2 DE ABRIL DE 1982-2007
POR UNA NUEVA GUERRA DE MALVINAS

Al cumplirse los 25 años del inicio de la fallida guerra de Malvinas es importante dejar a un lado los sentimentalismos que dicha gesta nos suscita y tratar de efectuar un examen objetivo de los hechos que la originaron y de sus consecuencias ulteriores, tratando así de decir las cosas en su mayor crudeza, siendo éste el mejor homenaje que se pueda hacer a nuestros mártires caídos.
Digamos primeramente que de ninguna manera puede disociarse dicha gesta, tal como pretenden hacer algunos, del golpe militar que en 1976 concluyera con el agónico régimen partidocrático que en ese entonces padecíamos los argentinos.
En 1976 la corporación militar tenía que saldar una deuda pendiente con la sociedad. Luego de una serie de recurrentes intentonas anteriores (1930, 1943, 1955, 1966), determinadas todas ellas por el estado de caos y postergación en que se encontraba el país, no se había logrado todavía, a pesar de todos los anhelos en contrario, terminar con las causas de la decadencia. La misma consistía principalmente en la existencia de una clase política corrupta, incapaz de gobernar el país y que lo había entregado sucesivamente a intereses foráneos postergando así indefinidamente su destino. Y más aun, la deuda que tenían las Fuerzas Armadas era mucho mayor pues desde sus mismas filas, en vez de haberse generado una corriente alternativa al sistema, se había por el contrario gestado ese movimiento demagógico y deletéreo que aun hoy, con sus sucesivos desgobiernos, había sido y sigue siendo la causa principal de las desavenencias entre los argentinos, hasta haber llegado en diferentes oportunidades a extremos intolerables de guerra civil sangrienta y sin cuartel. Un hombre del riñón militar, quien se aprovechara de las revoluciones que su corporación hiciera para alcanzar importantes espacios personales de poder, no tuvo escrúpulo alguno, sea desde el gobierno como desde el exilio, durante casi treinta años, de utilizar su prestigio para alentar a las fuerzas más oscuras de la subversión con tal de que las mismas le proveyesen de los espacios necesarios para acumular siempre más un poder que solamente le servía para satisfacer sus exacerbados apetitos. Y en esta actitud sólo demostraba superar cuantitativamente a los mismos políticos inescrupulosos que tuviera la Argentina, sea en el siglo pasado como ahora, para los cuales el bien personal era más importante que el de la Patria y cuya existencia y fracaso había justificado todas las revoluciones anteriores.
El Proceso militar, si bien con muchas limitaciones, las que señaláramos en otras oportunidades (1) y que no viene al caso tratar aquí, tuvo una serie de consignas positivas que es dable resaltar. Junto a la de la guerra contra la subversión que había alimentado el peronismo por las razones antes aludidas, se postuló realizar aquello que aquél pregonaba pero que nunca llevó a cabo, al formular la idea de una Argentina Potencia. Acotemos que este ideal tampoco era propiedad del régimen anterior, sino que se insertaba en una vieja consigna histórica del nacionalismo argentino y de Rosas cual era la de que nuestra patria era una empresa histórica y no una republiqueta competitiva, tal como lo es ahora con sus sucesivos regímenes peronistas y radicales, por lo que debía preocuparse prioritariamente por la defensa de sus fronteras recuperando los espacios que se habían perdido en el trascurso de la historia por culpa de gobiernos irresponsables. El viejo anhelo nacionalista de reinstaurar las fronteras del antiguo virreynato del Río de la Plata que sostuviera Rosas estuvo presente implícitamente en el proyecto militar que, como primera medida, condujo al país a rechazar el laudo arbitral británico por el Beagle y reputó que de ninguna manera se podía renunciar ni siquiera a un centímetro del propio territorio, en tanto que el mismo, en la medida que era el sostén material de la propia nación era un espacio sagrado y no negociable.(2) Esta misma actitud, que los políticos posteriores calificaron luego despectivamente como "nacionalismo de mapa", y que primó con la defensa incondicional del Beagle, fue la que también estuvo presente con la causa de Malvinas.
Pero lamentablemente para la Argentina, sea en este caso como en el anterior, el régimen militar no comprendió que, para llevar a cabo sus proyectos de constituir una nación, debía prescindir totalmente de los grandes poderes que se reinaban en ese entonces en el planeta. Poderes que no eran solamente materiales, sino principalmente espirituales. El espíritu moderno, materialista y mercantil, para el cual la paz y el bienestar eran los valores supremos y que se instaurara posteriormente cuando nos volviera la partidocracia, estaba presente en los distintas expresiones políticas que primaban en ese entonces y aun la institución religiosa con influjo notorio en la Argentina, la Iglesia católica, luego de su vaciamiento modernista en el Concilio Vaticano II, tendía también a compartir tales principios. Ignorante de esta realidad el Proceso militar puso fin al conflicto por el Beagle permitiendo en el mismo la mediación de esta institución, dando ello por resultado como era imaginable que se tuviese que terminar con el tiempo aceptando el laudo británico que nos despojaba de las islas del Canal de Beagle. Es de destacar que esta actitud será luego reiterada una vez más cuando en plena guerra de Malvinas se aceptará la presencia del Papa en nuestro suelo quien, en concordancia con la acción anterior, vino a estimular nuestra rendición a los ingleses. Los poderes fácticos del planeta, entre los cuales está presente también la Iglesia, no quisieron en ese entonces, como tampoco lo querrían ahora, que se pudiese establecer una nación que sustentara valores que se irguieran como una alternativa ante la modernidad fundándose en los principios católicos que estaban presentes en nuestro acervo.
