quinto Estado es ya un hombre que se caracteriza como aquel que se ha desprendido sea del pasado como del futuro, sea del mito como de la utopía, él ha decretado la muerte de las ideologías, es lo que hoy se conoce como el hombre postmoderno, provisto de un pensamiento débil y light, limitado a vivir simplemente el presente en su fugacidad y placer. Un tiempo que es ilimitado presente ha traído como consecuencia la ruptura con la temporalidad cíclica que podía hablarnos del final y comienzo de un nuevo Manvantara y es como si la uniformidad cuantitativa propia de un tiempo vivido interiormente sin pasado ni futuro se hubiese extendido a toda la historia. Concretamente, en tanto no existe más el futuro como capacidad proyectiva, el tiempo se ha convertido en enloquecido, sin ritmos ni previsiones posibles respecto de lo que puede llegar a acontecer. En otras épocas podía decirse, al hablarse por ejemplo de una crisis como la Argentina, que el pozo tenía un fin y que del mismo era posible salir hacia un nuevo horizonte, pero en la época del QuintoEstado las previsiones son ya imposibles. A un gobierno civil en fracaso no le sobrevendrá un régimen militar, para luego volver a una "democracia sana"; todo puede llegar a suceder. La circularidad ha cesado también en nuestro nivel más pequeño. El desierto crece. El ritmo circular de la historia se ha entonces roto. Hoy en día es imposible hablar de un final previsible para la crisis que vivimos y hasta podría decirse que cuanto más nos parece tocar el fondo, más hondo aun es el abismo por venir. Quienes creen que han visto todo en la Argentina se equivocan profundamente. No se imaginan lo que aun están por ver. Pero agreguemos también que esto que a primera vista es una profunda desventaja desde otra perspectiva no lo es de ninguna manera. Vivir hoy en día en la Argentina, un país que se encuentra en la cúspide del Kali-yuga, que vivencia cotidianamente las secuelas más duras y crudas del marasmo, representa un verdadero privilegio y un verdadero desafío para algunos a fin de no escaparse y de quedarse en el país para dar la gran batalla. Europa, ebria aun de consumismo y confort, no percibe todavía en su plenitud el limo de la decadencia, esto sólo puede acontecer en países como la Argentina que se encuentran empobrecidos como el África, pero cuya cultura política no se encuentra para nada por debajo de la europea.

 

Y aquí es donde viene la segunda parte de Cabalgar el Tigre la que se refiere a la actitud a adoptar por parte de un hombre de la tradición que se encuentra viviendo en la etapa del Quinto Estado. Si se hallara viviendo la etapa del Tercer Estado sabría que luego del mismo vendría el Cuarto y hasta sabría en cuál momento ello acontecería. Y si la circularidad no hubiera sido derogada, él sabría con certeza que se aproxima un nuevo Manvantara, con una nueva Edad del oro. Pero con el QuintoEstado todo se ha subvertido. Dicho Estado puede prolongarse ilimitadamente en el tiempo y su final depende única y exclusivamente del hombre de la Tradición. Él debe ser capaz de ponerle un punto final al caos organizado. Éste es el verdadero sentido de Cabalgar el tigre. Es que la concepción cíclica de la historia es sustancialmente distinta en Evola respecto de las posturas fatalistas que la han sustentado. La decadencia no es en modo alguno un hecho fatal, hubiera podido la humanidad vivir siempre en la Edad del oro, a no ser que ha habido una caída, un mal uso de la libertad infinita de la que el hombre disfrutaba en los inicios remotos de la historia, en donde vivían las razas hiperbóreas inmortales. Pero así como la caída sobrevino de repente, el ritmo descendente hizo entrar al hombre en el reino de los ciclos. Atraída por el fatalismo de la naturaleza, la historia se hizo afín a las etapas del cosmos y todo se convirtió en un Manvantara con cuatro ciclos, a similitud de las cuatro estaciones que componen un año en nuestro sistema. Pero sucede que se trata siempre de una imitación, en tanto ha tenido un comienzo, también tendrá un final y en esto se diferencia lo humano del mundo de la naturaleza fatal. Así como no ha sido necesario el comienzo de un ciclo, tampoco lo es el final del mismo. Puede ser que de la conclusión de éste no surja en modo alguno un nuevo Manvantara o a la inversa que sea posible instaurar una nueva edad áurea.

¿Pero cómo es posible hacer concluir un ciclo endemoniado y sin fin? ¿Cómo es posible concluir con un caos que se recrea, se recicla y retroalimenta? Cabalgar el tigre significa por un lado lograr que aquello contra lo cual nada se puede no pueda nada en nuestra contra. Pero ello no es en nada una postura defensiva, significa evitar ser destruido y lanzar consignas en un mundo incapaz de comprenderlas y no convertirse en chivo expiatoria de un caos organizado. El caos no debe ser atacado de frente, pues seríamos destruidos. Tampoco la actitud a adoptar debe ser el retraimiento y el escapismo de aquel que guénonianamente se retira a contemplar. No, la otra faceta de cabalgar es la ofensiva, y hasta diríamos que es la más importante de todas.