El régimen militar en todas sus instancias, sea con Videla, como con Galtieri, sea durante el conflicto por el Beagle, como en el de Malvinas, actuó pues de la misma manera, sosteniendo una causa justa pero apostando a sectores que integraban el mundo moderno en vez de haber hecho lo que correspondía enfrentarlo a éste en su plenitud. Pero ello no solamente se lo demostró con la fe incondicional que tal régimen tuvo con la figura del Papa, al que hubiera tenido que diferenciar del espíritu católico que nos informaba, aceptando que interviniera abiertamente en contra de nuestro país en las dos oportunidades decisivas que se le presentaron (3), sino que también lo hizo con otros sectores de la modernidad.
En el caso específico de la guerra de Malvinas, el gral. Galtieri confió de manera desmedida en los conflictos existentes entre demócratas y republicanos en el seno de los EEUU. Es de destacar que el gobierno demócrata de Carter había sido un enemigo pertinaz del régimen miliar argentino, sea en los asuntos internos (derechos humanos), como en los externos (no aceptación del boicot económico a la URSS por parte de nuestro gobierno). Dentro de este contexto Galtieri creyó ingenuamente que, estando estos últimos en el poder y dando testimonio tal gobierno de una actitud francamente anticomunista, como había demostrado en su guerra en contra de la subversión marxista así como en su colaboración en su guerra en contra del sandinismo en Nicaragua, iba a recibir como recompensa un apoyo especial a sus anhelos territoriales. No comprendió que para Norteamérica, con cualquiera de sus gobernantes, más enemigo que el marxismo era la Argentina histórica de Rosas y el catolicismo raigal que emergió en forma espontánea durante la guerra de Malvinas. (4) Ello era porque tal concepción del mundo no era moderna como en cambio lo es también la marxista y por lo tanto se encontraba respecto de la misma en una contradicción extrema.
Esta fue la razón profunda que explicó la vergonzosa rendición que se operó a los pocos meses de haberse iniciado la contienda y cuando Inglaterra y EEUU decidieron operar en contra de la Argentina. En la medida que el régimen no los consideró a éstos como sus enemigos esenciales, en tanto exponentes de una concepción del mundo diferente, no llevó la contienda hasta las últimas consecuencias como hubiera correspondido y tal como espontáneamente lo vivieron vastos sectores de la población. Para el régimen militar en tanto enfrascado en una falsa dialéctica, no era lícito rendirse ante la subversión marxista, aunque sí lo era hacerlo frente a la anglo-norteamericana, la otra cara de una misma moneda.
Si se hubiera concebido como correspondía, que el enemigo era el mismo con diferente faz, muy probablemente no nos hubiéramos rendido en Malvinas como se lo hizo de manera tan abrupta y vergonzosa o al menos no hubiéramos clausurado la guerra de la manera abrupta como se lo hizo, entregando rápidamente el poder a una nueva partidocracia ya reforzada luego de la derrota de la causa argentina.
Lamentablemente el espíritu de la rendición, consistente como dijéramos en participar de la dialéctica del sistema en vez de hacerle frente, continuó existiendo en las revueltas militares posteriores las que resultaron un verdadero show de rendiciones en tanto que en un camino aun más descendente no se consideró ya esta vez ni siquiera a la partidocracia como el enemigo verdadero e irrenunciable. (5)
La nueva guerra de Malvinas que se deberá hacer indefectiblemente para reinstaurar a la Argentina deberá ser pues, a diferencia de la que se perdiera en 1982, una guerra hasta el final, como la que hicieran los kamikaze en Japón, o ahora en Irak o Afganistán, en tanto incapaces de rendirse al mundo moderno y para los cuales el honor, la dignidad y el espíritu son más importantes que la vida y el bienestar.
(1) Remito a mi nota del pasado año al conmemorarse los 30 años del Proceso Militar.
(2) Es de resaltar que el gobierno radical de Alfonsín, con el apoyo de varios peronistas, entre los cuales se encontraba el posterior presidente Menem, en absoluto contraste con tal postura, apoyó calurosamente la entrega de las islas del Beagle a Chile con la excusa de que no valían nada económicamente.
(3) También suele olvidarse, debido a la propaganda izquierdista hoy en boga, el rol que tuvo la Iglesia en la lucha en contra de la subversión marxista. Amén de la presencia de algunos casos aislados de curas guerrilleros, hubo dos obispados, el de Neuquén y Río Negro, que actuaron como verdaderos soportes de apoyo de las fuerzas subversivas en pleno gobierno militar y que nunca fueron molestados mayormente debido al respeto y miedo que se le tenía a la Iglesia católica.
(4) En la guerra de Malvinas además de consignas católicas preconciliares, como la Cruzada del Rosario y la lucha en contra de la herejía protestante representada por Inglaterra, hubo todo un movimiento contracultural de repudio a la civilización anglo-norteamericana que pasó incluso por la prohibición de propalar músicas rockeras.
(5) Los sucesivos movimientos carapintadas que tuviera el país entre 1987 y 1991 fueron un verdadero concurso de rendiciones, cada vez más rápidas y absurdas. Ello se explicaba porque sus líderes, a pesar de criticar al Proceso, siguieron practicando sus mismos defectos y de manera multiplicada. Así pues, si el primero de ellos manifestó que su meta era "interactuar en el Primer mundo" y terminó postulándose para diferentes cargos políticos electorales, el segundo invitó a votarlo a Menem en tanto "argentino que piensa patrióticamente".
Marcos Ghio
Buenos Aires, 31-03-07