 

Valgan aquí ciertas recomendaciones precisas con respecto a lo que debe hacerse en una época terminal, pero ilimitadamente terminal como la del Quinto Estado. Hoy más que nunca, cuando la crisis es absoluta, pero insistimos queda aun mucho por ver, por contraposición los principios deben ser también formulados en modo absoluto, asumiendo posiciones que no puedan en manera alguna tener el más mínimo sesgo de la ambigüedad. Y digamos al respecto lo siguiente. Cualquier movimiento político que se constituya debe evitar el más mínimo contacto y confusión con las categorías de la modernidad. Debe ser decididamente antidemocrático. Por lo tanto no participar de ninguna elección, aunque desde Europa puedan haber venido vientos interesantes a través de Haider y Le Pen, los que sabemos son apenas petardos que con el tiempo disiparán sus centellas. Se trata de no apuntalar el sistema de ninguna manera, nuestra presencia en el mismo lo ratifica pues le otorga un sesgo de diversidad, cuando en verdad debemos dejarlo que sea lo más uniforme y amorfo posible. Debemos ser verdaderos convidados de piedra en el estricto sentido de la palabra. Ante el partido hoy más que nunca es necesaria la orden, es decir un agrupamiento de personas nucleadas detrás de un concepción del mundo precisa; lejos estamos de las plataformas electorales. Y con respecto a la ambigüedad digamos que jamás un movimiento político que constituyamos debe asumir cualquiera de los nombres que gusten al sistema con la excusa de hacernos potables, tales como republicano, federal, democrático, constitucional, popular, etc., todas éstas palabras que deben ser erradicadas en forma absoluta de nuestro lenguaje.

 

¿Y cuál debe ser nuestra acción positiva? Retomemos nuevamente Cabalgar.. Es la acción del alquimista, quien puede cabalgar el tigre, ha sido capaz de conquistar el arte de la alquimia, de convertir el plomo en oro, el veneno en remedio. Se trata de desarrollar al máximo el poder de sugestión. De repente ciertos medios tecnológicos constituidos para masificar y embrutecer aun más al hombre cerrándoles el camino hacia su interioridad más profunda, se pueden llegar a convertir en instrumentos de acción de suma eficacia que convierten totalmente en inútiles las grandes organizaciones. Y uno de ellos, aunque no el único, es el internet. Y vamos a un ejemplo concreto. Nuestro Centro de Estudios pretende llegar a constituir una orden regia (regia de regere, pues las antiguas élites no eran meramente contemplativas, sino que gobernaban y determinaban la voluntad de las personas) que practique el poder de sugestión y pueda así influir decididamente en esta realidad, en especial en una época en la cual todo parece haber terminado y en donde ya nadie cree más en nada. A sabiendas de tal peligro, el sistema ha pretendido muchas veces acudir a figuras pretendidamente salvadoras con consignas en parte similares a las nuestras, pero que en múltiples circunstancias han demostrado servirlo fielmente a pesar de todo lo que manifestaran en contrario. Tal el caso de la ostensible promoción de la figura del Cnel. Seineldín al cual por el mero hecho de estar preso se pretendió que nos olvidáramos que él fue quien ayudó a hacerlo subir y luego consolidarlo a Menem en el poder. Pues bien, el documento contundente que nuestro Centro divulgó y que se difundió por una vasta red de internet contribuyó sobremanera a dar por el suelo con tal figura y hoy ya casi no se habla de él como de la alternativa. Ahora hay que dar cuenta con el proyecto separatista impulsado desde la Patagonia por los gobernadores corruptos Sobish y Verani. Sabemos de la vasta difusión que han tenido las declaraciones de El Fortín al respecto y esperamos que las mismas sirvan para coartar de cuajo tal plan secesionista.

 

Y vayamos a otro ejemplo más concreto todavía. Muchos creen erradamente hoy en día que a De la Rúa lo echó el cacerolazo o los saqueos a los supermercados. Tales hechos pueden haber sido simplemente los golpes de gracia lanzados hacia un régimen que ya se hallaba en picada vertiginosa. La realidad es que el verdadero ocaso aconteció dos meses antes de Diciembre del 2001 cuando una multitudinaria votación bronca, con boletas de Bin Laden a la cabeza, y promovida en gran medida por nuestro Centro, arrasó con toda la clase política. Es verdad que todavía están en el poder, pero será por poco tiempo, pues estamos presenciando sus últimos estertores.

 

Se preguntarán ahora qué es lo que habrá de suceder después. Una vez que ha desaparecido la clase política el dilema que se presenta es de hierro. O la Argentina sucumbe definitivamente y estalla en pequeñas republiquetas "competitivas" o se convierte de una vez por todas en una gran Nación capaz de ser para el resto del mundo un verdadero faro de orientación espiritual. Y entonces: o curamos esta democracia enferma con más democracia como nos proponen Zamora, los piqueteros y el Cnel. Seineldín, es decir, ahondamos aun más el caos hasta la disolución y a un virus le inyectamos una dosis mayor de virus, o restituimos al Estado su verdadera soberanía.

 

Y ante la pregunta más difícil de responder respecto de ¿Cómo llegar al poder? Valgan estas dos respuestas esenciales, acudiendo para la segunda de ellas al lenguaje tradicional del símbolo. Primero de todo hay que constituir una orden como lo fueran las antiguas de la caballería, con grados precisos de iniciación y luego, en el momento oportuno, tomar las riendas y reconstituir el Estado. Como gráfico ilustrativo de cómo podría suceder piensen Uds. en un largo viaje en un subterráneo repleto de pasajeros en donde de repente se hubiese desocupado un asiento y todos vacilaran y nadie se decidiera a sentarse. Ante este momento de incertidumbre se trata entonces de tener la rapidez suficiente de pedir permiso, apartar a quienes nos obstaculizan y de hacerlo decididamente.

 

 

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